Ser joven y ser santo, por María García de Fleury
Por: María García de Fleury
Santo Domingo Savio es la demostración clara de cómo un jovencito puede llegar a ser santo viviendo una vida normal y corriente. Nació en Cerdeña, Italia el 2 de abril de 1842, ingresó en el oratorio de san Francisco de Sales y así se hizo alumno de San Juan Bosco.
Escuchando una predica de Don Bosco se propuso ser santo, realizaba esfuerzos heroicos para conservar intacta su pureza, especialmente controlando sus ojos, evitando pensamientos y deseos impuros. Decía que lo lograba por su gran devoción a la virgen inmaculada, vivida con espíritu caballeresco y con una inmensa ternura hacia ella.
Se consagró a la virgen y formó parte de la compañía de la inmaculada. Iba a misa y comulgaba a diario, su rechazo por el pecado y las ofensas a Dios crecían a medida que comprendía el precio que por él había pagado Jesucristo y la virgen.
Por eso, trataba de hacer cosas que le costaban para demostrarle su amor a Dios, buscaba la paz en todo momento, se le recuerda cuando intervenía en los pleitos entre sus compañeros, se interponía entre ellos con un crucifijo en la mano y les pedía que acabaran con el pleito y que si querían le lanzaran las piedras a él.
Se acercaban a los recién llegados al oratorio, a los más rebeldes a los solitarios, a los compañeros con dificultades y a los que se enfermaban, les gustaba narrarles cosas edificantes y conversarles.
Frente a sus deseos de hacer penitencia, su guía espiritual Don Bosco le dijo “Domingo, lo que Dios quiere de ti como adolescente es que cumplas siempre bien tus deberes de estudiante, trates de hacer el bien a tus compañeros y estés siempre alegre”. Se le considera el patrono de las mamás embarazadas porque Domingo un día le pidió a Don Bosco que lo dejara ir a ver a su mamá pues estaba seguro que ella estaba muy enferma.
Salió entonces desde el oratorio en Turín hacia la casa de su familia, quisieron impedirle que entrara a ver a su mamá porque estaba tratando de dar a luz a un nuevo hijo y corría grave peligro de morir en el intento. Domingo no hizo caso, entró, abrazó a su mamá, la beso y disimuladamente le puso en el pecho de ella un escapulario de la virgen María.
La mamá pudo dar a Luz a partir de ese momento sin ningún problema, todos vieron que esto fue un milagro. La mamá conservó este escapulario y se lo prestaba a las vecinas y a las amigas cuando tenían dificultades en el embarazo. Fueron muchas las gracias concedidas con aquel milagroso escapulario.
Más adelante, a domingo lo atacó una fuerte tos que lo hizo estar en cama, su salud empeoraba y el domingo primero de marzo lo enviaron a la casa de sus padres. Al anochecer del lunes 9 de marzo rogó a su padre que le rezara las oraciones por los agonizantes y de repente dijo “¡Qué maravilla estoy viendo!, y falleció.
Era el año 1857, faltaban tres semanas para que Domingo cumpliera los 15 años, su vida fue de amor y dedicación a Dios y a la virgen porque él sabía que ¡con Dios siempre ganamos!