Sentimiento de culpa con la comida: Aprende a usarlo a tu favor - 800Noticias
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Nuestra relación con la comida es muchas veces un reflejo del día a día, de nuestra relación con nosotros mismos, con los demás, con nuestra satisfacción a nivel personal y laboral, por ejemplo. Nuestra relación con la comida nos da mucha información sobre cómo me siento a nivel emocional y también a nivel cognitivo, ver cómo es mi diálogo interno, cómo me siento, y cuál es mi relación con mi cuerpo.

Así lo defiende Marta García Pérez, psicóloga y psicoterapeuta en ‘Comer sin prejuicios’ (Lunwerg), un manual en el que dedica un apartado precisamente a la culpa que muchas veces sentimos tras comer un determinado alimento. Según defiende, tras conductas que interpretamos muchas veces como «erróneas» aparece la culpa. Por ejemplo, tras comernos una bolsa de patatas podemos sentirnos culpables porque no estamos cuidando nuestra forma de la manera más efectiva.

Ahora bien, advierte de que la culpa nos ofrece la posibilidad de aprender de nuestros errores, o bien de aprender a tratarnos de una forma más amable, sin juzgarnos, y cuando probablemente más nos necesitemos. «La culpa trata de prepararnos para la vida, evaluando aquellas conductas, pensamientos, etcétera que considera incorrectos. Esa es su función. Ahora bien, si vemos que la culpa ocupa demasiado espacio en nuestras vidas, o que nos limita en nuestro día a día, es señal de que no estamos sabiendo utilizarla a nuestro favor», sostiene esta especialista de la psicología de la alimentación y la obesidad.

La culpa tiene también una función si yo la transformo en responsabilidad, según prosigue, porque si yo por ejemplo tras comer me siento mal porque me duele el estómago, porque siento que no he comido una cantidad respetuosa para mi cuerpo, voy a trabajar una conducta de autocuidado, voy a indagar qué es lo ha ocurrido en ese día, cómo he resuelto ese conflicto, por ejemplo. «La culpa necesitamos utilizarla como motor de cambio y para convertir nuestra responsabilidad, para reconocer recursos que sí tengo, que están disponibles, pero que hasta ahora no he podido encontrar», apostilla.

A su juicio, el problema aparece cuando intentamos solucionar desde la restricción, algo que observa desde la consulta con frecuencia según reconoce. «La solución es entonces que a partir del lunes vuelvo a una dieta restrictiva y como no puedo conseguirlo me siento culpable de nuevo y esta culpa acaba convirtiéndose en una emoción que daña mucho nuestra autoestima y habría que poner ese foco. ¿Estoy utilizando la culpa como motor que me indica que no este quizá no es el camino que necesito y me movilizo hacia el cambio? ¿O bien es una culpa que perpetúa ciclos repetitivos de restricción, atracón o compulsión en el que además mi autoestima se ve afectada?», pregunta García Pérez.

Entonces, subraya que sí que es normal que sintamos estos sentimientos de culpa porque vivimos en una sociedad «muy pesocentrista» y muy enfocada a la alimentación desde un lugar muy rígido y hacia ciertos alimentos que son sanos o insanos, y a seguir ciertos hábitos alimentarios como un éxito o por el contrario como un fracaso.

«Estamos en una sociedad muy gordofóbica, donde se señala a los cuerpos gordos como señal de ineficacia, de falta de fuerza de voluntad. Entonces al final no solo tenemos que luchar contra nosotros mismos, que muchas veces ya es difícil, sino también en contra de una sociedad y debemos tener un cuerpo normativo y llevar ciertos hábitos que supuestamente son los saludables», agrega.

Por tanto, la psicóloga y psicoterapeuta resume que sentir culpa a la hora de comer determinados alimentos es normal, siendo en ese momento tan importante el recuperar la autonomía de cada uno y empoderarnos de nuestra alimentación, así como entender que no hay una alimentación más o menos sana, sino que todo va a depender de que cada uno, de que aprendamos a descubrir qué nos resulta más sano, porque todo dependerá de la situación de la persona, de la historia en torno a la alimentación.

«Muchas veces permitirse comer cierto alimento sin culpa es más sano porque la salud no solo se mide en la alimentación, sino que implica a más esferas, y no estar en constante lucha por comerse una bolsa de patatas. Por tanto, es normal y algo muy común sentir culpa en nuestra conducta alimentaria», agrega.

LA COMIDA PUEDE SER NUESTRA MEJOR ALIADA

En este contexto, esta experta recuerda que la comida «puede ser nuestra mejor aliada» y tiene una función regulatoria pero solo en el corto plazo, porque en el medio y largo plazo puede convertirse en una estrategia de regulación emocional disfuncional.

«A corto plazo si cumple esa función. Si estoy muy enfadada y necesito trabajar esa rabia en el corto plazo la comida me va a calmar. Me siento sola, como y en ese momento me siento más acompañado. Es una estrategia útil solo a corto plazo. Por eso lo importante es ampliar nuestras estrategias de regulación emocional para no depender tanto de la comida. (*) El problema muchas veces no es nuestra relación con la comida sino que si abusamos de esa relación con la comida para buscar esa fuente de estabilidad o de control que muchas veces ansiamos o anhelamos», agrega.

En este sentido, García Pérez mantiene que el hambre fisiológico, aquel que responde a una necesidad puramente física, es diferente al hambre emocional. Aquí subraya que todo hambre físico también incluye emociones y pone el ejemplo de un bebé, cuando amamanta, aunque tenga hambre ese niño no solo recibe una nutrición fisiológica sino también recibe placer, sosiego, calma, a nivel emocional también recibe protección de mamá a través del alimento. «Esto cuando somos adultos sigue siendo así, aunque yo coma cuando porque es mi hora de comer, también los alimentos me provocan ciertos estados emocionales», reconoce.

Partiendo de esto ve importante entender o reconocer cuando usamos la comida para regular alguna emoción, o bien para sentir alguna emoción agradable que por nosotros mismos no podemos nutrir o experimentar. «Aquí esto es hambre emocional, tanto para paliar emociones desagradables como para sentir emociones agradables», apostilla.

Por ello, la psicóloga especialista en alimentación y obesidad defiende que muchas veces no necesitamos tener grandes problemas para usar la comida como una herramienta. «Muchas veces, una vida insulsa, con pocos estímulos sensoriales, porque estamos acostumbrados a vivir en entornos muy estimulantes, y ahora cada vez vivimos en entornos más repetitivos, sin estímulos, tenemos una pared en nuestra cabeza en lugar del cielo. Cuando no nos estimulamos a nivel sensorial también la comida se puede convertir en fuente de placer y de estimulación a través de olores o de texturas, por ejemplo y esto la industria alimentaria bien lo sabe y por eso se invierte tanto dinero o conocimiento en buscar que alimentos son más estimulantes a nivel sensorial», sostiene.

Con ello, aparte de aprender otras estrategias a nivel de regulación emocional, que la mayoría no nos los han enseñado según lamenta, dice que también podemos observar cuánto de estimulada está nuestra vida, o si esta quizá nos resulta sosa o poco estimulante. «Aquí la comida tendrá una función de nutrir esas emociones. Ahora bien, también cuando la usamos a nivel de placer con otras personas, cuando quedamos con amigos para comer, también es hambre emocional porque esta comida me permite sentirme conectada y celebrar y disfrutar con esta persona», indica.

En última instancia, Marta García Pérez concluye que comer sin prejuicios implica tener en cuenta que cada uno puede elegir qué comer en cada momento, «hay permiso incondicional para comer lo que queramos y necesitemos», y que hay que confiar en que nuestro cuerpo y mente van a ir a buscar esos nutrientes que necesitan, que no van a querer excesos (estos nacen de la restricción, de la mente), y que debemos abrirnos más y dejar de etiquetar alimentos como buenos o malos, y haya más neutralidad a la hora de elegir.

Con información de Infosalus.

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