+VIDEO | El culto caraqueño al Nazareno de San Pablo, tradición de siglos - 800Noticias
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Agencias

La historia del Nazareno de San Pablo es la de una de las advocaciones más grande de Venezuela.

Según Monseñor Henry Padilla, antiguo párroco de la Basílica de Santa Teresa, “bajar el Nazareno desde su nicho para un lugar mucho más cercano a la vista de los fieles es como hacer sentir en nosotros la cercanía de la misericordia de Dios, expresada en la entrega de su hijo Jesucristo en la cruz que muere para salvarnos”.

Las circunstancias del país, ahora agravadas por la falta de agua y luz, han agregado peso a las ya insoportables cargas en las espaldas de los venezolanos. A esta devoción al Nazareno de San Pablo, la más caraqueña y profunda de cuantas anidan en el alma venezolana, acude el pueblo cada Semana Mayor para confiarle anhelos, angustias y esperanzas.

Esta vez, es el propio Nazareno –por vez primera, ya que no se estila con esta figura- el que “baja” de su lugar de honor en la emblemática basílica, en pleno centro de Caracas, para acercarse a sus devotos en inequívoco gesto de amor y misericordia.

Origen de la tradición

La imagen del milagrísimo Nazareno fue consagrada el 4 de julio de 1674 por fray González de Acuña y recibió culto en la capilla de San Pablo.

Una versión sobre su origen señala que, si que se conozcan los motivos, la estatua atravesó el Atlántico y fue traída a Caracas e instalada en la capilla de San Pablo (actual Teatro Municipal) hasta 1887, cuando se construyó la Basílica de Santa Teresa, su actual santuario.

Otra versión atribuye la imagen a un emigrante canario radicado en la localidad de Carayaca, hoy parroquia del estado Vargas, y quien utilizó madera de cedro para moldear el rostro de Jesús: “Porque un día tu padre nos hizo a su imagen y semejanza, pero no igual a él”.

CARACAS

Según la tradición, al emigrante de nombre Felipe de Ribas le habló la imagen del Nazareno cuando le dijo: «¿Dónde me has visto que tan perfecto me has hecho?». Se dice que también le habla a los fieles mediante la fe para la conservación de la esperanza ante la adversidad.

La historia alucinante del presidente Guzmán Blanco

En 1880 Venezuela es gobernada por el entonces presidente Antonio Guzmán Blanco y producto de su enemistad con la Iglesia católica manda a derribar el templo de San Pablo para construir en ese lugar la construcción del moderno Teatro Municipal, orden que quedó ejecutada con su inauguración en 1881.

Aquel día de la inauguración Guzmán Blanco, estando de pie en el palco presidencial del teatro, escuchó que la estatua del Nazareno le preguntó: “¿Dónde está mi iglesia?”.

El presidente, consternado, corrió hasta su muy creyente esposa, le contó la aparición y prometió la construcción en honor a Santa Ana y Santa Teresa de un templo, hoy conocido como Basílica de Santa Teresa, que se convertiría definitivamente en el hogar de la venerada imagen del Nazareno de San Pablo.

El Nazareno y la catástrofe del Litoral

Luego de la tragedia de Vargas en diciembre de 1999, cuando ocurrió el devastador deslave de tierra y lodo provocado por torrenciales lluvias, surgieron historias sobre hechos inexplicables. Entre esas historias se difundió que el Nazareno de San Pablo se estaba inclinando cada vez más.

Más de un feligrés asegura que el Nazareno está cada vez más inclinado, aquejado por los males del mundo, por problemas o sufrimientos de sus fieles. De hecho, hasta se han hecho cálculos sobre  cuántos centímetros se inclina cada año.

CARACAS

La devoción más profunda

Lo cierto es que la devoción por el Nazareno es la más icónica de nuestra Semana Santa. Desde la colonia fue la principal procesión. En todas las iglesias había una imagen, pero la del Nazareno de San Pablo fue la más venerada.

Para su procesión, cada Miércoles Santo, el Nazareno es vestido con una túnica morada bordada con hilo de oro, con los símbolos de la pasión, y adornado con perlas, sortijas y otras joyas dignas de tal celebración, además de las orquídeas que suelen adornar la figura.

La basílica es muy concurrida. Llegan no solo los capitalinos sino gente de todo el país, además de turistas extranjeros, quienes se acercan al Nazareno con velas encendidas para “iluminar” sus peticiones  expresar su agradecimiento a esta divina figura.

Al Nazareno se le atribuyen tantos milagros que resultaría imposible documentarlos. Hoy la fe en esta advocación de Cristo se acrecienta y continúa convocando a cientos de miles de venezolanos que lo acompañan en procesión.

Acuden multitudes vestidas del color morado-nazareno a pagar promesas. Ríos de gente asisten a las misas, una detrás de otra, oficiadas por obispos y sacerdotes de todas las procedencias. La fe en el Nazareno es poderosa, imbatible y parece aumentar con el paso de los años, más hoy cuando las penurias y dramas de los venezolanos nos acercan más a su estoica figura.

Esta fe tiene un arraigo de siglos

Para 1696 la población de Caracas sufría de la peste del vómito negro o escorbuto. La imagen fue llevada a la iglesia San Pablo Ermitaño y de ahí en procesión a las calles capitalinas.

Según cuenta la leyenda popular en su recorrido, justo en la esquina de Miracielos, la santa imagen tropezó con un limonero (árbol de limones), enredándose su cruz. Cual lluvia sagrada, comenzaron a llover un sin fin de estos frutos cayéndose al suelo, lo cual fue interpretado por los devotos como una señal divina.

“¡Milagro!, ¡milagro!”, gritaron los presentes. La gente tomó el acontecimiento como una señal divina y se apresuraron a hacer infusiones con los limones para dar de tomar a los enfermos. La peste paró y los enfermos sanaron rápidamente.

De manera que igual que a otras tradiciones de nuestra Semana Santa, a la figura del Nazareno de San Pablo lo acompañan su propio mito, leyendas e historias verdaderas, lo que explica la fe que le profesan los caraqueños. Es una imagen que une a millones, detrás de la cual cada Miércoles Santo los feligreses caminan con devoción y esperanza.

Un poema que el pueblo recita de memoria

Inspirado en estos testimonios de la fe criolla, nuestro insigne y querido poeta Andrés Eloy Blanco escribiría su poema “El limonero del Señor”:

En la esquina de Miracielos

agoniza la tradición.

¿Qué mano avara cortaría

el limonero del Señor…?

Miracielos; casuchas nuevas,

con descrédito del color;

antaño hubiera allí una tapia

Y una arboleda y un portón.

 

Calle de piedra; el reflejo

encalambrado de un farol;

hacia la sombra, el aguafuerte

abocetada de un balcón,

a cuya vera se bajara,

para hacer guiños al amor,

el embozo de Guzmán Blanco

En algún lance de ocasión.

 

En el corral está sembrado,

junto al muro, junto al portón,

y por encima de la tapia

hacia la calle descolgó

un gajo verde y amarillo

el limonero del Señor.

Cuentan que en pascua lo sembrara,

el año quince, un español,

y cada dueño de la siembra

de sus racimos exprimió

la limonada con azúcar

Para el día de San Simón.

 

Por la esquina de Miracielos,

en sus Miércoles de dolor,

el Nazareno de San Pablo

Pasaba siempre en procesión.

 

Y llegó el año de la peste;

moría el pueblo bajo el sol;

con su cortejo de enlutados

pasaba al trote algún doctor

y en un hartazgo dilataba

su puerta «Los Hijos de Dios».

 

La Terapéutica era inútil;

andaba el Viático al vapor

Y por exceso de trabajo

se abreviaba la absolución.

 

Y pasó el Domingo de Ramos

y fue el Miércoles del Dolor

cuando, apestada y sollozante,

la muchedumbre en oración,

desde el claustro de San Felipe

hasta San Pablo, se agolpó.

 

Un aguacero de plegarias

asordó la Puerta Mayor

y el Nazareno de San Pablo

salió otra vez en procesión.

En el azul del empedrado

regaba flores el fervor;

banderolas en las paredes,

candilejas en el balcón,

el canelón y el miriñaque

el garrasí y el quitasol;

un predominio de morado

de incienso y de genuflexión.

 

—¡Oh, Señor, Dios de los Ejércitos.

La peste aléjanos, Señor…!

 

En la esquina de Miracielos

hubo una breve oscilación;

los portadores de las andas

se detuvieron; Monseñor

el Arzobispo, alzó los ojos

hacia la Cruz; la Cruz de Dios,

al pasar bajo el limonero,

entre sus gajos se enredó.

Sobre la frente del Mesías

hubo un rebote de verdor

y entre sus rizos tembló el oro

amarillo de la sazón.

 

De lo profundo del cortejo

partió la flecha de una voz:

—¡Milagro…! ¡Es bálsamo, cristianos,

el limonero del Señor…!

 

Y veinte manos arrancaban

la cosecha de curación

que en la esquina de Miracielos

de los cielos enviaba Dios.

Y se curaron los pestosos

bebiendo el ácido licor

con agua clara de Catuche,

entre oración y oración.

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