Slow Down; el método que recomiendan para desacelerar tu vida
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Suena el despertador. Has dormido regulín y poco. Lo apagas de mala manera, pero no tienes opción y hay que levantarse, ir a trabajar, sobrevivir a atascos, ruidos, gritos, plazos que terminaron ayer, atender llamadas, responder mails, sacar proyectos adelante… Con la lengua fuera, llegas a recoger a los niños, jugar, hacer deberes o a discutir con tus adolescentes. Poner una colada, dos o tres, cocinar, cenar y, una vez más, preparar el táper para el día siguiente, acostarte a las mil, dormir lo que se pueda hasta que nuevamente suena el despertador. Todo aderezado con dosis de estrés, ansiedad, angustia, culpa, y agotamiento. Así contado, parece una locura, pero ¿a qué te suena familiar?
Ana González y José Mendiola eran de ese tipo de personas que vivían a toda máquina. Hasta que, cada uno y a su manera, dio el frenazo. ¡A él, fue la salud la que dijo stop! «Ese toque de atención fue el primer detonante», recuerda. «Me hizo reconsiderar todos los valores y la estructura de vida que heredamos en el software que nos inocula la sociedad». En el caso de ella, el colapso fue progresivo. «Yo era estrés en estado puro. Altibajos emocionales, falta de sueño, escaso o nulo cuidado del cuerpo y mi salud», recuerda. El punto crítico fue una baja laboral por estrés. «Ese fue mi reset».
José dio un giro y se volcó en fundar su proyecto más íntimo y personal: SSlow, una marca centrada en moda y productos slow life. Ana practica y divulga este estilo de vida lento en su blog y redes sociales como @Hendayastyle. Unos años más tarde, se encontraron para escribir a cuatro manos El arte de vivir más lento (Alienta Editorial, 2024), en el que reúnen las razones por las que nuestro cuerpo pide a gritos un cambio radical, que paremos y que nos vacunemos contra esa epidemia que es la vida acelerada. Y la forma de desactivarla. ¿Se puede vivir más despacio, por favor?
¿Qué es la slow life?
«Vivir despacio tiene un único fin: disfrutar de tu tiempo y con él, de tu vida», opinan los autores. Una razón de suficiente peso y es que la vida lentano se mide en cantidad, sino en calidad. «Disfrutar de los instantes, sonreír, aunque, a veces, cueste, caminar lento, levantar la mirada y observar las fachadas mientras paseas, mirar por la ventana cuando llueve», y así con todo: masticar cada bocado, hacer ejercicios de respiración al levantarte… Y, si bien son acciones sencillas, convengamos que también poco practicadas.
«El movimiento slow life, también conocido como slow living o vida lenta, es una filosofía que busca desacelerar el ritmo de vida moderno y volver a conectar con uno mismo, con la naturaleza y con las personas que nos rodean. Surgió en Italia en la década de los ochenta como una reacción a la globalización y a la cultura de la inmediatez y el consumo desmedido», explican en el libro. Todos los movimientos slow como slow food, slow fashion o slow travel, entre otros, son parte de lo mismo y su esencia es conectar (y reconectar).
La vida Fast que te impide bajar el ritmo
No descubrimos la pólvora si te decimos que desacelerar es beneficioso. «La slow life origina una reducción de nuestro nivel de estrés, más tiempo para dedicarnos a actividades que nos llenan y conectan con nosotros mismos, y una mayor capacidad para disfrutar del momento presente, sin preocuparnos tanto por el futuro», mencionan los autores.
Uno de los obstáculos es creer todavía en que somos multitarea. «La realidad científica sugiere lo contrario: aunque los humanos pueden gestionar múltiples tareas simultáneamente, la eficacia de esa acción depende del tipo de labor y de nuestras habilidades». Los expertos explican que nuestro cerebro no está preparado para ello y, en lugar de procesar estas tareas, lo que hacemos es cambiar rápidamente entre ellas. «Tratar de ser multitarea puede provocar estrés y frustración, pues al intentar abordar varios quehaceres al mismo tiempo, es normal que cometamos errores y que nuestro rendimiento no sea óptimo», dicen.
El método Slow Down: los pasos para empezar a desacelerar
Cada vez hay más personas que consideran seguir una filosofía slow, recuperar el enfoque, fortalecer la conexión con el presente, cultivar las relaciones personales y resucitar los valores. Para conseguirlo, González y Mendiola nos cuentan cuatro fases del método Slow Down.
1. Priorizar: define qué es lo más relevante para ti
«Simplificando el concepto, priorizar quiere decir algo así como que hagas primero lo que es más importante para ti y dejes como secundario todo lo que no te va a llevar a cumplir tus objetivos, ser la mejor versión de ti mismo o sentir que tu día sea realmente bueno», describen los autores.
Pero, en ocasiones, la dificultad está en que no sabemos cuáles son nuestras prioridades. Y es que, lo cierto, es que no nos han enseñado a autoconocernos. «Siempre el objetivo era pensar en los demás y escucharnos a nosotros mismos era de egoístas o egocéntricos», escriben González y Mendiola. «Vivimos en una época tan rápida y desconectada que ni siquiera sabemos cómo somos».
El miedo al silencio es otro de los aspectos que los autores consideran importante que hay que derribar. «No sabemos estar en silencio. Pódcast, audiolibros, televisión o radio, cualquier cosa con tal de no escuchar a la mente ni al cuerpo». Desconectar las notificaciones del móvil, mantener el televisor apagado salvo que quieras ver algo en concreto, seleccionar el contenido en redes y comunicarte solo con quien te aporte algo, son algunas de sus sugerencias.
La calma parece una condición obvia para aprender a priorizar, pero todos los pensamientos, preocupaciones y rumiaciones nos quitan un espacio enorme en el cerebro. Todas las emociones son maravillosas, incluso las negativas, dicen en el libro. Pero para sentirlas hay que darles espacio y sosiego. Aquí, la meditación puede ayudar.
2. Simplificar: Reduce la cantidad y gana calidad
Se trata de reducir objetos, personas, tareas y compromisos. El concepto casa bien con el minimalismo, el esencialismo, la austeridad, «todo lo que signifique centrarse en lo esencial y olvidar lo superfluo», reflexionan los autores, quienes creen que ya no sabemos vivir con sencillez, quizá como herencia de nuestro cerebro primario, que hace uso de su instinto de supervivencia, acumulando hoy en previsión de futuras carencias. Pero ¿realmente es necesario que tengamos tanto de todo? La reducción deberá estar marcada por tus principios, tus valores y necesidades y según ellos, grábate a fuego que tus planes sean sencillos; eliminar el reloj en las vacaciones, pensar (y organizar) en las comidas y tareas domésticas una vez a la semana; apartar la idea de que no hacer nada está mal y no salgas sin ganas, por miedo a decir que no, entre otras decisiones.
Simplificar también es deshacerte de aquello que no usas: dónalo, regálalo, reutilízalo o tíralo, pero no acumules cosas innecesariamente.
3. Planificar: Pasea lentamente por tu camino
Los autores nos recomiendan quitarnos de la cabeza una idea rígida y estática de la palabra planificar. «La planificación es una guía, un timón con el que mantener el rumbo, pero hay que fluir, adaptarse a las nuevas circunstancias», ser flexibles por si hay cambios y encontrar el equilibrio.
La idea troncal que se plasma en el libro es «saber dónde vas y cómo te planteas llegar a ese punto». Pero esto no significa echarle más horas al trabajo u obsesionarte con el perfeccionismo extremo. Recuerda que la vida lenta es poder darte cuenta del camino por el que vas avanzando, ir cumpliendo cada paso, uno detrás de otro, con tranquilidad y disfrute.
Hay muchas técnicas para organizar todas las actividades de tu día a día. Para empezar, los expertos recomiendan apuntar una lista de mínimos imprescindibles en una agenda, diario o calendario. Por ejemplo, los días de deporte, una noche dedicada a ti, momentos con cada uno de tus hijos, un rato de lectura, un cine, un tardeo…
Por otro lado, contempla las tareas repetitivas, aunque necesarias. El método te anima a que adaptes tus rutinas a tus necesidades en cada momento y a tu estado de ánimo (¡ya es hora que lo tengamos en cuenta!). También considera esos días de pequeños placeres y apetencias y establecer espacios vacíos para no hacer nada. Los autores te recuerdan que es importante saber poner el foco en cada cosa que hagas, no llenar tus días de obligaciones, revisar tus prioridades y ser muy consciente del tiempo del que dispones.
Empieza con tres grandes objetivos para todo el año, sigue con los propósitos mensuales y planifica semanal y diariamente. Es mejor plantear pequeños objetivos que grandes y poco factibles. Por eso, es buena idea seguir plantear objetivos SMART + I (de sus siglas en inglés): específicos, medibles, alcanzables, realistas, de duración limitada e ilusionantes.
4. Disfrutar: Cuida de ti y regálate relax
Es el apartado más fácil de desglosar porque depende de cada una, pero ¿qué tal si lo llevamos a cabo? Y no hablamos de grandes gustos ni gastos: un buen libro, una tarde con amigos, el olor al césped recién cortado o una puesta de sol, una rica cena, placeres del día a día. «Uno ha de estar preparado para crear ilusión en cada uno de los actos que realiza», señalan en el libro. Gracias a la ilusión, a la belleza, la paciencia y el mismo gozo, podemos prepararnos una guía de lugares bonitos para visitar o conocer, como un parque, un café, un museo, una plaza, una terraza, o un punto estratégico de tu ciudad o pueblo.
Disfruta también de rincones de tu casa y de las comidas. Los autores te proponen un ejercicio para apretar el botón de pausa un día cualquiera: imagina que llega la noche y no has previsto nada para cenar. Desde tu vida rápida, las prisas y la pereza te tentarán a pedir algo a domicilio. Si en este momento, cambias el chip, descorcharás un vino, te pondrás tu playlist, abrirás la nevera, y seguramente encontrarás dos o tres ingredientes a los que puedes añadir cierta creatividad y tendrás tu plato. Este es solo un ejemplo cotidiano para extrapolar hasta el infinito con todas tus tareas cotidianas. Cuidar de ti tiene que ser parte del disfrute.
Con información de Telva
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