San Francisco Javier, apóstol de las Indias, por María García de Fleury
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San Francisco Javier nació el 7 de abril de 1506 en una familia noble, a los 19 años se mudó de su castillo en España y fue a estudiar en la universidad de París, era buen estudiante pero vanidoso, fiestero y se reunía con malos compañeros, pero allí conoció a Ignacio de Loyola, otro estudiante inteligente con quien competía en los estudios.
Entre las conversaciones y diálogos intelectuales entre ambos al principio había animadversión, pero poco a poco Ignacio lo fue acercando a Jesucristo ayudándolo a darse cuenta del poco valor de los bienes de la tierra y de lo mucho que valía ayudar a los demás y entregarse a Dios. En varias ocasiones Ignacio le hizo a Francisco Javier la misma pregunta que le hizo Jesús: ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?, así surgió la amistad entre los dos.
En otra ocasión San Ignacio le dijo: «Un corazón grande y un alma noble no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos, tu ambición debe ser la gloria que dura eternamente».
Al graduarse, Francisco Javier estaba decidido a dedicar su vida a acercar a los demás a Dios. En 1534 fue uno de los siete con quienes San Ignacio fundó La Compañía de Jesús haciendo votos de absoluta pobreza. Juntos fueron a Tierra Santa para comenzar desde allí su obra misionera, fueron a Venecia y con 31 años fue ordenado sacerdote junto a sus compañeros de la naciente compañía de Jesús.
Desde Lisboa viajó a Goa, en la India donde comenzó su vida como misionero, empezó atendiendo una leprosería y adaptaba las verdades de fe a la música popular y para conseguir que los niños fueran a oírlo predicar, iba por las calles tocando una campanita, los niños se arremolinaban a su lado para escucharlo.
Mas que sus argumentos, convencía con su santidad y con la fuerza de sus milagros, su predicación era constante y tenaz, su único equipaje era su libro de oraciones y su incansable ánimo para enseñar, curar enfermos, aprender idiomas extraños, bautizar conversos por millares. Dedicaba las noches a la oración y si no lograba dormir pasaba horas recostado en el sagrario.
A los enfermos les entregaba su rosario que llevaba siempre al cuello y su solo contacto los curaba. Un día conoció a un japonés que le contó cosas maravillosas de su país y Francisco Javier decidió viajar a Japón. Para atraer a los japoneses a la fe renunció a su vieja sotana que usaba en la India y se vistió con trajes finos de seda como los que usaban ellos. Aprendió el idioma, logró traducir al japonés una especie de catecismo muy sencillo de la doctrina cristiana y las repetía siempre.
Era alegre, optimista, siempre feliz de haber sido escogido por Dios para difundir su palabra. Poco antes de llegar a la China con 46 años se enfermó y falleció. Francisco Javier recorrió más de 120 mil kilómetros, lo que equivale a dos veces y media la vuelta a la Tierra, aun cuando en esa época los viajes eran muy difíciles y hasta naufragó tres veces en el mar.
Es patrono de las misiones porque llevó el evangelio hasta los confines de la Tierra, conquistando almas para Dios, porque él sabía que con Dios ¡siempre ganamos!.
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