San Josemaría Escrivá de Balaguer, por María García de Fleury - 800Noticias
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Religión

Por María García de Fleury

Josemaría Escrivá de Balaguer nació en España de 9 de enero de 1902 y sentía que Dios le pedía algo grande. Era muy consciente de la importancia de la dignidad humana, de la necesidad del trabajo, la salud y la educación y sobretodo de llevar a las personas a Dios, por eso entro en el noviciado para hacerse sacerdote y estar más disponible a la voluntad de Dios.

Al mismo tiempo estudio Derecho, era muy querido en todos los ambientes donde se desenvolvía porque una persona sencilla, alegre, generosa, simpática. En el noviciado se destacaba por su virtud disciplinada, su piedad, su amor a la eucaristía, a la virgen y sus horas frente al Santísimo, dónde le pedía a Dios: «Señor que vea, Señor que sea».

Al poco tiempo de fallecer sus papás se ordenó sacerdote, empezó a estudiar el posgrado en derecho civil y dadas las estrecheces económicas de la familia daba clases de materia jurídica para ayudar a los suyos. Todo esto fue asentándose en él y en un retiro espiritual sintió que Dios lo llamaba a abrir un nuevo camino, dónde se pudiera buscar la santidad y hacer apostolado desde el mundo, santificando el trabajo ordinario.

En 1928 fundó el Opus Dei, un movimiento para para contribuir a la evangelización y al edificación de la sociedad, su meta era unir a cristianos y no cristianos para hacerlos conscientes de la importancia de realizar todas las actividades humanas con responsabilidad, profesionalidad y la mirada puesta en Dios, que el trabajo lo entendieran como trabajo santificado, santificante y santificador.

Concebía su misión como sacerdote como algo exclusivamente espiritual, planificó su obra para que además de la mirada en Dios todas las personas que participan en la formación las actividades y las vivencias que la obra realizada tuvieran cuatro características : Amos a la libertad, comprensión, responsabilidad y humor. Un día comentó con humildad que lo que hacía no era mérito suyo, sino don de Dios, porque él tenía una fe gorda que se podía cortar.

San Josemaría tuvo siempre un gran deseo de difundir la fe católica y llegar a los que no formaban parte de la Iglesia Católica, muchas veces afirmaba, que lo que él  llamaba apostolado, la labor encaminada a transmitir la fe a quienes no la tenían, era uno de sus apostolados preferidos.

Trataba a los no creyentes con respeto y cercanía, les decía «sé que no crees, pero no dejaré de rezar por ti para que el Señor te conceda el don de la fe». Insistía en que la ignorancia es la gran enemiga de las almas, por eso le dio mucha importancia a la catequesis, a la predicación, cada vez que podía predicaba retiros, ejercicios espirituales, daba homilías, enseñando que donde uno estuviera debía haber muy buen humor pues el buen humor es fruto de la vida interior, el buen humor es estabilidad en el estado de ánimo, es saber recibir los acontecimientos sin tragedia, sin drama, colocando a las personas y las cosas en su sitio y además sin que falte una pizca de ironía sana.

«Hay que saber reírse de uno mismo», decía, sin darse demasiada importancia. Juan Pablo II dijo «siguiendo las huellas de San Josemaría Escriva difundan en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad».

San Josemaría amaba profundamente a la Madre de Dios, fue un sacerdote completamente enamorado de Dios, se convirtió en el santo para la vida diaria porque sabía que con Dios ¡siempre ganamos!

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