+VIDEO | La historia de Garabandal
Agencias
“En aquellos días, levantándose María, se fue presurosa a la montaña”. Lc. 1, 39
Nos encontramos ante la más hermosa historia acontecida desde los tiempos en que Jesús y María habitaban entre los hombres aquí en la tierra.
¿Dónde está y qué es Garabandal?
Garabandal es una aldea aislada, de unos 300 habitantes, en las montañas del Cantábrico, al noroeste de España. Es un lugar de sobrenatural serenidad y belleza.
El 18 de junio de 1961, cuatro niñas: Conchita González, Jacinta González, Mari Loli Mazón (las tres de 12 años) y Mari Cruz González (de 11 años), jugaban en las cercanías de la aldea, cuando oyeron un sonido como de trueno. Asustadas, levantaron las cabezas para ver de dónde venía el ruido. De repente, vieron delante de ellas la hermosa figura de un Ángel resplandeciente. Tras unos breves instantes y sin haber pronunciado palabra, desapareció. Durante los días siguientes se repitieron las visitas del Ángel que, en silencio, las miraba y sonreía. Los habitantes de Garabandal comenzaron a reunirse con las niñas al caer de la tarde para rezar el rosario a la espera de la aparición.
Finalmente, el 1 de julio de 1961, el Ángel habló a las niñas y les dijo: «¿Sabéis por qué he venido? Debo anunciaros que la Virgen Santísima se os aparecerá mañana como Nuestra Señora del Monte Carmelo». Llenas de alegría, las cuatro niñas a la vez exclamaron: «¡Que venga pronto!»
El 2 de julio, fiesta de la Visitación en aquel entonces, hacia las seis de la tarde, las muchachas estaban en la «calleja», cuando la Virgen se apareció con el niño Jesús y dos ángeles. A uno de los ángeles le reconocieron como el que se les había estado apareciendo, que después fue identificado como S. Miguel Arcángel, y el otro parecía idéntico. Había más arriba, y a la derecha, un ojo que las muchachas llamaron el ojo de Dios. Sin miedo alguno, las niñas comenzaron a hablar con la Virgen. Hablaban sobre sus familias y el trabajo que hacían en casa o en los campos y la Virgen sonreía. Conchita dijo que era como si su Madre hubiera estado ausente durante un viaje y acabara de volver. Rezaron el rosario con la Virgen, y Ella les enseñaba a rezarlo bien.
Cuando la Virgen dijo que se tenía que marchar, las pequeñas le insistían para que no se fuera. Ella, para consolarlas, les prometió volver al día siguiente.
Y volvería aún, no sólo al día siguiente, sino en centenares de encuentros, en ocasiones varias veces a lo largo del día y de la noche.
Las niñas sabían perfectamente cuándo iban a tener aparición, gracias a lo que ellas mismas denominaban «las llamadas». Recibían tres «llamadas», que consistían en una alegría creciente que precedía y anunciaba la aparición. A la tercera «llamada», la alegría era tan grande que salían corriendo desde donde estuvieran hacia el lugar de la aparición, llegando casi simultáneamente y donde caían repentinamente de rodillas y en trance extático.
En agosto de 1961 comenzaron las marchas extáticas, las niñas comenzaron a caminar en éxtasis hacia delante y hacia detrás a través de la aldea, con sus ojos fijos todo el tiempo en lo alto.
Al comienzo de las apariciones, para hacer reír al Niño Jesús que Nuestra Madre del Cielo a veces traía en brazos, las niñas le ofrecían pequeñas piedras. El Niño no tomaba las piedras, pero Nuestra Madre sí. Las besaba y encargaba a las niñas que las dieran a determinadas personas después del éxtasis. Al ver esto, los espectadores comenzaron a dar a las niñas numerosos objetos religiosos para que fueran besados por la Virgen, o los colocaban en una mesa puesta a un lado para este propósito en los hogares de las niñas, cuando ellas no estaban presentes. No había manera de que ellas supieran a quién pertenecía cada artículo. Aún así, en éxtasis, la cabeza siempre alzada con los ojos fijos en el cielo, guiadas sólo por su visión, nunca se equivocaban en las miles de veces que devolvieron rosarios, medallas, anillos de boda u otros artículos a sus legítimos dueños. Entre los objetos, apareció un día una polvera.Las mismas niñas se se extrañaron al ver este objeto profano presentado para ser besado por la Virgen y se resistían a ello, pero cuando la Virgen llegó, lo primero que pidió para besar fue la polvera, diciendo que era «algo de su Hijo». Al terminar el éxtasis, la dueña de la polvera desveló que, durante la Guerra Civil Española, aquella polvera había servido para llevar la Eucaristía a escondidas a personas encarceladas que iban a ser ejecutadas.
Durante los éxtasis, nuestras pequeñas protagonistas, llevaban siempre un crucifijo que ofrecían a las personas presentes para que lo veneraran. Por orden de la Virgen solían extender el crucifijo a quien Ella les indicaba. Después de un éxtasis, Conchita se enteró de que todos aquellos a los que había dado a besar el crucifijo eran sacerdotes vestidos de civil. Fueron numerosas las ocasiones en que las niñas en éxtasis reconocieron a los sacerdotes y religiosos vestidos de paisano, sin tener ninguna otra señal para saberlo que lo que les dijera su visión.
Poco a poco, a medida que la noticia fue corriendo de boca en boca, comenzaron a llegar visitantes venidos de fuera del pueblo, de fuera incluso de España, hasta el punto de que pronto llegarán a juntarse de 500 a 3000 personas por día, que se unirán al rezo de los vecinos de Garabandal en espera de la aparición.
Pronto, al lado de las niñas en éxtasis, se vio aparecer a muchos sacerdotes y médicos decididos a probar la verdad o falsedad de las apariciones. Entre los primeros, llegaron a este rincón de la montaña teólogos de prestigio, profesores, sacerdotes diocesanos y religiosos, algunos de ellos con importantes cargos dentro de la Iglesia. Realizaron sus indagaciones a nivel teológico y doctrinal y examinaron la vida de las niñas. Pudieron comprobar que eran niñas perfectamente sanas y equilibradas, sin ansia de espectacularidad, aún cuando no dejarán de tener «cosas de niñas» cuando estaban fuera del éxtasis, lo cual las hacía más normales si cabe. Comprobaron que, en todo el tiempo que duraron las apariciones, las niñas no desatendieron sus obligaciones escolares, ni la ayuda en casa o en las labores del campo, y eso a pesar de que la aparición las hubiera mantenido en vela hasta altas horas de la madrugada, sufriendo muchas veces las inclemencias del tiempo: la lluvia, el frío o la nieve. La misma Virgen les repetía a menudo que fueran obedientes a sus padres. También las animaba a hacer sacrificios, en concreto por los sacerdotes, para que fueran santos, y por los que dudaban, para que siguieran siendo sacerdotes. Les enseñó a tener horror al pecado, ayudándoles a formar su conciencia, respondiendo a las mil preguntas que le ponían las niñas. Las niñas afirmaron que después de ver a la Virgen tenían más ganas de amar a Jesús y a María y de hablar a todos del Señor y de su Madre Santísima. Llama siempre la atención ese trato sencillo y confiado que las niñas tenían con su Madre del Cielo, que hasta jugó con ellas en ocasiones y que con frecuencia las despedía con un beso.
Los médicos, por su parte, comprobaron asombrados los extraños fenómenos físicos que acompañaban a los éxtasis. Durante estos, la insensibilidad al dolor era total, aun cuando se les pinchase con agujas o incluso se les quemase con cigarrillos. Sus cuerpos adquirían un peso extraordinario que hacía imposible levantarlas u obligarlas a hacer el más mínimo movimiento de sus miembros. Sus ojos abiertos contemplando la aparición eran bombardeados con la luz de focos potentes y de flashes sin que la expresión de sus rostros fuera perturbada. Corrían hacia el lugar de su visión llegando antes que nadie, incluso de jóvenes fuertes y entrenados, y llegaban sin señales del esfuerzo físico realizado, mientras que los demás lo hacían ahogados y sudorosos. Caían de rodillas estrepitosamente sobre las rocas sin hacerse ningún daño. Caminaban en éxtasis hacia delante y hacia detrás por las callejuelas mal empedradas de la aldea o incluso campo a través, con la cabeza totalmente alzada, sus ojos fijos en lo alto todo el tiempo, sin ver por dónde iban y sin caerse ni tropezarse nunca. Nada de esto tiene una explicación natural.
Entre los muchos sacerdotes que subieron a Garabandal para estudiar los hechos estaba el P. Luis Mª Andreu, jesuita, que subió a Garabandal junto con su hermano, el también jesuita P. Ramón Andreu, movidos ambos más por la curiosidad que por la esperanza de encontrar cosas serias. Lo que vieron les convenció bien pronto de la verdad de lo que contaban las niñas. El 8 de agosto 1961 el P. Luis Mª Andreu hizo una segunda visita a Garabandal. Por la noche, al entrar las niñas en éxtasis, se colocó cerca de ellas para observarlas con detenimiento. De repente, los que estaban con él pudieron ver cómo una indescriptible emoción invadía al Padre. Su rostro cambió de aspecto y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. De repente, gritó: «¡Milagro, milagro, milagro, milagro!». En el coche que le llevaba de regreso a su residencia esa misma noche, sus compañeros de viaje se quedaron impresionados por la alegría que desbordaba al Padre y por la seguridad con la que hablaba de los hechos de Garabandal. Repetía emocionado: «¡Qué contento estoy! ¡Qué regalo me ha hecho la Virgen! ¡Vaya suerte tener una Madre así en el Cielo! Yo no puedo tener la menor duda sobre la verdad de las visiones. ¡Hoy es el día más feliz de mi vida!» Después de esta última frase quedó en silencio. «¿Padre, le pasa algo?» El P. Luis Mª Andreu había muerto. Era un hombre todavía joven al que no se le conocía ninguna enfermedad. La Virgen dijo a las niñas que el día 8 de agosto, el P. Luis Mª Andreu, no sólo la había visto a Ella, sino que había tenido también una visión del Gran Milagro que vendría.
¿De qué Milagro estaba hablando la Virgen? En octubre de 1961, la Virgen comunicó a Conchita el Gran Milagro, más tarde también lo comunicó a las otras tres. Conchita dice que será un jueves a las 8.30 h. de la tarde y durará un cuarto de hora; pero una señal quedará visible en los pinos hasta el final de los tiempos. Coincidirá con un gran evento eclesial. Sanarán los enfermos que estén allí, los pecadores se convertirán y los incrédulos creerán. Conchita sabe la fecha del Milagro y lo anunciará con ocho días de anticipación.
Antes del Gran Milagro habrá un aviso sobrenatural que vendrá directamente de Dios para prepararnos.
El aviso se verá en el Cielo en todo el mundo y será sentido por todos, cualquiera que sea su condición y conocimiento de Dios, exactamente al mismo tiempo. Será una experiencia terrible pero para el bien de nuestras almas porque veremos en el interior de nosotros mismos, en nuestra conciencia, el bien y el mal que hemos hecho. Dios desea nuestra salvación. Por eso, el aviso no tiene como finalidad el temor sino que nos acerquemos más a Él y tengamos más fe.
Si después del Milagro el mundo no cambia vendrá un castigo. Dice Conchita: «El Castigo, si no cambiamos, será horrible. Nosotras, Loli, Jacinta y yo, lo hemos visto; pero yo no puedo decir en qué consiste, porque no tengo permiso de la Virgen».
Un día importante, sin duda, en la historia de las apariciones de nuestra Señora en Garabandal fue el 18 de octubre de 1961, fecha en que la Virgen dio permiso a las niñas para comunicar a todos su primer mensaje. La fuerte lluvia, que no cesó en todo el día, no desanimó a las miles de personas que ese día llegaron hasta Garabandal. Al caer la tarde, en los Pinos, las niñas leyeron el texto del mensaje: «Hay que hacer muchos sacrificios, mucha penitencia, visitar al Santísimo, pero antes tenemos que ser muy buenos. Y si no lo hacemos nos vendrá un castigo. Ya se está llenando la copa y si no cambiamos nos vendrá un castigo muy grande». Con sencillez de madre, María Santísima daba a sus hijos las indicaciones que estos necesitaban oír para bien de sus almas. Si no tomamos el camino de la Cruz, si la Eucaristía no es el centro de nuestras vidas y de cada uno de nuestros días, si no somos buenos, si no nos convertimos, el Señor no tendrá más remedio que intervenir para que comprendamos la importancia de lo que está en juego, nuestra salvación.
Tras la comunicación de este primer mensaje, las niñas pedían con frecuencia a la Virgen que hiciese un milagro para que la gente creyese en las apariciones. Cuando en el pueblo no iba a haber misa, para que las niñas no quedaran sin comulgar, el mismo San Miguel venía para darles la comunión. Un día, San Miguel comunicó a Conchita que en una de esas ocasiones en que él le traía la comunión, la forma se haría visible en su lengua. A Conchita no le pareció un gran milagro porque ella pensaba que la forma era siempre visible a los presentes. Cuando llegó el día, que había sido anunciado por Conchita quince días antes, había cientos de personas en el pueblo. En la noche del 18 al 19 de julio de 1962, a la una y media de la madrugada, ocurrió el milagro, un milagro precisamente eucarístico. Parece lo justo, dado que ayudarnos a profundizar en el amor y veneración por la Eucaristía parece una de las claves de lo que la Virgen vino a hacer a Garabandal. Uno de los presentes pudo grabar algunos instantes en vídeo donde se ve la forma blanca aparecer en la boca de Conchita.
Durante los dos primeros años, las manifestaciones del Cielo se multiplicaban sin parar. A partir de 1963, las niñas ya no tuvieron tantas apariciones como al principio, y a veces el Cielo se comunicaba con ellas a través de locuciones interiores, que ellas sentían pronunciar en su alma por la Virgen y en alguna ocasión por el mismo Señor. A pesar de eso, las peregrinaciones seguían fluyendo hacia Garabandal con un aumento notable en el número de peregrinos procedentes del extranjero. Al apartado pueblo de la montaña llegaban auténticas personalidades del mundo eclesial, periodistas de importantes medios, diplomáticos, empresarios, escritores… Se dieron casos de conversiones notables y curaciones de índole físico y espiritual. En Garabandal, la Virgen parece especializada en sanar los corazones y las almas.
El segundo mensaje de la Virgen llegó pocos meses antes del fin de las apariciones, el 18 de junio del 1965. Es San Miguel el encargado de comunicar el mensaje a Conchita de parte de la Virgen. Las lágrimas ruedan por el rostro de la muchacha a medida que él va hablando. «Como no se ha cumplido y no se ha dado mucho a conocer mi mensaje del 18 de octubre de 1961, os diré que este es el último. Antes, la copa se estaba llenando, ahora, está rebosando. Muchos cardenales, obispos y sacerdotes van por el camino de la perdición, y con ellos llevan a muchas más almas. A la Eucaristía cada vez se le da menos importancia. Debéis evitar la ira del buen Dios sobre vosotros con vuestros esfuerzos. Si le pedís perdón con alma sincera, Él os perdonará. Yo, vuestra Madre, por intercesión del Ángel San Miguel, os quiero decir que os enmendéis. ¡Ya estáis en los últimos avisos! Os quiero mucho y no quiero vuestra condenación. Pedidnos sinceramente y nosotros os lo daremos. Debéis sacrificaros más. Pensad en la Pasión de Jesús». El mensaje, breve en palabras, era verdaderamente largo en contenido y no hacía sino describir la dolorosa situación que estaba viviendo la Iglesia Católica, a punto de concluir el Concilio Vaticano II. Pocos meses después de la comunicación de este segundo mensaje, Pablo VI publicaría la encíclica Mysterium Fidei, en la que el Pontífice expresaría precisamente su grave preocupación por la confusión doctrinal respecto al mayor tesoro que la Iglesia posee, la Eucaristía. Pero, el 18 de junio de 1965, Conchita no podía conocer lo que estaba sucediendo, porque la crisis de doctrina y culto que comenzaba a estallar en el seno de la Iglesia, apenas había llegado a España, y menos a esa aldea perdida en la montaña. De igual manera, la gran crisis sacerdotal todavía no se podía ni imaginar, y sin embargo pronto se convertiría en motivo de nuevo y profundo sufrimiento para el sucesor de Pedro y para toda la Iglesia.
El 13 de noviembre de 1965 fue para Conchita un día de alegría y tristeza mezcladas. Subió sola a los Pinos, bajo la lluvia. María Santísima se apareció de nuevo a la joven. Venía con el Niño, muy sonriente, pero esta vez sería la última. La Virgen, dirigiéndose a Conchita, dijo: «¡Háblame, Conchita, háblame de mis hijos! A todos los llevo debajo de mi manto (…) Os quiero mucho y deseo vuestra salvación (…) Pon de tu parte todo lo que puedas y nosotros te ayudaremos. Esta será la última vez que me verás aquí, pero estaré siempre contigo y con todos mis hijos. Conchita, debes visitar más a mi Hijo en el Sagrario. ¿Por qué te dejas llevar de la pereza para no visitarle? Él os está esperando día y noche». Conchita dijo a la Virgen: «¡Qué feliz soy cuando os veo. ¿Por qué no me llevas ahora contigo?». Ella le contestó: «Acuérdate de lo que te dije el día de tu santo. Cuando te presentes delante de Dios tienes que mostrarle tus manos, llenas de obras hechas por ti a favor de tus hermanos y para gloria de Dios. En este momento tienes las manos vacías».
Así terminaron las manifestaciones visibles de nuestra Señora en Garabandal. Los momentos felices que las niñas habían pasado con su Madre Celestial habían terminado, pero sentían aún su presencia y los efectos dejados en su alma. Conchita dijo de las apariciones: «Me dejaron el alma llena de paz y alegría y de un gran deseo de vencer mis defectos y de amar al Señor y a su Madre Santísima con todas mis fuerzas».
Son los mismos efectos que nuestra Madre del Cielo quiere dejar en las almas de todos sus hijos: la certeza de tener una Madre muy cercana que vela por nosotros, el deseo de conversión que nace en el alma que medita la Pasión, el amor y la veneración por el tesoro más precioso que posee la Iglesia: la Eucaristía. María Santísima estará siempre con todos sus hijos. Lo que prometió a Conchita en esa última aparición nos lo promete a nosotros: “Nosotros te ayudaremos. Yo estaré siempre contigo y con todos mis hijos».