San Ignacio de Loyola, por María García de Fleury
Por María García de Fleury
San Ignacio de Loyola nació en 1491 y fue uno de los trece hijos de una una familia de nobleza del norte de España. De joven, Ignacio estaba inflamado por los ideales del amor cortés, de la caballería y soñaba con hacer grandes hazañas, sobretodo militares.
El fundador de los jesuitas iba camino a la fama y a la fortuna militar cuando en una batalla contra los franceses, una bala de cañón le destrozó la pierna en 1521. Como no había libros de romance a la mano durante su convalecencia, Ignacio pasó el tiempo leyendo libros de caballería, cuando se le terminaron, no encontró otra cosa que una vida de Cristo y vida de los santos. Estos libros hicieron que su conciencia se conmoviera profundamente y comenzó un largo y doloroso regreso a Cristo.
Esa herida de bala que recibió en la batalla, fue en realidad lo que le llevó a su experiencia de conversión, sin esta conversión no habrían jesuitas ni espiritualidad ignaciana; hizo peregrinación al Santuario de la Virgen en Monserrat cerca de Barcelona, allí se confesó y tuvo una visión de la Madre de Dios. Permaneció durante casi un año en la localidad de Manresa, unas veces con los dominicos, otras veces en un auspicio para pobres, pero sobretodo en una cueva aislado en las colinas, orando.
Después de un periodo de gran tranquilidad, oración, meditación, donde pasó por angustiosas pruebas de escrúpulos, y no encontraba consuelo en nada, oración, ayunos, sacramentos, penitencias, finalmente su paz mental volvió. Fue durante este año de conversión que Ignacio comenzó a escribir el material que luego se convirtió en su mayor obra, Los ejercicios espirituales, donde recopiló sus ideas, oraciones y sugerencias y es unos de los libros que ha sido de mayor influencia en la vida espiritual que se han escrito. Se convirtió en un experto en el arte de la dirección espiritual, insistía en que el examen de conciencia es el mejor medio para cuidar el alma.
En 1534 a los 43 años, él y otros seis, uno de los cuales era San Francisco Javier, hicieron voto de vivir en pobreza y castidad e ir a la Tierra Santa. Hicieron un cuarto voto, el de la obediencia al Papa, de ir a donde el Papa los enviara para la salvación de las almas. Cuatro años más tarde, Ignacio hizo permanente la asociación, la nueva Compañía de Jesús o jesuitas, constituidos por hombres contemplativos en acción fueron aprobados por el Papa Pablo III e Ignacio fue elegido para servir como tercer general.
Ignacio fue un verdadero místico, centró su vida espiritual en los fundamentos esenciales del cristianismo, la Trinidad, Cristo, la Eucaristía, el amor a la Virgen. Su espiritualidad se expresa en el lema jesuita «A mayor gloria de Dios», así como en otro lema, «En todo, amar y servir».
«El amor se ha de poner más en obras que en palabras», decía Ignacio y además agregaba, «Evita la tentación para que evites el pecado». Estaba convencido de que quién le teme a los hombres no será jamás capaz de hacer nada por Dios. Fue cuestionado varias veces y encarcelado por breves periodos, escribió más de 6.800 cartas a lo largo de toda su vida, lo que lo convierte en uno de los escritores más prolíficos.
La Orden de los Jesuitas es conocida por sus obra misioneras, educativas y caritativas, fueron una fuerza vital en la Contrarreforma y son una fuerza líder dentro de la iglesia católica romana, porque viven de la mano de la Virgen María y de Dios, y con Dios ¡siempre ganamos!
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