Bake my day, gastronomía “a puerta cerrada” para comensales selectos
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No hay letreros, ni publicidad. No los necesitan, pues están copados con meses de antelación. Para entrar debes ser “amigo de un amigo” y encajar dentro de un sólido criterio, contenido en una sencilla pero contundente premisa: “Solo deberán ser invitadas, aquellas personas que estimes dignas de entrar en tu casa y compartir la mesa con tu familia”.
Si pasas el filtro antes descrito, la cita es -con previa reservación- de viernes a domingo entre las 6 de la tarde y las 10 de la noche, en un lugar de la zona norte que solo los allegados conocen.
El protocolo en Bake My Day es de impecable esmero, discreción, sobriedad y una calidez que te hace sentir como el familiar que vuelve a casa en navidad, después de un largo tiempo ausente.
Pasando el umbral
Tras entregar las llaves del carro a un hombre risueño, cuyos modales y rostro recuerdan a los del locutor Cesar Miguel Rondón, se ingresa a un patio interno meticulosamente dispuesto. El aire es solemne y elegante.
Pisos de mármol que resuenan a los pasos y el rumor de una fuente aledaña. Jardines de grama, trepadoras y arbustos poblados de diminutas luces, alternan con imágenes religiosas que armonizan con paredes y columnas recubiertas en coralina. Las puertas y ventanas de madera con vitrales y apliques en hierro forjado, completan junto a mesas de mantelería cuadriculada, una escena que parece sacada de alguna villa o monasterio de La Toscana en Italia.
El aroma a pan recién hecho y el crepitar de las brasas en un horno a leña (situado al extremo izquierdo de la estancia), reafirman el concepto expresado en el nombre que desde hace año y medio identifica a esta experiencia gastronómica “a puerta cerrada”.
Con tres ambientes que van desde un acogedor comedor cerrado con vista al jardín y la cocina de panificación, un patio al aire libre y un comedor principal con luz de velas y música en vivo, Bake My Day ofrece un servicio de alto nivel enmarcado en la tendencia conocida mundialmente como supper club o closed door dining que acogen de manera superlativa el concepto de “exclusividad”.
Lo que inició como una idea de autogestión para solventar las necesidades operativas de un grupo de vocación religiosa, hoy es un experiencia cuya calidad y atención harían palidecer al más renombrado de los restaurantes en la ciudad.
Pizzas a otro nivel
Si bien todo lo que pueda salir de un horno forma parte del concepto global de este “club gastronómico”, la pizza a la leña es el “pan de la comunión” que congrega y regocija cada fin de semana los paladares y espíritus de selectos comensales.
Ingredientes tradicionales como tomate, mozzarella, parmesano, aceitunas y embutidos diversos, se combinan audazmente con otros menos habituales como higos, miel, queso de cabra, cebollas caramelizadas, ajo rostizado, rúgula, berenjenas grilladas, tomates secos, aceite de trufas y crema balsámica en una carta donde ya figuran 20 variedades de pizzas.
La Velvet Salad y la pizza Honey Honey son dos dignos representantes de un menú que evidencia el esmero y creatividad que emana de esta cocina impregnada de fe.
La primera es una entrada que a simple vista pudiera confundirse con una capresa, pero en lugar de tomates alternados con mozzarella de bufala y hojas de albahaca, la Velvet se compone de tres torrecillas de remolacha y crema a base de queso de cabra, sobre una cama de rúgula, aderezada con aceite de oliva, limón, nueces garrapiñadas picantes y crema balsámica. Tersa, picante, suntuosa y fresca son las palabras que vienen a la mente con cada bocado.
El plato fuerte es una pizza de base y bordes perfectamente tostados, ni muy gruesa ni muy fina, coronada con mozzarella y queso suave de cabra, higos secos troceados y finamente barnizada en miel de abeja y aceite de oliva. El resultado es un inesperado y placentero paseo que va de la cremosidad a la crocantez, con sutiles sabores que combinan una suave acidez con acentos dulces y salados que se balancean mutuamente.
Visitar Bake My Day es querer volver. Así lo demuestra una creciente y fiel grupo de sibaritas que semana tras semana copa la capacidad instalada de este sobrio recinto que no se apresura a crecer ni masificar su propuesta, bajo la firme visión que privilegia la calidad antes que la cantidad.