San Ignacio de Antioquía, por María García de Fleury
Por: María García de Fleury
Ignacio nació en Antioquía hacia el año 30 y falleció hacia el año 107, fue el tercer obispo de Antioquía y es considerado uno de los padres apostólicos por su cercanía cronológica con el tiempo de los apóstoles, se cuenta entre los padres de la Iglesia.
Fue discípulo directo de San Pablo y de San Juan, fue consagrado obispo por los apóstoles Pedro y Pablo y asignado como obispo de
Antioquía, fue el segundo sucesor de Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía.
En ese tiempo, Antioquía era la tercera ciudad más importante del Imperio después de Roma y Alejandría, también era una iglesias más importantes e influyentes. Había muchos cristianos de procedencia judía que venían huyendo de la destrucción de Jerusalén ocurrida en el año 70. Fue el primero en llamar a la Iglesia «católica», su escritos demuestran que la doctrina de la iglesia católica viene de Jesucristo por medio de los apóstoles, esta doctrina incluye la eucaristía, la jerarquía y la obediencia los obispos.
En su gran amor a la madre de Dios predicaba la virginidad de María y el don de la virginidad, hablaba del parto virginal de María y fue el primer escritor fuera del Nuevo Testamento en escribir sobre la verdad del parto virginal de María. En su carta a carta a los de Éfeso dijo: «Y al príncipe de este mundo se le ocultó la virginidad de María y su parto también, la muerte señor»
Los escritos del obispo San Ignacio de Antioquía son de suma importancia porque demuestran la catolicidad de la doctrina desde tiempos apostólicos, sus cartas son un testimonio de su amor apasionado por Cristo, su profundidad y claridad de pensamiento teológico y su profunda humildad.
San Ignacio de Antioquia también fue el primero en usar la palabra eucaristía para referirse al Santísimo Sacramento, enseñaba sobre ello hablando de la carne de Cristo, el don de Dios y la eucaristía como la medicina de la inmortalidad. Llamó a Jesús, «pan de Dios», que ha de ser comido en el altar dentro de una única Iglesia.
San Ignacio escribió varias cartas camino de su martirio, de las que se conservan siete; en ellas escribía: «Reúnanse en una sola fe en Jesucristo, rompan un solo pan, que es medicina de mortalidad, remedio para no morir sino para vivir por siempre en Jesucristo».
Exhortaba a permanecer en armonía con el obispo con el clero a reunirse con frecuencia para rezar públicamente y agregaba: «Jesucristo les hará ver la verdad, él es la boca que no engaña y la boca por la que el padre ha hablado verdaderamente».
Por sus predicaciones San Ignacio fue condenado a morir devorado por las fieras y antes de morir dijo: «Lo que yo anhelo, es pertenecer a Dios, permitan que imite la pasión de mi Dios, el que tenga a Dios en sí entenderá lo que quiero decir y se compadecerá de mí sabiendo que el deseo que me apremia es llegar a Dios», porque el sabía que con Dios siempre ganamos.