San Andrés, por María García de Fleury
Por María García de Fleury
San Andrés nació en Betsaida, población de Galilea a orillas del lago de Genesaret, era hijo del pescador Jonás y hermano de Simón Pedro, la Sagrada Escritura no específica si era mayor o menor que él, pero si sabemos que la familia tenía una casa en Cafarnaún y en ella se alojaba Jesús cuando predicaba en esa ciudad.
Según los evangelios, Andrés fue uno de los doce apóstoles que seguían a Jesús, tuvo el honor de haber sido el primer discípulo de Jesús, había sido primero discípulo de Juan el Bautista y cuando Juan el bautista vio pasar a Jesús cuando este regresaba de su ayuno y sus tentaciones en el desierto, el Bautista exclamó: «¡Ahí va el Cordero de Dios!». Andrés se emocionó al oír semejante elogio y se fue detrás de Jesús. Al acercársele, Jesús se volvió y le pregunto: ¿Qué buscas? y él le dijo: ¿Dónde vives?, Jesús le respondió: «Ven y verás», y se fue y pasó con él aquella tarde.
Nunca jamás podría olvidar Andrés el momento, la hora y el sitio donde estaba cuando Jesús le dijo: «Ven y verás», esa llamada cambió su vida para siempre.
Aunque paso a un segundo plano, San Andrés fue el día del milagro de los panes y los peces el que acercó a Jesús al joven que llevaba los cinco panes, estuvo presente en la mayor parte de los milagros y en Pentecostés recibió junto a la Virgen María y al resto de los apóstoles al Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego. De allí en adelante, se dedicó a predicar el evangelio con gran valentía, obrando milagros y prodigios.
Su misión evangelizadora lo llevó a Patras, capital de la provincia de Acaya, en Grecia, tradición muy antigua cuenta que el apóstol Andrés fue crucificado, que lo amarraron a una cruz en forma de X y que allí estuvo padeciendo durante tres días los cuales aprovechó para predicar e instruir en las enseñanzas de Jesucristo a todos los que se le acercaban.
Dicen que cuando Andrés vio que le llevaban la cruz para martirizarlo exclamó: «yo te venero o cruz santa que me recuerda la cruz, dónde murió mi Divino Maestro, mucho había deseado imitarlo a él en este martirio, dichosa hora en que tu, al recibirme en tus brazos me llevarán junto a mi maestro en el cielo».
La tradición coloca su martirio el 30 de noviembre del año 63 bajo el imperio del cruel emperador Nerón. Andrés fue fiel a Cristo hasta su muerte, nunca se imaginó que su vida cambiaría para siempre y que llegaría a abrazar el martillo y abrazar la cruz de Cristo.
Andrés enseña y nos ayuda a vivir cada día como hijos de Dios, aceptando esas contrariedades que se nos presentan día a día, Andrés desde que conoció a Jesús permaneció siempre fiel a su enseñanzas porque el entendió que con Dios ¡siempre ganamos!
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