Visitación de la Vírgen María y Su Coronación, por María García de Fleury
por: María García de Fleury
El 31 de mayo se celebra la fiesta de la visitación de María, la que llevó en su seno al salvador del mundo, al rey del cielo y de La Tierra, al creador del mundo al hijo del padre eterno; y fue a visitar a su prima Isabel que estaba esperando un hijo en la vejez, ese hijo iba a ser Juan el Bautista, el último de los profetas antes de la llegada del salvador.
Esta fiesta de la visitación enseña que cualquier pecado es incompatible con la morada del Espíritu Santo en el alma, por eso, cuando María llegó a casa de Isabel, el niño saltó en su vientre recibiendo el Espíritu Santo, y en ese momento Juan quedó limpio de la mancha del pecado original.
La prima Isabel también, bajo la inspiración del Espíritu Santo, proclamó a María como Madre de Dios y bendita entre las mujeres. Al oir esto, María pronunció el sublime himno del El Magníficat, diciendo «Mi alma engrandece al Señor y mi Espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque el poderoso ha hecho grandes cosas en mi, su nombre es santo», y agregó proféticamente, «me llamaran bienaventuradas todas las generaciones».
Esta fiesta la comenzó a celebrar la orden franciscana antes de 1263 el día 2 de julio, y se extendió por toda la iglesia. Desde 1269 la fiesta se movió para el 31 de mayo, entre la solemnidad de la anunciación del Señor el 25 de marzo y el nacimiento de San Juan Bautista el 24 de junio para que coincidiera con los relatos evangélicos.
Muchos celebran este día como el día de la realidad y la santidad de la vida humana en el útero materno. Hay dos oraciones que tienen su raíz en la visitación, el Ave María que es cuando Isabel saluda a María y le dice «bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre», y el Magníficat que se ha convertido en parte de la oración oficial diaria de la iglesia.
Santa Isabel es la patrona de las futuras madres, porque era estéril y por gracia de Dios se convirtió en la madre de San Juan Bautista, quien anunciaría la venida de Cristo.
María era una virgen que no conocía varón y sin embargo esperaba el nacimiento del salvador del mundo. Ambas mujeres se alegraron por los milagros de sus embarazos.
La Madre Teresa de Calcuta decía que en el misterio de la anunciación y de la visitación, María es el modelo mismo de la vida que debemos llevar; en primer lugar acogió a Jesús en su existencia, luego compartió lo que había recibido.
Cada vez que recibimos la sagrada comunión, Jesús, el verbo, se hace carne en nuestra vida, don de Dios que es a la vez bello, bondadoso, único, así la primera eucaristía fue la ofrenda de María de su hijo en ella, en quien había levantado el primer altar. María es la única que puede afirmar con absoluta confianza «esto es mi cuerpo», desde ese primer momento ofreció su propio cuerpo, su fuerza, todo su ser para formar el cuerpo de Cristo.
Coronamos a la Virgen el 31 de mayo porque María empezó a ser reina en el momento mismo en que concibió por obra del Espíritu Santo a Jesucristo como rey. Coronándola reina los fieles proclamamos el reinado de María, en particular sobre los corazones de todos los fieles a Dios, y amigos, con Dios ¡siempre ganamos!