Necesitamos el pozo de agua, por María García de Fleury
Por María García de Fleury
Soy María García de Fleury
El lugar llamado Pozo de Jacob proporcionó el trampolín para el maravilloso sobre el agua viva de Dios perfectamente expresado por Jesucristo. En el cristianismo el agua y la salvación están ligadas al sacramento del bautismo donde experimentamos nuestra incorporación al cuerpo místico de Cristo. En el Pozo de Jacob, Jesús habló con la mujer samaritana describiendo la sed que el agua corriente no puede saciar.
El Dios que ama a cada persona sin medida es el único capaz de saciar nuestra sed de vida eterna, de vida verdadera. Jesús le dijo a la samaritana: «El que beba del agua que yo doy no tendrá sed jamás y el agua que yo doy se convertirá en una fuente interior que saltará para la vida eterna. Cristo encontró en el agua una imagen apropiada para hablar de sí mismo y su don de salvación para el género humano.
En una tierra donde el agua significa vida o muerte, y realmente eso está en todas partes, Jesús habla de la necesidad de la salvación, de ir a él como se va una fuente de agua viva en el desierto. Para nosotros, hoy la realidad es similar a la del tiempo de los primeros seguidores de Cristo. Necesitamos la misma salvación que ellos buscaron y encontraron, estamos quebrantados como ellos pero amados por Dios, llamados a la vida eterna en Jesucristo.
Solamente Cristo es el que puede saciar nuestra sed. Toda las demás cosas que nuestra cultura valora mucho, la salud, la riqueza, la belleza, la juventud, desaparecen. Solo Dios permanece para siempre. Estamos llamados a dejar atrás los viejos caminos, lo que podría llamarse «las aguas estancadas», donde quizás por demasiado tiempo hemos dibujado nuestra seguridad, nuestra identidad, ya sea en una cuenta bancaria, en unas posesiones, en nuestra apariencia, en nuestra juventud.
Estas cosas no son lo que realmente importa en la vida ni nos llevan a la vida eterna. Si Cristo no está en nuestra vida falta lo que realmente necesitamos para vivir porque no poseemos la plenitud de la vida, la compañera imprescindible de nuestro camino, el amor de Dios encarnado en Jesucristo. En este tiempo de cuaresma, Cristo está llamándonos a una conversión de vida. La mujer del pozo llevaba una vida de sed insaciable, ella ni siquiera quería hablar de su vida con Jesús pero el sabía que ya había buscado la vida en muchos lugares y no estaba satisfecha.
Jesús le ofrece lo que ella realmente quiere y necesita para la vida. «Veo que eres profeta» le dijo la mujer junto al pozo, pareciera que ella quería cambiar de tema, en lugar de detenerse en lo que Jesús tenía para ofrecerle en forma de agua viva. Pero Jesús insistió, insistió en decirle dónde de hecho se encuentra El Mecías y le dijo: «Yo soy el que habla contigo».
Tal vez como la mujer junto al pozo a menudo estamos a punto de encontrarnos por completo a Dios pero algo nos detiene, esas aguas estancadas que esperamos que den vida pero en realidad no lo hacen. Haber sido bautizado significa haber sido transformado en la fuente de agua viva, significa una vida nueva, una vida comunicada, ofrecida a los demás para que la vida interior crezca y aumente nuestra fe, esperanza y amor; y de vida a los demás.
Jesús le dijo a sus discípulos que ellos son fuente de agua viva, luz de las naciones, sal de la tierra, invitándolos a ser signo del amor misericordioso de Dios para todos los que nos encontramos. Acerquémonos a la misa de la Eucaristía para decirle a Dios: «Gracias por ser la fuente de agua viva que brota para la vida eterna. Gracias señor por el ser el pan de vida» porque allí está Dios y con Dios siempre ganamos.
Lea también: Comenzó la Cuaresma, por María García de Fleury
Únete a nuestro canal de Telegram, información sin censura: https://t.me/canal800noticias