San Jerónimo, traductor de la Biblia, por María García de Fleury
María García de Fleury
Aunque los santos son una práctica católica en el mundo entero, se celebra el Día Internacional de la Traducción y del Traductor, el día en que murió San Jerónimo, un 30 de septiembre. Es la fiesta del santo patrono de los bibliotecarios, los estudiosos de las escrituras, los estudiantes, los traductores y los intérpretes.
San Jerónimo nació en Strido, Dalmacia, hoy Croacia, en el año 347. De joven fue enviado a Roma donde estudió literatura clásica y retórica. Mientras estuvo allí, fue bautizado por el Papa Liberio. Mientras estuvo en Roma, estudió griego, latín, historia y filosofía y construyó su propia biblioteca copiando la mayoría de las obras que leía. Estudió hebreo, tradujo las escrituras directamente del hebreo y organizó un taller dedicándose a la Biblia y la teología. Sin embargo, esta dedicación no siempre se mantuvo porque su trabajo se vio interrumpido por una serie de problemas. Por eso regresó a Antioquía en el año 378 donde escuchó hablar de Apolinar el joven. Esta experiencia lo influyó para convertirse en sacerdote. El Papa de ese tiempo, llamado Damaso, quería un texto latino bueno, útil y autorizado por los evangelios para la liturgia. En el año 382 le encargó a Jerónimo, joven sacerdote, para que revisara las versiones latinas de los evangelios que estaban en circulación.
Jerónimo era trilingüe, hablaba y escribía y entendía latín, griego y hebreo. Jerónimo cumplió su misión al producir una revisión de los evangelios. También produjo una traducción latina de los Salmos y algunos libros del Antiguo Testamento. Luego comenzó un proyecto que lo ocupó durante más de 20 años y resultó ser lo que lo hizo famoso, la traducción de la Biblia de los idiomas originales al latín. A esta traducción de la Biblia en latín se le llama Vulgata, es decir, Edición para el Pueblo. Fue publicada en el siglo IV y declarada en 1546 durante el Concilio de Trento como la versión auténtica y oficial de la Biblia para la Iglesia Católica Latina. La humildad de San Jerónimo con respecto a su propio trabajo fue un buen ejemplo para los traductores que lo siguieron. Admitió cuando estaba equivocado, revisó algunas de sus traducciones haciendo correcciones y añadidos. Señaló que la precisión de una traducción dependía en gran medida de la fiabilidad del texto original.
San Jerónimo murió en Belén después de una larga enfermedad un 30 de septiembre del año 420. Es una de las pocas personas a las que se le ha concedido el título de santo en reconocimiento a los servicios prestados a la Iglesia en lugar de por la santidad o por los milagros que ha hecho. Las reliquias de San Jerónimo descansan ahora en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma pero pasó muchos años en la Iglesia de la Natividad en Belén al lado del lugar del nacimiento de Jesús porque allí Jerónimo tradujo la Biblia para estar cerca de Jesús convencido de que con Dios siempre ganamos.
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