San Bernardo, por María García de Fleury - 800Noticias
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San Bernardo es el último de los padres de la iglesia, pero en importancia es uno de los que más ha influido en el pensamiento católico de todo el mundo. Nació en Borgoña, Francia, en el año 1090. De joven, las amistades mundanas le parecían cada vez más vacías.

Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Císter, a pedir ser admitido y cuando lo aceptaron regreso a su casa contentísimo a contar la noticia, pero todos se opusieron, hasta los amigos le decían “eso es desperdiciar una gran personalidad para irte a sepultar vivo dentro de un convento”.

Bernardo empezó entonces a hablar tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus 4 hermanos mayores, a su tío y a casi todos los jóvenes de los alrededores. Junto con 31 compañeros llegó al convento cistersienses a pedir ser admitido como religioso, pero antes en su finca los había preparado a todos por varias semanas acerca del modo en el que debían comportarse para ser unos fervorosos religiosos.

En el año 1102, a la edad de 22 años entró como religioso en el convento, toda su familia fue llegando uno a uno para pedir ser recibido como religioso. En toda la historia de la iglesia es difícil encontrar otro hombre que haya tenido un poder de atracción tan grande para llevar gente a las comunidades religiosas como el de Bernardo.

En las universidades, pueblos, campos, los jóvenes con dolor oían hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un convento y se iban en grupo a que él los instruyera y los formara. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos, lo llamaban el cazador de almas y vocaciones.

Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran su profesión religiosa, su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaba a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar. Luego, como sus palabras iban precedidas con mucha oración y grandes penitencias el efecto era fulminante en los oyentes; escuchar a San Bernardo era un impulso fortísimo para volverse mejor.

Hablaba con inmenso cariño y emoción acerca de la Virgen Santísima, y de ella decía “siguiéndola no te perderás en el camino, invocándola no te desesperarás, Guiado por ella llegarás al puerto celestial”.

El deseo más profundo de San Bernardo era permanecer en el convento dedicado a la oración y a la meditación, pero el Papa, los obispos, el pueblo, los gobernantes, le pedían que fuera a ayudarlos y él estaba siempre dispuesto a ayudar a donde pudiera ser útil. Decía “a veces no me dejan tiempo durante el día para dedicarme a meditar, pero esta gente está tan necesitada y sienten tanta paz cuando se les habla que es necesario atenderla, ya rezare y meditaré en las noches”.

Llegó a ser el hombre más famoso de Europa en su tiempo y consiguió una serie de milagros hasta hacer hablar a un mudo el cual confesó muchos pecados que tenía sin perdonar, llenó a varios países de monasterios con religiosos fervorosos, falleció a los 63 años feliz porque iba a encontrarse con ese Dios con quien había trabajado, porque él sabía que ¡con Dios siempre ganamos!