Santo Domingo de Guzmán, por María García de Fleury
Por María García de Fleury
Santo Domingo nació en España en 1970, sus padres eran de la nobleza española, tuvo una excelente educación. En 1191, en medio de una gran hambruna de muchas personas desoladas y sin hogar en toda España, Domingo decidió vender todo lo que tenía y compró alimentos para los pobre. En dos ocasiones intentó venderse como esclavo a los moros para obtener la libertad de algunos cristianos.
En un viaje que hizo acompañando a su obispo por el sur de Francia, se dio cuenta de que los herejes habían invadido regiones enteras y estaban haciendo un gran daño a las almas, se consiguió un grupo de compañeros y con una vida de total pobreza y una santidad de conducta impresionante, empezaron a evangelizar. Sus armas para convertir eran la oración, la paciencia, la penitencia y muchas horas dedicadas a instruir a los ignorantes de religión. Decía: «la oración hace más efecto que todas las armas guerreras».
Un día Santo Domingo vio en sueños que la ira de Dios iba a enviar castigos sobre el mundo, pero que la virgen santísima señalaba a dos hombres que con sus obras iban a interceder ante Dios y lo calmaban; uno era él, Domingo, el otro era un desconocido vestido como pordiosero. Al día siguiente, mientras oraba en la iglesia, vio llegar al que vestía como un mendigo, era San Francisco de Asís. Domingo lo abrazó y le dijo: «tenemos que trabajar muy unidos para conseguir el reino de Dios», y desde hace siglos ha existido la bella costumbre de que cada año, Día de la fiesta de San Francisco, los padres dominicos van a los conventos franciscanos a celebrar y el día de la fiesta de Santo Domingo los padres franciscanos van a los conventos de los dominicos a celebrar.
Domingo trabajó por años en medio de los herejes, por medio de su predicación, sus oraciones y sacrificios logró convertir a unos pocos. Un día en la capilla del convento dedicada a la santísima virgen, Domingo le suplicaba a nuestra Señora: «¡Ayúdame, porque no estoy logrando casi nada!. La Virgen entonces se le apareció y en su mano sostenía un rosario, y le enseñó a Domingo a recitarlo. Le dijo «predícalo por todo el mundo, te prometo que muchos pecadores se convertirán y obtendrás abundantes gracias».
Domingo salió de allí lleno de celo con el rosario en la mano, efectivamente salió a predicar y con gran éxito muchos volvieron a la fe católica. Algunos hombres se unieron a esta ola de Domingo y con la aprobación de papa formó la orden de los predicadores, más conocidos como los dominicos, dedicados a promover la moralidad y la expulsión de la herejía.
A los pocos años, los conventos de los dominicos eran más de 70, y se hicieron famosos en las grandes universidades, especialmente en la de París y en la de Bolonia. Domingo se negaba a dormir en una cama, cuando llegaban al borde de un pueblo caminaba descalzo sin importar el camino, cada vez que enfrentaba incomodidad alababa a Dios. Sus únicas posesiones eran un pequeño bulto y un bastón, siempre atraía multitudes donde quiera que iba por su forma de predicar y porque era el hombre de la alegría y del buen humor, la gente lo veía siempre con rostro alegre, gozoso, amable.
Domingo pasaba noches enteras en oración, tenía 51 años cuando enfermó y falleció el 6 de agosto de 1221. Su vida fue de entrega total a predicar el verdadero amor a Dios, rosario en mano, porque sabía que con Dios ¡siempre ganamos!
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