Reflexión: 125 años de la consagración de Venezuela al Santísimo Sacramento
María García de Fleury
El Apostolado Mundial de la Virgen de Coromoto ha lanzado una iniciativa espiritual que invita a los fieles a embarcarse en un viaje de reflexión eucarística.
Durante 33 días, los participantes se sumergirán en meditaciones profundas sobre la Eucaristía, culminando con un acto de consagración al Santísimo Sacramento.
Esta actividad, que se está llevando a cabo a través de WhatsApp, comenzó el 4 de junio y concluirá el 7 de julio, ofreciendo una oportunidad única para la devoción y el crecimiento espiritual.
Hoy la reflexión corresponde a la Consagración, un camino hacia la Santidad y la Devoción en la vida cristiana
La consagración, un término con profundo significado espiritual en la Biblia, implica dedicar algo o alguien a Dios de manera especial, apartándolo del uso común y otorgándole un propósito sagrado. Este acto de consagración refleja una profunda devoción y compromiso con el Señor.
En el Antiguo Testamento, consagrar significaba santificar. Se usaba aceite para ungir a la persona o lugar que se iba a consagrar, como el templo, indicando que lo consagrado se impregnaba de la santidad divina y pasaba a ser posesión exclusiva de Dios. Dios estableció sacerdotes consagrados para servir en el templo y representar a la nación ante Él. Objetos como el altar, el incienso y el arca fueron consagrados para uso exclusivo en el culto a Dios.
El Profeta Jeremías en el capítulo 31 dice que la consagración es el convenio que Dios hace con la casa de Israel. En el Nuevo Testamento, el concepto de consagración se amplía aún más. Jesús llamó a sus discípulos a dejarlo todo y a seguirlo, es decir, a consagrarse completamente a su servicio.
La Biblia enseña que como cristianos debemos consagrarnos al servicio de Dios en todas las áreas de nuestra vida. La consagración en la vida cotidiana implica dedicar nuestros talentos, nuestro tiempo, recursos y decisiones a la gloria de Dios. Significa vivir de manera separada del pecado y las influencias mundanas, eligiendo seguir los caminos de Dios en todas nuestras acciones.
La consagración es esencial para nuestro crecimiento espiritual y nuestra relación con Dios. Al consagrarnos, reconocemos a Dios como nuestro Señor y maestro supremo, poniendo nuestra confianza y obediencia en Él. La consagración nos permite experimentar la plenitud de la vida cristiana, permitiendo que la presencia y el poder de Dios fluyan libremente en y a través de nosotros.
La consagración a Dios debe ser voluntaria. Dios no nos obliga a consagrar nuestra vida a Él. Él quiere que le demos nuestra vida no porque tengamos que hacerlo, sino porque lo amamos y deseamos servirle. La consagración es ofrecer una vida entera a Dios. No podemos dar a Dios una parte de nuestra vida y guardar otra para nosotros. Todo el gozo y la bendición en la vida cristiana dependen de que no retengamos nada de nosotros, sino que todo se lo entreguemos a Dios.
La consagración es el camino hacia la santidad, que significa separación del mundo y del pecado. La santidad no es sinónimo de perfección, sino de renuncia a la vida mundana y a la tentación del pecado. Es una inclinación voluntaria y un amor profundo por el Señor y su divinidad, así como por su reino en el cielo y en la tierra.
La consagración requiere de hábitos piadosos constantes, así como de una permanencia y una convicción inquebrantable. Estos pueden ser practicados de una manera personal, familiar, comunitaria. Al consagrarnos a Dios, aumentará nuestra fe en Jesucristo. Al consagrarnos, establecemos una comunicación diaria e incesante con Dios, lo cual quiere decir dedicarle no solamente unos minutos al día, sino una conversación constante. Esto hará que confiemos más en Dios en su guía, su amor, su protección, su sabiduría.
Estaremos invitados a leer y reflexionar a diario en el evangelio, lo que permitirá que crezcamos en el conocimiento de su existencia, su gracia y su poder infinito. Si desarrollamos una relación estrecha con el Espíritu Santo, estaremos muy cerca de Dios, mejoraremos nuestras relaciones con nuestro semejante y estaremos mejor preparados para ser capaces de compartir lo que hemos conocido y recibido, a ser capaces de dar llenos de felicidad.
Este es un resumen, pero puedes escuchar la reflexión completa aquí
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