San Padre Pío y los estigmas, por María García de Fleury - 800Noticias
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Religión

Por: María García de Fleury

Desde que era niño, en la familia del Padre Pío todas las noches rezaban unidos el rosario; se podían sacrificar otras cosas del hogar, pero jamás el rosario. Cuando en 1903 entró a la vida religiosa como monje capuchino, su salud era tan mala que su profesor de teología le dijo: «No puedes ser predicador, mi esperanza es que seas un gran y concienzudo confesor», y sus palabras fueron proféticas.

El Padre Pío tenía poca educación pero una entrega incondicional a Dios; vivió en la ciudad de San Giovanni Rotondo, en la península del Gargano, al sur de Italia, fue considerado aún en vida, como un gran hombre santo y carismático, se le veía siempre siempre con el rosario en las manos y decía: «Esta es la más efectiva y la mejor de todas las armas, hay que rezar mucho rosarios al día».

Dicen que durante su vida realizó al menos 1.000 curaciones milagrosas, su amor y dedicación a la Virgen en la advocación de la madre de la gracia, fue muy grande y su devoción a San Miguel Arcángel fue también notable. A sus seguidores les decía:  «Primero vayan al Monte Gargano a visitar el santuario de San Miguel Arcángel y luego vengan aquí».

Los signos más famosos de su Santidad fueron los estigmas, que son heridas parecidas a las de Cristo que llevaba en las palmas de las manos, el costado y los pies; sus manos y pies estaban totalmente perforados, se podía ver la luz que atravesaba la membrana que cubría sus heridas, llevaba guantes en sus manos, excepto durante la misa y tenía también medias en los pies.

En el transcurso de los años, miles de personas vieron las heridas del Padre Pío mientras celebraba misa, la venda que estaba ubicada en su costado izquierdo se empapaba con sangre que fluía durante la noche y tenía que ser reemplazada al día siguiente. Lo examinaron muchas veces los médicos y declaraban que sus heridas no tenían explicación, es interesante saber que la sangre que salía de los estigmas del Padre Pío a veces emanaba una fragancia agradable, como una mezcla de violetas y rosas.

Un médico explicó que de todas las partes del organismo humano, la sangre es la que más rápido se descompone y nunca da olor agradable. Esta milagrosa fragancia también se olía en las cosas que pertenecían al Padre Pío, y en algunas cosas que tocaba.

El Padre Pío también hizo otros milagros y se corroboró la conclusión de que los médicos, en presencia de los estigmas, veían que esto era inexplicable y milagroso, y lo notaron más cuando lo tuvieron que operar de una hernia y un quiste, porque estas afecciones se curaron normalmente, pero los estigmas no se curaban.

Los estigmas fueron visibles en su cuerpo por más de 50 años y desaparecieron tres días antes de su muerte, fue cuando el Padre Pío anunció: «Ya el señor viene a buscarme».

El Padre Pio también fue un vidente, un confesor que leía los secretos de la mente, un profeta, un místico, y misionero a escala mundial.

El Papa Juan Pablo II fue un devoto del Padre Pío en su juventud y viajó a verlo desde Varsovia en 1947 para que el Padre Pío pudiera escuchar su confesión, pasó una semana con él y conversaron mucho. En julio del año 2020, el Papa Juan Pablo II lo declaró santo porque amó y le entregó su vida entera a Dios y amigos ¡con Dios siempre ganamos!.