Por qué algunos niños y adolescentes se portan tan mal
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¿A quién no le ha pasado alguna vez que un niño tras pasar al lado de una persona calva o con obesidad grite, ‘mamá, ese señor está muy calvo o está muy gordo’? Son varias las situaciones en las que nuestros hijos nos llevarían a meter la cabeza bajo tierra y por ejemplo se portan fatal ante un encuentro importante o en un sitio muy concurrido. Básicamente la razón es porque son niños, y tiene su base científica.
Al mismo tiempo, Saúl Martínez-Horta, doctor en Medicina y especialista en neuropsicología clínica del servicio de Neurología del Hospital Sant Pau de Barcelona, resalta en una entrevista con Infosalus situaciones tan frecuentes en los menores como las explosiones de ira transitorias, más frecuentes de lo que nos gustaría, y que están desencadenadas por hechos tan banales como el cambiar un canal de la televisión, por ejemplo, o tras no atender a algunas de sus peticiones.
Dice que, desde pequeños, y durante su adolescencia, irán apareciendo una serie de conductas que se pueden ir haciendo más complejas con el tiempo y que básicamente comparten un nexo común: la temeridad o el riesgo, y que por ejemplo les llevan a esos saltos desde las alturas sin conocimiento, el lanzamiento de piedras, o al tocamiento de enchufes por decir sólo algunos.
Sostiene que con la transición a la adolescencia no necesariamente se produce una mejoría en este sentido, sino que cambian los riesgos a asumir en algunas ocasiones, de modo que aparecerán las fracturas, los cortes, o los fuertes traumatismos por ir en bici o en moto de manera temeraria, o bien las mentiras para realizar lo prohibido, la ingesta de alcohol y de otras sustancias, así como la aparición de los amigos problemáticos, o el meterse en serios problemas, por ejemplo.
Aún no ha madurado su cerebro
¿Cómo se explica esto? Señala Martínez-Horta que el cerebro humano, a diferencia de otros animales, ha desarrollado una serie de procesos que dependen del lóbulo frontal: «Las funciones que de él se desprenden nos permiten la capacidad de autorregularnos, por ejemplo. Un ser humano puede ajustar su conducta a las reglas o exigencias del entorno. Puedo tener mucha hambre, pero es la primera cena con la familia de mi novia y me comporto; o le soltaría un insulto a alguien que me ha hecho algo malo, pero no es el momento y me aguanto».
Además, este experto mantiene que las funciones frontales no sólo definen los procesos neurocognitivos más complejos que conocemos, sino que además son las funciones que más tiempo tardan en desplegar con plena eficiencia a lo largo del neurodesarrollo.
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