Reflexiones sobre la montaña, por María García de Fleury
por: María García de Fleury
Subir una montaña, escalar una montaña es el lugar donde una persona puede vivir una de las experiencias más fecundas de su existencia, subir una montaña pone de manifiesto un talante juvenil, ilusión por la vida y salud mental, además de la curiosidad por lo que está frente a nosotros.
La montaña es el monumento más extraordinario de La Tierra, y en ella se encuentran frecuentemente los parajes que mas pueden impresionar a los seres vivos. ¿Cuántas veces no se retiró Jesús al desierto o a una montaña a orar?, en el silencio de la montaña, en la brisa suave, en la vista desde las alturas, Jesús oía la voz del padre y a la vez suplicaba su ayuda por el mundo de allá abajo.
La montaña era el ambiente predilecto de la Trinidad divina, era en la soledad de la montaña cuando Jesús en unión con el Padre y el Espíritu Santo, tomaba fuerzas para cumplir su misión, y fue en la montaña donde mostró una pequeña ventana de su gloria en la transfiguración.
Muchas montañas son enormemente altas, con grande precipicios verticales, cascadas inmensas, glaciares grandiosos con galerías heladas que nos retrotraen a millones de años de antigüedad.
Para llegar a la cima de una montaña se debe recorrer un largo camino, remontando valles, poblados, pasando a través de bosques, de profundos desfiladeros para escalar por agrestes vertientes que pueden ser arduas paredes y peligrosas aristas, alcanzado collados entre mares de nubes para llegar a la cima.
El mundo de hoy, que muchas veces ignora consecuentemente a Dios, inconscientemente lo está buscando y trata de honrarlo a través del mundo creado, por eso es que vemos tanta pasión por proteger el medio ambiente, por conectarnos con la madre naturaleza, por meditar desde las alturas de una cumbre, una montaña, un volcán, por sentirnos parte de esa majestuosidad, de esa fortaleza, de esa grandeza inexplicable con sus ríos, cascadas, árboles y aves.
En realidad, la verdad más contundente es que somos hijos amados de un Dios bueno que nos ha dado la creación en todo su esplendor para que le conozcamos y le demos gloria.
Desde una montaña somos capaces de ver la inmensidad que se nos escapa de las manos, nos sentimos pequeños y a la vez conectados con algo o alguien infinitamente mas grande y más poderoso que nosotros. El ser humano se humaniza cuando piensa en su pequeñez ante el mundo y a la vez en la grandeza del amor que Dios le tiene.
En lo alto de la montaña se siente como el alma se transforma; al asimilar la experiencia llegamos a un grado mayor de consciencia y es entonces cuando el diálogo entre la persona y la montaña alcanza la trascendencia que busca el humanismo.
Amigos, no perdamos la capacidad de asombro ante la belleza del mundo que nos rodea, al admirarlo pidámosle a Dios que seamos capaces de admirar y gozar su amor, busquemos el silencio, busquemos admirar la grandeza de la naturaleza, los amaneceres, atardeceres, las montañas, mares, ríos, porque nadie sino Dios ha podido crear tales maravillas y con Dios ¡siempre ganamos!