San Sergio de Capadocia, por María García de Fleury
800 Noticias | Maholy Meneses
San Sergio, cuya fiesta se celebra el 24 de febrero, fue un mártir de cesárea de Cappadocia, casi ignorado por las fuentes hagiográficas griegas y bizantinas.
La palabra mártir significa testigo, un mártir cristiano es aquel que da la vida por su creencia, pues ha llegado a descubrir en Jesucristo la verdad más profunda de su existencia, y nada ni nadie podrá arrebatarle jamás esa certeza. Su vida no necesita largas argumentaciones para convencer, y eso crea, entre los que lo conocen, una gran fe, esperanza y caridad.
El Papa Benedicto XVI dice que la fuerza para afrontar el martirio nace de la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, son la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios, son un don de su gracia que hace que seamos capaces de dar la propia vida por amor a Cristo y a la iglesia y así al mundo.
Cuando leemos la vida de los mártires quedamos sorprendidos por la serenidad y la valentía a la hora de afrontar el sufrimiento y la muerte, el poder de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad, en la pobreza de quien se encomienda a él, y sólo en él pone su esperanza, pero, es importante subrayar que la gracia de Dios no suprime y tampoco sofoca la libertad de quien afronta el martirio, sino al contrario, la enriquece, la exalta. El mártir es una persona sumamente libre, libre respecto del poder del mundo, una persona libre que en un único acto definitivo entrega toda su vida a Dios y en un acto supremo de fe, de esperanza y de caridad se abandona en las manos de su Creador y Redentor, sacrifica su vida para ser asociado de modo total al sacrificio de Cristo en la cruz, en una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios.
El martirio de San Sergio en Cappadocia es conocido en distintos escritos que señalan que durante las celebraciones anuales en honor a Júpiter en la época del emperador dioclesiano, el gobernador de Armenia y Cappadocia, que se llamaba Sapricio, cuando estaba en Cesarea, ordenó que fueran convocados frente al templo pagano todos los cristianos de la ciudad para que les rindieran culto a Júpiter. Entre la multitud estaba también Sergio, que era un anciano magistrado que desde hacía tiempo había abandonado la toga para llevar una vida eremítica. Su presencia produjo el efecto sorprendente de apagar los fuegos preparados para los sacrificios, inmediatamente se atribuyó la causa de este extraño fenómeno a los cristianos, que con su rechazo habían irritado al dios Júpiter.
Sergio se adelantó y explicó la razón de «la impotencia de los dioses paganos hay que buscarla muy arriba, hay que buscarla en la omnipotencia del verdadero y único Dios que adoran los cristianos», inmediatamente Sergio fue arrestado, fue llevado ante el gobernador, le hicieron un juicio sumario y lo condenaron de repente a la decapitación. Ese día era 24 de febrero, los cristianos recogieron el cuerpo del mártir y lo enterraron en la casa de una mujer muy piadosa. De allí llevaron sus reliquias a España, a la ciudad de Úbeda, en Andalucía, donde se encuentra enterrado este hombre de principios, convencido que lo mejor que podía hacer en la vida era proclamar y defender la verdad de Cristo, que es Dios y que con Dios siempre ganamos.
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