El Papa profundiza su revolución «popular» e impone su estilo en el Vaticano
CIUDAD DEL VATICANO, (AFP) – El Papa Francisco, fortalecido por su creciente prestigio en la Iglesia, profundiza su revolución «popular» designando como cardenales a obispos alejados del poder central, y atacando a diestra y siniestra los privilegios y escándalos en la institución.
Desde comienzos del año, el sumo pontífice, quien se describe como «furbo» (astuto), ha adoptado varias medidas e impuesto consignas que demuestran que está seguro de sí mismo, sin temor a sus opositores, para quienes su estilo directo molesta en el Vaticano.
Acaba de nombrar a los primeros cardenales de su pontificado, elegidos entre obispos de diócesis poco relevantes, provenientes de lo que el gusta llamar «periferia», todos grandes conocedores del trabajo sobre el terreno, quienes tienen la reputación de ser verdaderos pastores más que hombres de la Curia.
Según fuentes cercanas a la Santa Sede, varios prelados siguen indignados por no haber sido ‘purpurados’.
La consigna dada a los nuevos cardenales es muy simbólica y elocuente: nada de fiestas mundanas para celebrar su designación.
«Esta decisión demuestra claramente, sin provocar revoluciones, un criterio interesante. Todas sus intervenciones, todo el magisterio de este papa abogan por una Iglesia con un clero que no se perciba como una ‘casta’ aparte, sino que viva entre el pueblo, con y para el pueblo», explica a la AFP el experto vaticanista Andrea Tornielli, quien conoce personalmente a Jorge Mario Bergoglio, al que entrevistó para el diario La Stampa.
El jesuita indio Joseph Xavier lo confirma: Francisco «privilegia una Iglesia en el camino como pueblo de Dios, un pueblo activo, no pasivo».
El Papa argentino quiere curar al clero del peligro de lo que él denomina «la conciencia aislada».
Además, continúa adelante con sus medidas puntuales contra la mundanidad y los privilegios.
Los títulos de «monseñor» han sido limitados y se ha adoptado una tabla tarifaria para evitar que las beatificaciones cuesten demasiado, con el objetivo de favorecer las causas de candidatos pobres para su posible santificación.
Francisco ha llamado también al clero a no mostrarse «legalista». Pasando de la palabra a los actos, bautizó en la Capilla Sixtina al hijo de una pareja no casada religiosamente y a otro cuya madre, quien le había pedido su consejo por carta, pensaba abortar.
En sus homilías cotidianas en su residencia de Santa Marta, Francisco define mediante sus métodos de choque todo aquello que no quiere para la Iglesia: fustiga «el credo de los loros» (credo sólo repetido de memoria), «los sacerdotes-mariposas, que viven en la vanidad», y «los sacerdotes untuosos, devotos del dios Narciso».
También se muestra firme en algunos temas sensibles. Por ejemplo, expresa sin rodeos «el horror» que le provoca el aborto.
Califica el tráfico de personas de «crimen contra la Humanidad» y fustiga la «vergüenza» de los escándalos de pedofilia, que han convertido a la Iglesia en objeto de «escarnio».
Estas palabras que, manteniéndose fieles a la doctrina, colocan el testimonio por encima de la norma, y la autenticidad antes que la respetabilidad, molestan a una parte de la Iglesia institucional. Sus detractores las tildan de «demagogia» y le reprochan introducir dudas en los dogmas y cierta laxitud entre los creyentes.
«No hay nada que aclarar: la gente, los fieles corrientes lo comprenden y encuentran en el papa un testimonio creíble de la fe, que vive lo que pregona y evangeliza con el ejemplo más que con la palabra», argumenta Tornielli.
Según los observadores, el hecho de ubicar en la jerarquía de los valores la fraternidad y la justicia social al mismo nivel que la defensa de la vida y la moral sexual implica una evolución notable.
La revolución se realiza discretamente a través de ceses y nominaciones. Así fue que renovó la comisión de vigilancia del Instituto para las Obras de la Religión (IOR, banco del Vaticano), que su antecesor Benedicto XVI había nombrado para un periodo de cinco años en 2012. También apartó de puestos claves a conservadores rigoristas como los cardenales Mauro Piacenza (italiano) y Raymond Burke (estadounidense), hasta hace muy poco todopoderosos.
El Papa quiere tener las manos libres antes de las reuniones decisivas del mes de febrero con sus consejeros del llamado ‘G8’ (equipo de cardenales que lo asesoran en las reformas de la Curia) y la del Consistorio (que involucra a todos los purpurados).