En el día de todos los santos, por María García de Fleury
María García de Fleury
En el Día de Todos los Santos podemos preguntarnos ¿cuántos de nosotros podemos identificarnos realmente con ello? Existen los santos famosos como el alegre San Francisco de Asís, la gentil Santa Teresita del Niño Jesús, la fuerte y santa Teresa de Ávila, el programador informático devoto de la Eucaristía, Carlo Acutis.
Tenemos los santos mártires, esos hombres y mujeres firmes y valientes testigos de la fe, algunos de los cuales sufrieron horriblemente por defender su fe en Dios a pesar de las torturas o que están y han estado en las largas y solitarias cárceles por defender la verdad de Cristo.
Por otro lado, tenemos aquellos santos que nunca serán honrados por la Iglesia con un milagro y una fiesta. Son esos santos con S minúscula, esas millones de personas anónimas y desconocidas que encontraron a Dios en sus vidas, que han sido fieles, han amado a Dios con toda su mente, su alma y su corazón en la sencillez de la vida. Si quieres ser santo de verdad, aquí te enamoramos algunas características de los santos que pueden inspirarte.
Todos los santos están llenos del amor de Dios, han elegido a Dios por encima de todos los demás y han hecho un compromiso definitivo con Dios. Todos los santos aman a los demás seres humanos. No puede ser de otra manera. En la primera carta de San Juan, en el capítulo 4, leemos Si alguno dice, yo amo a Dios, pero aborrece a su hermano, es un mentiroso, porque quien no ama a su hermano a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto.
Todos los santos toman riesgo. Cuando Dios llamó, ellos respondieron, aunque no entendían y les esperaban grandes cambios en su vida, pero asumieron el riesgo por amor a Dios. Los santos son personas humildes, mostraron su humildad usando a la perfección todos los dones que tenían, pero nunca atribuyeron a los santos lo que ellos querían a sí mismos. Los santos son personas de oración. Hablan con Dios.
Los santos no son perfectos. Tenían defectos y faltas humanas. Cometieron errores, incluso al final de sus vidas. Todavía se encontraron con necesidad de contrición, de perdón y de reconciliación. Por ejemplo, cuando San Francisco oyó la voz que le dijo, reconstruye mi iglesia, pensó que se refería al edificio de la iglesia de San Francisco. pensó que se refería al edificio de la iglesia de San Francisco.
Es interesante notar que Jesús no le aclaró la petición hasta después de haber invertido mucho sudor y energía en reparar una antigua iglesia. Los santos son gente de su tiempo. Santa Teresa de Calcuta decía, la santidad no es el lujo de unas pocas personas, sino un simple deber para ti y para mí.
Todos estamos llamados a la santidad, a la cercanía con Dios. nos da los sacramentos, especialmente la Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia, para ayudarnos en nuestras luchas diarias en el camino hacia la santidad, que es un viaje largo y difícil.
En su encíclica, Salvados por la Esperanza, el Papa Benedicto XVI escribía, la vida es un viaje en el mar de la historia, a menudo oscuro y tormentoso, un viaje en el que buscamos las estrellas que indican el camino.
Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han vivido una buena vida, son luces de esperanza porque señalan hacia Jesucristo, la luz verdadera, el sol que ha salido sobre todas las sombras de la historia, convencidos de que con Dios siempre ganamos.
Si quieres escuchar más:
Únete a nuestro canal de Telegram, información sin censura: https://t.me/canal800noticias