Santa Teresa de Jesús y San José, por María García de Fleury
Por: María García de Fleury
Santa Teresa de Jesús nació en España el 28 de marzo de 1515 y su fiesta se celebra el 15 de octubre, a pesar de haber nacido hace 506 años, su influencia en la espiritualidad cristiana tiene una inmensa vigencia.
Teresa escribió muchos libros y uno de ellos esta titulado “El libro de la vida”, donde narra cómo inició su trato de oración y amistad con Dios. Dice que al principio experimentaba a Dios como padre o como señor, después comenzó a meditar el evangelio y tomó a Jesús como maestro y así comenzó a hacerse cada vez más amiga de Jesús, a quien sentía muy cercano porque, como ella explica, es divino y humano, así que comprende todas nuestras necesidades y nuestras carencias.
Teresa narra que un día se hizo una pregunta que le cambió su vida: ¿si Dios lo tiene todo, para qué quiere mi amor?
Teresa fue mujer, escritora, poetiza, fundadora de 17 conventos, peregrina, reformadora del Carmelo, santa, Doctora de la iglesia, y por encima de cualquier otra consideración enamorada de Cristo, por eso a su nombre le agregó Jesús, y por eso la conocemos como Santa Teresa de Jesús.
Desde muy jovencita le tenía un gran amor a la virgen y ya de mayor, animaba a sus hijas, las monjas, a imitar las virtudes de la virgen recordándoles que María es la primera cristiana, la discípula del señor, la seguidora de Cristo hasta el pie de la cruz. Junto a ese amor tan grande a Jesús y a la virgen, le tenía un amor muy especial a San José, ese era su trio de amor.
La presencia de San José en los escritos y en la espiritualidad de Santa Teresa, también comenzó en plena juventud con la devoción personal al santo en la línea de la religiosidad popular, luego penetró en su vida y experiencia mística y fue determinante en su misión de fundadora.
Ese culto muy especial que tenía a San José a nivel personal, lo traspasó a la familia religiosa que fundó, en su autobiografía Teresa señala tres momentos muy especiales que marcaron el auge de su vinculación intima a San José; primero cuando a los 26 años se enfermó gravemente, tuvo una parálisis, entonces se encomendó a San José y ella asegura que gracias a él se sanó. Luego en su conversión a los 39 años, y luego en la fundación de su primer Carmelo a los 47 años en 1562.
En todo momento ella sentía y sabía que San José la ayudaba a librarse de las angustias y la ayudaba a resolver todos sus problemas.
En «El libro de la vida», dice que “quien no hallare maestro que lo enseñe a orar tome a este glorioso santo por maestro, y no errará el camino, no quiera el señor que haya yo errado atreviéndome a hablar de él, porque, aunque es público que soy devota suya en servirle y en imitarle, siempre he fallado, pues el hizo como quien es que yo pudiera levantarme y no estar tullida, y yo como quien soy usando mal de esta merced”.
Agregaba, querría yo persuadir a todos que fuesen devotos de este glorioso santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido a nadie que le tenga verdadera devoción y le haga particulares servicios, que no lo vea más aprovechado en la virtud; pues ayuda mucho a las almas que a él se encomiendan a él.
En todas las 17 fundaciones de conventos que realizó llevaba con ella una imagen del glorioso San José, llamándolo el fundador de la orden, los discípulos lo reconocen como fundador de la reforma que Teresa hizo del Carmelo al glorioso San José, ese hombre escogido por Dios para ser el padre en La Tierra de Jesús el salvador.
Teresa decía “si así lo decidió Dios, yo lo imito porque estoy segura que con Dios siempre ganamos”