¿Por qué Santa Teresita del Niño Jesús es doctora de la Iglesia?
Por: María García de Fleury
El poder de la oración, sobretodo de la oración en familia, se manifiesta en la vida de Santa Teresita del Niño Jesús; su familia, antes de ella nacer, le pedía a Dios una misionera en la familia, y cuando nació Teresita el 2 de enero de 1873 sus padres se preguntaban: ¿Será misionera?
Su madre murió cuando Teresita tenía apenas 4 años y su padre y sus hermanas mayores se hicieron cargo de ella para que no se sintiera huérfana y la rodearon siempre de mucho amor.
Teresita entró en la congregación de las Carmelitas en el Carmelo de Lisieux, Francia y en sus últimos años mantuvo correspondencia con dos sacerdotes misioneros, uno de ellos enviado a Canadá y el otro a China y los acompañó constantemente con sus oraciones, sacrificios, ayuno, mostrando que la fe se propaga y extiende no solamente por la actividad sino también por la oración y la contemplación.
El Papa Pío XI en 1927 la declaró junto con el jesuita San Francisco Javier patrona de todas las misiones, aunque durante su vida religiosa ella jamás hubiera salido de los muros de su convento, pero siempre deseó ardientemente ser misionera.
Juan Pablo segundo le dio el título de doctora diciendo: “Como patrona de las misiones, propicia la acción evangelizadora, como doctora pone en orden la inteligencia y el convencimiento, resalta el criterio y cataloga los valores, es maestra”.
Su doctorado versa sobre el amor y eso solo ya lleva a la sencillez, no a la superficialidad; su caminito espiritual es muy profundo, teresita del niño Jesús comprendió y vivió el deseo de Dios de ser amado y decía: “El temor me echa para a tras, pero el amor no solo me hace correr sino volar, amándolo y no temiendo a Dios ningún alma llegaría a ofenderlo”.
Contemplando Teresita una estampa de Cristo en la Cruz Sangrando, comprendió la necesidad de orar y sufrir por los pecadores, de inmolarse por los sacerdotes que han de convertir a esos pecadores y que iban a ayudarlos a que salieran del pecado, por eso escribió: “La santidad no consiste en esta o en la otra práctica sino en una disposición del corazón que hace que seamos humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra flaqueza y confiados hasta la audacia en la bondad de Dios Padre”.
Para ella el amor era el ascensor para subir a Dios, sus delicadezas de amor con Dios eran incesantes, con frecuencia por ejemplo, le llevaba rosas y desojaba los pétalos sobre el crucifijo acariciándolo para que Dios sufriera menos.
Un día oyó a un criminal que acababa de ser condenado a muerte en castigo de sus horribles crímenes y se propuso impedir que fuera al infierno, para eso hizo ayuno, oración, sacrificio de manera que diera una señal de arrepentimiento diciéndole a Dios “Señor, estoy segurísima que si da señal de arrepentimiento lo vas a perdonar”.
Su oración fue escuchada porque el criminal antes de ser ejecutado, tomó el crucifijo que le enseñaba el sacerdote y lo besó tres veces. Dios no necesita nuestras deslumbrantes obras, nuestras retóricas huecas, lo que Dios busca es nuestro amor.
En medio de una vida monótona del convento sin realizar nada extraordinario avanzó velozmente hacia la santidad, haciendo actos extraordinariamente pequeños llenos de amor, ese es el secreto de la vida espiritual.
Su obra escrita que está llamada “historia de un alma” muestra la doctrina de la infancia espiritual como camino de humildad, confianza, amor, el valor de las cosas pequeñas y de la vida de fe y de sufrimiento unidos al amor, es un programa de vida para las almas pequeñitas a los ojos de los hombres, es un nuevo sistema espiritual en el que han desaparecido los métodos complicados, aquí no hay matemáticas ni alarde, es la doctrina evangélica.
En sus dos últimos años de vida, debatidos en medio de la enfermedad de la tuberculosis que la llevó a la tumba a los 23 años tuvo prueba de dudas y de crisis de fe, pero por encima de todo eso el amor vivido con intensidad y entrega a Dios hicieron que la proclamaran Doctora de la Iglesia, porque siempre supo que con Dios ¡siempre ganamos!