Entrar al Hospital de Niños es desnudar la crisis que sufre Venezuela desde hace más de diez años, pero que en el último lustro se ha acentuado. La seguridad del recinto médico es extrema. Solo ingresan los pacientes con sus familiares, el personal médico y el administrativo, el resto debe aguardar en el patio o en lugares adyacentes. Todo el acceso está milimétricamente controlado. El centro está blindado. Al régimen no le interesaba testigos incómodos de lo que está sucediendo en el J.M. de los Ríos. Sin embargo, ABC logró acceder a sus instalaciones.
Durante tres horas recorrí el centro y pude comprobar lo devastador de su situación, y hablar con algunas de las familias que sufren el via crucis de las deficiencias y carencias del hospital. En él han muerto en las últimas semanas seis niños: cuatro de ellos esperaban trasplante de médula ósea, y otros dos por falta de respuesta en urgencias para suministrar medicamentos.
Escucho a doctores y enfermeras. Conversan entre ellos sobre la ayuda humanitaria que apenas llega al hospital, de los medicamentos que faltan y de lo que les han prometido que llegará. Entre susurros se quejan y se lamentan. Tienen miedo de que los escuchen, pero sienten impotencia por lo que sucede con los niños, «sus niños». Algunos de ellos han recibido amenazas por manifestarse contra las muertes de los pequeños pacientes.
Un hospital de 1940
Las causas de las muertes de estos seis niños derivaron de los múltiples fallos que presenta el J.M de los Ríos. «Fueron las continuas y habituales deficiencias que hay en el hospital. Trabajar ahora es como hacerlo en 1940 o 1950, porque no tenemos laboratorios, no hay Rayos X, no se pueden hacer tomografías, ni resonancias. Mucho menos pensar que se encontrarán medicamentos», cuenta preocupado a ABC un médico del centro sanitario, que pide no ser identificado por seguridad.
Giovany Figuera , de 6 años; Robert Redondo , de 7 años; Yeidelberth Requena , de 8 años; y Erik Altuve , de 11 años, cerraron sus ojos para siempre a finales de mayo. Sus muertes ocurrieron una tras otra y la noticia causó consternación en toda la población y trascendió a nivel internacional. Médicos y familiares aseguran que estas pérdidas pudieron evitarse y culpan al régimen venezolano por la indiferencia y la negligencia en los casos. Todos ellos eran parte de un grupo de 30 niños que esperaban trasplante de médula ósea.
«Esos niños que murieron tenían grandes posibilidades de recuperarse», comenta Ani Camacho, madre de Zabdiel Amaya , un niño de cinco años que fue diagnosticado con leucemia linfoblástica aguda cuando tenía dos años de edad. «Mi hijo es muy pequeño para entender que ellos no estarán más con nosotros. Nosotros los conocimos y compartimos porque iniciamos este proceso juntos. Me pregunto si me tocará pronto pasar por lo mismo que esas madres», agrega afligida.
Zabdiel es un paciente infantil que ingresa al hospital cada 15 días para recibir quimioterapia, y cada dos meses acude para una punción lumbar. Diariamente toma una pastilla, pero desde su hogar mantiene su lucha contra la muerte. En 2018 tuvo una recaída extramedular y los médicos informaron que debía ser trasplantado. Aún espera que eso ocurra.
El recorrido por el Hospital de Niños y conocer las carencias que sufre es desolador. El centro hospitalario ha perdido la capacidad de resolución en muchas áreas. La terapia intensiva está a punto de desaparecer. De once camas, solo dos están disponibles. El éxodo de profesionales de la salud también ha dejado heridas profundas. Solo cuentan con 90 de las 420 camas de hospitalización. De las nueve salas de quirófanos, operan apenas dos; mientras que de las catorce máquinas para diálisis, solo siete prestan servicio.
Y el deprimente escenario sigue. Son pocos los ascensores que funcionan dentro del hospital, el área de infectología, reinaugurada el año pasado, tiene filtraciones severas de aguas negras; y podemos leer un letrero escrito a mano, pegado en la puerta del servicio de Rayos X, que informa que no está disponible. A esto se suma la dieta deplorable que se suministra a los pacientes, restringida a arroz o pasta.
«El centro pasó de ser un hospital con estructuras y especialidades de tipo cuatro, según la clasificación internacional, a un hospital de tipo dos», explica a ABC el doctor y exdirector del J.M. de los Ríos, Huníades Urbina.
Y seguimos explorando. El piso tres del edificio de hospitalización tiene zonas inservibles. Una de las áreas sufrió un incendio hace cinco años y siguen ahí los vestigios del desastre. Otra parte de ese nivel es aún más atroz. Las salas que deberían estar habilitadas para los pacientes, solo están ocupadas por los escombros y la desidia. Un cementerio de camas clínicas, pasillos espeluznantes, equipos médicos cubiertos de polvo y puertas rotas no son precisamente un escenario de una película de terror.
Cuestión de fe
Rosa Colina sabe que la acuciante crisis de Venezuela le ha restado probabilidades para que su hija cumpla su tratamiento. «Ha sido bastante difícil porque no solo ha sido ver cómo falla el servicio sanitario sino que todo nos afecta emocionalmente», afirma la madre de Cristina Zambrano.
Cristina, de 17 años , también es paciente del servicio de hematología del Hospital J.M. de los Ríos. Desde que nació padece de talasemia, y aunque de momento no necesita hacerse quimioterapia, debe tratarse con quelante para disminuir los niveles de hierro que ella acumula en sus órganos por ser una paciente politransfundida. Pero ese medicamento no existe en Venezuela.
Para ver el video del Hospital JM de los Ríos y la información completa, ingresar a -> ABC