¿Qué hacer cuando sufrimos?, por María García de Fleury
María García de Fleury
En este tiempo de cuaresma, cuando volvemos a recordar y revivir el sufrimiento y la muerte de Jesús, vale la pena recordar que, como seres humanos, todo el mundo experimenta dolor, enfermedad, pérdida. El sufrimiento es universal. Una de las partes más significativas y gratificantes de la doctrina católica, que, por cierto, no está bien desarrollada en otras denominaciones cristianas y tampoco la comprenden, es el increíble valor del sufrimiento.
Jesús sufrió y murió para salvarnos. Y, aunque a los redimidos un día se les enjugará toda lágrima de sus ojos, como dice el libro del Apocalipsis, nuestro camino de salvación hacia esa recompensa final y eterna en esta vida es seguir los pasos de Jesús. Y Jesús prometió que, si somos verdaderamente sus discípulos, vamos a sufrir como Él.
Este sufrimiento nunca carece de sentido. Está destinado a la santificación de nuestra alma, para prepararnos para el cielo, sin importar la forma en que se presente. Puede ser una enfermedad, la pérdida de un ser querido, problemas de relación personal, dificultades financieras, confusión emocional, conflictos familiares, tantas cosas como también persecución religiosa, desastres naturales, la opresión del gobierno, todo tipo de dificultades. Por eso, entre los cristianos, frente a un sufrimiento se les dice, ofréceselo a Dios.
Jesús al venir a la tierra redimió para siempre nuestro sufrimiento humano. Por lo tanto, el sufrimiento enseña sobre Dios, sobre nosotros mismos y sobre nuestra relación con Dios. Si lo ofrecemos, estamos entregando todo el dolor al poder redentor de la cruz de Cristo. Y los que lo han hecho bien, que son los santos, dicen que su sufrimiento siempre valió la pena.
Hay unos que sufren como el buen ladrón y otros como el mal ladrón. Ambos sufrieron por igual, pero uno supo hacer meritorio su sufrimiento porque los aceptó pidiendo perdón, diciendo, acuérdate de mí cuando estés en el paraíso. Y Jesús crucificado le respondió: hoy estarás conmigo en el paraíso. El otro, por el contrario, gritó, profirió imprecaciones, blasfemia y expiró en la más espantosa desesperación. Hay dos formas de sufrir, sufrir con amor y sufrir sin amor. Los santos sufrieron todo con alegría, paciencia y perseverancia porque amaban.
Nos quejamos y decimos, ¡ay, pobre de mí! Pero no, amigos, pobres son los que no tienen la dicha de conocer a Dios y su infinita hermosura y tienen las mismas cruces que tenemos nosotros, pero no tienen los mismos consuelos. Solo debemos amar mientras sufrimos y sufrir mientras amamos. Porque el sufrimiento es universal. En esta cuaresma vamos a descubrir la oportunidad de ofrecerle a Dios nuestros sufrimientos, nuestras dificultades para unirnos a Cristo porque, amigos, con Dios ¡siempre ganamos!
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