San Ignacio de Loyola y la Virgen - 800Noticias
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María García de Fleury

Ignacio nació hacia el año 1491 en Aspeitia, España, en el País Vasco. Lo llamaban Íñigo y creció en una familia cristiana numerosa.

Hoy, 31 de julio, día en que se celebra su fiesta, queremos hablar sobre su devoción a la Madre de Dios, aprendida en su familia desde niño y que mantuvo a lo largo de toda su vida como una devoción real hacia la Virgen María Nuestra Señora, como la llamaba.

Ignacio era agresivo y arriesgado, se dedicaba a las vanidades del mundo y disfrutaba de su vida como soldado en ejercicio, buscando honra y prestigio. Sin embargo, la devoción a la Virgen Nuestra Señora la mantenía e incluso en ese tiempo compuso algunas oraciones a Nuestra Señora.

La herida en la pierna que recibió en Pamplona y su larga convalescencia fue una ocasión privilegiada para reflexionar y meditar por largas horas el libro de la vida de Cristo, escrita por Ludolfo de Pérez.

En su autobiografía, Ignacio narra que un día la Virgen Santísima le mostró de un modo especial su presencia consoladora. Estando despierto, una noche vio delante de sí una imagen de Nuestra Señora con el Santo Niño, que duró un largo rato. No podía apartar sus ojos de ella porque sentía que la Virgen Santísima era la Virgen Santísima.

Una felicidad y un gozo que nunca había conocido. Se sintió invadido de santidad, de limpieza en su mente. Ahora deseaba conservar por escrito las cosas más esenciales de la vida de Cristo y de los santos. Por eso, empezó a escribir en rojo las palabras que decía Jesucristo y en azul las de la Virgen.

Para Ignacio de Loyola, la Virgen María fue la verdadera y única dama de sus pensamientos. Deseaba honrarla y servirla en todo. Decidió ir hacia Tierra Santa y la comenzó orando a la Virgen con una vigilia en el santuario de Aranzazu.

Allí hizo privadamente un voto de castidad a Nuestra Señora. En el camino hacia el santuario de Nuestra Señora de Montserrat, meta intermedia de su peregrinación a Tierra Santa, dejó en Navarrete una limosna para que se restaurara una imagen de la Virgen María que lo necesitaba.

Al llegar al monasterio de la Virgen de Montserrat, colgó su puñal y su espada de caballero ante el altar de Nuestra Señora. La Virgen María, que era la Virgen de Montserrat, se quedó en la iglesia de Nuestra Señora. Hizo una confesión general de su vida. Le dio su vestido de caballero a un pobre que encontró y se vistió con la ropa del pobre que consistía en un vestido de saco y unas alpargatas.

Fue en Manresa, donde escribió sus célebres ejercicios espirituales. Y desde la primera semana de los ejercicios, aparece Nuestra Señora como intercesora ante su Hijo y Señor y como Madre gloriosa. En su diario espiritual, Ignacio decía que en la misa, al consagrar, sentía y veía a Nuestra Señora como puerta y parte de la gran gracia espiritual que experimentaba, pues Cristo se encarnó en María Virgen y por ella entró en el mundo el que se nos da como alimento en la Eucaristía, el cuerpo de Cristo que estaba consagrando en esos momentos.

Hoy, muchos seglares, sacerdotes y congregaciones religiosas viven esa herencia de devoción a la Virgen María como intrínseca a la espiritualidad.

Nuestra Señora es la Virgen de Naciana, demostrando que con Dios siempre ganamos.

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