Santa Rosa de Lima, por María García de Fleury
por: María García de Fleury
Santa Rosa de Lima fue una muchacha laica que perteneció a la orden terciaria de Santo Domingo y a sus 33 años se convirtió en la primera mujer de América declarada santa por la iglesia católica cuando el Papá Clemente X la canonizó en 1671.
Santa Rosa nació en Lima, Perú en 1586 y su verdadero nombre era Isabel Flores de Oliva, pero su madre comenzó a llamarla Rosa, porque le parecía que su rostro era tan sonrosado y tan bonito que parecía una rosita. Fue una de los 13 hijos del matrimonio de Gaspar Flores, desde muy pequeña Rosita tuvo una gran inclinación por la oración y la meditación.
Un día rezando ante una imagen de la Virgen María, sintió que el niño Jesús le decía «Rosa conságrame a mi todo tu amor». A partir de ese momento, Isabel Flores de Oliva decidió vivir para servir al Señor y debido a su gran belleza física decidió llevar el cabello recortado y el rostro cubierto por un velo para que los hombres no intentarán enamorarla.
Ayudaba en las labores del hogar, visitaba a los enfermos para atenderlos, apoyaba a sus padres en las tareas del huerto, de costura, dedicaba la mayor parte de su día a Trabajar, orar y ayudar a los demás. Rosa también cultivo una fe intensa en Cristo y una de sus frases favoritas era «Fuera de la Cruz no hay escalera por dónde subir al cielo». Ella creía en el perdón de los pecados mediante el sacrificio y la entrega total a los más necesitados y en esas acciones cultivaba su fe hacia Dios.
Rosa de Lima se presenta como un ideal cercano al hombre y a la mujer del siglo XXI, porque el corazón del ser humano es igual en todos los tiempos y por lo tanto es un corazón qué sigue anhelando amor, felicidad, plenitud, belleza y esto es lo que significa fundamentalmente alcanzar la santidad, por eso podemos afirmar que la santidad es un llamado, es un grito propio de la naturaleza humana.
Este ideal de vida, posible también en la sociedad de hoy, se expresa bellamente por dos virtudes que nacen en el interior de cada persona, pero que luego tienen consecuencias transformantes hacia el exterior. Estas dos virtudes son la caridad y la oración; la caridad entendida como una donación constante de la propia persona por el bien de los demás y la oración como una permanente posibilidad de descubrir mi propia originalidad en el encuentro con Dios.
Recordemos que Santa Rosa no fue religiosa, fue una laica comprometida de la Orden terciaria de Santo Domingo que consagró su vida a Dios desde su casa y siempre buscaba imitar a otra terciaria dominica llamada Santa Catalina de Siena, a quién le tenía mucho cariño y deseaba entregar su vida como ella a través de sufrimiento, la oración y el amor a los más pobres y necesitados.
Rosa de Lima conoció a San Martín de Porres y a San Juan Macías y se caracterizó por ser una mujer con gran empatía, con gran espíritu de solidaridad servicio y compasión hacia sus hermanos, siempre dispuesta a la ayuda desinteresada e incondicional, especialmente con los enfermos.
Su amor a Dios y hacia el niño Jesús fue tan grande, que por eso algunos artistas la representan con el niño Jesús en brazos, porque ella estaba convencida de que con Dios ¡siempre ganamos!