Ramón Reyes: «A los 10 años, ya había aprendido a podar la palma”

Tomás Ramón Reyes, mejor conocido como “Cara’e perro”, es uno de los palmeros más viejos de Chacao. Sentado en una silla de plástico frente a las oficinas de la asociación de palmeros del municipio, apoya su peso en un bastón azabache y su nariz sostiene unos lentes cuadrados. Sus ojos parecen siempre querer llorar, pero no lo hacen. Su mirada se mantiene fuerte pese a sus 84 años. 

“Yo lloraba cuando era niño y veía a los palmeros subir y bajar la montaña. Me daba un sentimiento muy fuerte. Cuando cumplí 7 años, un hermano me llevó por primera vez y me enamoré de la tradición. A los 10 años, ya había aprendido a podar la palma”, cuenta Reyes.

Afirma que en el Ávila todo es hermoso por una bendición de Dios. Sonriente, asegura que incluso resbalarse por los barrancos es una experiencia “bonita”: “Tengo una marca aquí -se apunta con el dedo el brazo izquierdo-; esa me la hice montándome a una mata a las 5 am. Otra vez resbalé y casi me corto estos tres dedos”.

El origen de la tradición no está plenamente detallado. Algunos aseveran que se ubica en 1770 y otros en 1776. Sin embargo, todos coinciden en un par de acontecimientos: era Semana Santa y Caracas sufría por una epidemia.

Durante esas fechas, el padre José Antonio Mohedano, en una de las homilías, fue iluminado con la idea de enviar a los peones de las haciendas vecinas a buscar la palma bendita en el cerro Ávila. Así fue, y con la bendición de las palmas el pueblo de Caracas se sanó de la epidemia. Desde entonces las hojas de esa planta han representado salud, unidad y protección espiritual para quien la posea.

“La palma la bajamos para celebrar a Jesús el Domingo de Ramos. Yo no puedo subir a buscarlas por mi edad, pero sigo apoyándolos a mantener la tradición viva y asistiré a la misa a recibir mi palma”, dice Cara’e Perro, quien también recuerda que la tradición es un homenaje al relato bíblico en el que el hijo de Dios es recibido con palmas.

Como toda tradición religiosa, esta también tiene sus particularidades y curiosidades; entre ellas, destaca los llamados “muñecos”, nombre que se les da a los palmeros ya fallecidos. A los niños que participan se los conoce como “palmeritos”, quienes suben al Waraira Repano a actividades recreacionales orientadas a mantener viva la tradición.

“Todavía soy palmero a mis 84 años aunque no pueda subir a la montaña. Seré palmero hasta que Dios quiera, y cuando me muera seguiré siendo palmero, porque mis cenizas serán regadas en el cerro Ávila. Y entonces ya seré otro muñeco”, declara Reyes.