+FOTOS ¡Sacrilegio!|Queman imágenes de vírgenes y decapitan santos en pueblo de España - 800Noticias
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Con información de El Confidencial

No todos los habitantes de Ribaforada reconocen el rostro de Naoufal. Quienes lo hacen, lo describen como “un chaval tímido y educado” que pasaba muchas tardes “como Forrest Gump”, sentado en un banco de este municipio agrícola del sur de Navarra. No dio nunca mucho que hablar hasta que una madrugada de principios de septiembre se encaramó a uno de los ventanucos de la mezquita del pueblo, rompió el cristal y se acomodó sobre la alfombra. Lo descubrieron arrodillado al día siguiente, con los ojos abiertos y las manos temblorosas. “Nos dijo que necesitaba rezar, que era el único sitio en el que conseguía relajarse, calmar su mente y sentirse en paz. Nos extrañó porque solo había venido dos o tres veces por aquí, no era una cara habitual”, dice Jamal Dden, presidente de la pequeña comunidad islámica.

La mezquita, bautizada Taqua (consciente de Alá), se ubica frente a la calle de los Caballeros Templarios y junto al Canal Imperial de Aragón, en un pequeño almacén de cemento con una puerta de chapa pintada de verde. Allí, cada tarde, al caer el sol, se reúnen a rezar decenas de musulmanes, casi todos inmigrantes marroquíes de primera generación que trabajan en los campos que rodean este pueblo de menos de 4.000 habitantes y donde viven unas 500 personas con pasaporte extranjero. La llamada a la oración se incorpora entonces a los ruidos vespertinos: al runrún del bar, las campanas de la iglesia y la música de una banda local que ensaya a pocos metros.

Días después de aquel primer incidente, Naoufal se coló en la iglesia del pueblo, arrancó varias hojas de una biblia, las tiró por el suelo y las pisoteó. El ataque de iconoclastia le llevó a recorrer después siete kilómetros de carretera asfaltada con su bicicleta amarilla para acabar apoyándola frente a la casa parroquial de Fontellas, un pueblo cercano de menos de 1.000 habitantes: cuatro calles delineadas por casas de piedra y manzanas de ladrillo de obra pública franquista. El marroquí escaló los tejados hasta llegar al campanario y se metió por un hueco de medio metro al final de la escalera. Una vez dentro, prendió fuego a los ropajes de tres vírgenes y al altar, destrozó con sus manos el misal y tiró al suelo varios objetos de la sacristía.

No hizo demasiado por ocultarse. Un vecino le vio saltando por el techo de la iglesia desde la plaza del ayuntamiento y avisó al alcald, Andrés Agorreta, que a su vez llamó a la Policía Foral. Cuando llegaron, el humo ya salía por la puerta principal. Los bomberos tardaron un rato en apagarlo y varias horas en ventilar para poder valorar los daños.

“Cuando vi las Vírgenes, casi me muero. Las patronas con las que he compartido todas las penas y alegrías de mi vida… Esto no tiene perdón de Dios. Me lo contaron y pensé que ese hombre podía salvarse, pero ahora ya no le perdono. No ha robado nada, no se ha llevado nada. Entró para hacer daño y eso duele más”, lloraba Laurita Baselga, diaconisa octogenaria del templo y administradora de la iglesia bajo el título de “camarera de la Virgen del Rosario”. La viuda, dice el alcalde, lleva “medio enferma” desde que se enteró de lo ocurrido. “Es que esto es un susto muy gordo, una cosa de otro tiempo, de la Edad Media, nunca pensé que vería una Virgen quemada en este pueblo”, reflexiona Agorreta.

Confesión
Mientras aún apagaban el fuego en Fontellas, Naoufal había pedaleado otros seis kilómetros hasta Tudela, había aparcado su bicicleta junto a un mercadillo medieval y se había encaramado a los balcones para arrancar unas banderolas que confundió con símbolos católicos. La policía lo detuvo, le tomó los datos y le dejó marchar. Tardaron unas cuantas horas más en atar cabos, arrestarlo en su casa y tomarle declaración. Confesó todo lo que había hecho sin mostrar arrepentimiento. Y dijo “haberse ganado el cielo” con sus acciones.

El sábado, en respuesta a su obsesión con los símbolos cristianos, el Juzgado de Instrucción nº 3 de Tudela actuó de urgencia y le impuso una orden cautelar de “alejamiento de cualquier edificio, centro o lugar que tenga uso de culto religioso católico, así como actos y ceremonias religiosas de culto católico, públicas o privadas”, una medida inédita hasta la fecha en España y vigente hasta que haya sentencia en firme.

No tardó ni 72 horas en saltársela. La noche del martes 13, se subió al tejado de la iglesia vieja y tiró desde lo alto una cruz de piedra con más de 400 años de antigüedad. El cura, José María Garbayo, dice que escuchó el estruendo y se la encontró hecha añicos. “No se puede recuperar, tendremos que pedir que nos hagan otra”.

A las pocas horas, la policía se llevaba otra vez detenido a Naoufal, mientras su cuñado, conocido como ‘el Rifi’, buscaba abogado en Tudela. La traca final estaba por llegar. En la tarde del miércoles, cuando el pueblo entero todavía comentaba los destrozos, Garbayo entró a la iglesia nueva para oficiar una misa en la que rezar por lo sucedido y se llevó un nuevo susto: el patrón del pueblo, San Bartolomé, yacía estampado y decapitado frente al altar.

San Bartolomé, patrón de Ribaforada, yace decapitado frente al altar.
San Bartolomé, patrón de Ribaforada, yace decapitado frente al altar.
La cruz de la iglesia vieja de Ribaforada, de 400 años de antigüedad, destrozada en el suelo.

La cruz de la iglesia vieja de Ribaforada, de 400 años de antigüedad, destrozada en el suelo.

El cura hizo repicar las campanas durante casi una hora para avisar a todo el pueblo del último acto vandálico. “A San Bartolomé le quitaron la piel en vida y ahora este tío le corta la cabeza”, lamentaba el cura de Fontellas minutos después de conocer la noticia.

Orígenes
Nahimet, hermana de Naoufal y mujer del Rifi, vive también en Ribaforada, en un espacioso apartamento situado en un cuarto piso sin ascensor, donde nos recibe muy nerviosa. Lleva 15 años en Navarra, tiene nacionalidad española y un hijo adolescente que acude al instituto del pueblo. Dice que está aterrada y que su mayor miedo es que extraditen a su hermano y acabe en una cárcel marroquí. “Se volvió loco de golpe. Empezó a hacer cosas raras, a quedarse tirado en la calle y no querer hablar con nadie. Yo me acerqué varias veces y no quería decirme nada. Se negaba a hablar. No pude ayudarlo”.

Según el testimonio de Nahimet, Naoufal creció en Tánger y entró en España con 16 años, en la parte trasera de un camión. Lo descubrieron en la frontera de Ceuta y lo internaron en un CETI hasta que cumplió los 18. Cuando quedó libre, se fue a casa de su hermana y encontró trabajo en las peonadas del campo, “sobre todo en la cebolla”, pero a los pocos meses se cansó de vivir bajo tutela y alquiló una habitación en un edificio cercano por 80 euros. La descripción de los arrendadores concuerda con la de sus familiares: el chaval era un chico tranquilo hasta este verano, cuando empezó a levantarse de madrugada chillando, diciendo que tenía que ganar dinero para mantener a sus cuatro esposas y pagar las deudas.

El auto del tribunal de Tudela que dictó la orden de alejamiento hace un retrato parecido, que también encaja con el testimonio de la propia comunidad islámica: “Una radicalización de carácter religioso, que no viene motivada por consumo de alcohol o drogas, según él mismo manifiesta, ni en principio, salvo mayor comprobación, de alteración mental alguna”. El punto de inflexión, coinciden los investigadores, se produjo durante “un reciente viaje a Marruecos aprovechando las vacaciones estivales”, tras el cual dejó atrás “una vida totalmente normal, sin incidentes conocidos”.

No es la primera vez que la comunidad islámica de Ribaforada hace saltar las alarmas policiales. En la primavera de 2015, se produjo una macro operación en la que decenas de agentes registraron un edificio de protección oficial donde viven muchos marroquíes para llevarse varios ordenadores y teléfonos móviles después de que otro joven, recién llegado de Marruecos, hiciese comentarios antisemitas en un vídeo. El caso, que cogió por sorpresa a todo el pueblo, ha sido recientemente archivado. El propio ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, tranquilizó esta semana a la población de la Ribera de Tudela durante unas fiestas patronales, asegurando que no se ha encontrado ninguna vinculación con el yihadismo organizado.

Escándalo
Tanto en Ribaforada como en Fontellas, la población está indignada por lo que consideran un ataque a sus tradiciones y sus símbolos. Los vecinos, que insisten en que los magrebíes llevan años en el pueblo y nunca han dado problemas (“excepto una vez que uno se cagó en un camión lleno de brócoli”), se quejan del funcionamiento de la Justicia española, que consideran incapaz de atajar el problema, y reclaman que la población musulmana se manifieste junto a ellos para mostrar su repulsa. “Este chaval era muy poca cosa, no tiene ni media hostia. Es un chico bajito y delgado, muy educado, parecía buen chico y se pasaba tardes sentado ahí en un banco”, comentan en el bar J.K., donde clientes españoles y marroquíes cruzan miradas de desconfianza.
Vecinos y una patrulla de la Guardia Civil acuden a la iglesia donde yace decapitado San Bartolomé.

Vecinos y una patrulla de la Guardia Civil acuden a la iglesia donde yace decapitado San Bartolomé.

Ningún comentario es tan descarnado como los de los musulmanes del pueblo. Hassan, vicepresidente de la comunidad islámica de Tudela, insiste en que “no deberían dejarle salir de la cárcel”. “Este chico ya ha demostrado que tiene problemas y es influenciable. Si lo coge alguien y le mete algo en la cabeza, podría ser muy peligroso. Por ahora solo ha hecho daño a símbolos, pero quién sabe”, comenta, minutos antes de una reunión con el alcalde del pueblo para abordar el problema. Según Awar Mouhib, secretario de Taqua, quienes acuden a la mezquita son en su mayoría hombres de mediana edad. “Los chavales no vienen. Están en el bar o por ahí fumando porros”.

Abdelouahed, otro marroquí afincado en Ribaforada, se expresa de manera parecida. “A esta gente hay que encerrarla o matarla, porque si lo mandan a Marruecos va a volver a hacer lo mismo. Allí estas cosas también pasan, pero se actúa duro. El extremismo es una peste y a nosotros nos mata, nos criminaliza a todos. Ahora, cuando me vean así vestido por la calle, los vecinos van a pensar que soy un puto moro por culpa de este. Y yo llevo muchos años viviendo aquí en paz, como dice el islam, educando bien a mis tres hijos para que no pasen estas cosas”.

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