PALABRA DE DIOS | Lea el evangelio de este martes 26 de marzo
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Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 55,10-11:
Así dice el Señor: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mi vacía, sino que hará mí voluntad y cumplirá mi encargo.»
Salmo
Sal 33,4-5.6-7.16-17.18-19 R/. El Señor libra de sus angustias a los justos
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias. R/.
Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria. R/.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 6,7-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así: «Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno.» Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»
Reflexión del Evangelio de hoy
A la escucha de Dios
Hemos comenzado este camino hacia la cuaresma, un camino de preparación para acompañar a Jesús. Y qué mejor que comenzar el camino en oración. Así nos lo va diciendo Isaías en la lectura de hoy, donde nos ponemos a la escucha de Dios para empaparnos de su Palabra, gustarla, vivirla, sentirla, darla, así como la lluvia cae del cielo. Cristo mismo es esa Palabra que se hace vida en la Eucaristía.
Dios nos busca, busca nuestra tierra, y nosotros somos quienes debemos dejar sembrar en nuestro corazón su semilla y empaparnos por esa lluvia que nos envía, y dar fruto. Que su Palabra inunde nuestro corazón para que salga por nuestra boca y dejar que el fruto crezca. Dar el alimento que brota del corazón de Dios, y Dios nos ayuda a construir un camino hacia Él. La lluvia hace que la semilla crezca y dé su fruto, así como la Palabra de Dios es esa semilla que cae en nosotros, en el corazón del hombre y espera su fruto.
La oración del Padre Nuestro
Este evangelio es la mejor forma, la más exquisita, de invitarnos a la oración. Jesús nos enseña a orar, no con muchas palabras, que no son necesarias, sino las justas, las que necesitamos, las más sencillas, y profundas, las que van a lo que realmente debemos pedir cada día. Ponernos en esa presencia de Dios sin tener que encerrarnos en ningún sitio, sino salir de nosotros mismos y hacer en nuestra vida aquello que Dios quiere para cada uno, lo mejor, lo que nos va a hacer felices.
La oración nos transforma, nos ayuda a vivir la vida de Jesús, a dejarnos hacer por Dios, a ser de Dios y para Dios. A ser un poco como El, como hijos suyos que somos.
Esa es la oración, la experiencia de ser y sentirnos hijos suyos, de vivir ese encuentro que tiene un padre con su hijo. Ponernos delante del Padre y llenarnos con su presencia. Entrar en un dialogo sencillo, profundo y sincero con El, escuchar su voz, acoger su Palabra. Y hacer lo que Él nos diga.
En la oración debemos pedir lo que realmente nos conviene, no lo que nosotros queramos. Dios solo nos va a dar lo que necesitemos, no lo que exijamos. Santiago en su carta nos dice: “ Pedís y no recibís, porque pedís mal”; y san Pablo nos dice en su carta a los Romanos: “No sabemos pedir como conviene”. En esta sencilla oración Jesús nos enseña a pedir lo que tanto necesitamos. Y nos enseña a rezar esta maravillosa oración que es el Padre Nuestro.
Comenzamos llamando al Padre.
Padre Nuestro, esa llamada que un hijo hace cuando le necesita, Padre, ven a mí. Sentir a Dios nuestro Padre, que nos ayuda, que nos escucha, que acude a nosotros siempre. Y sentir su amor hacia nosotros. Porque somos hijos a su imagen y semejanza.
Que estas en el cielo, ahí cerca, para poder contemplar lo de arriba, no lo de abajo. Está en el cielo, pero no se muestra indiferente, si no que entra en nuestro corazón, ahí está nuestro cielo. Está en el pobre, en el que sufre, en el que muere.
Santificado sea tu nombre. Se hace santo en cada uno de nosotros porque Él es Vida y quiere que vivamos su vida, dando testimonio de FE, ser Camino llevando la Alegría del Evangelio al corazón del hombre y vivir y llevar la VERDAD dando a conocer a su Hijo como hermano nuestro.
Venga a nosotros tu Reino, un Reino de Paz, de Amor, de Justicia, de Libertad, de Respeto, de Unidad. Un reino que entre todos debemos construir. Dejar que Él reine en nuestros corazones.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Cuán difícil se nos da muchas veces hacer la voluntad de Dios, porque ni siquiera somos capaces de verla , de entenderla, cuando deberíamos inclinarnos ante ella. Su Voluntad no es la nuestra. Porque lo que él desea para nosotros siempre es lo mejor, así como un padre siente ternura por sus hijos así Dios siente ternura por cada uno de nosotros. Aceptar su voluntad nos llevará a vivir una vida mejor, a vivir la Felicidad que solo Él nos puede dar.
Danos hoy nuestro pan de cada día. El Pan que nos da la fuerza para no desfallecer en las dificultades que la vida nos va poniendo. El alimento necesario que nos ayuda a crecer cada día en Amor y Vida, en el Espíritu, en la Oración, en la Contemplación, en la Predicación. El Pan que se parte y reparte, el Pan de la Eucaristía, tan necesario para todo el cristiano para ser como Cristo: panes partidos y repartidos en este mundo que pasa hambre y sed del Amor de Dios.
Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Pedir, dar y recibir perdón. ¡Cuánto nos cuesta pedir perdón por nuestras ofensas e incluso hasta perdonar cuando nos hacen daño! Nos creemos poseedores de la razón y no somos capaces de mirar al otro con compasión así como Jesús nos mira a nosotros con mirada compasiva y misericordiosa. San Pablo en la carta a los Efesios nos dice “Sed amables unos con otros, perdonándoos mutuamente, así como también Dios os perdonó en Cristo”. ¿Quiénes somos nosotros para no ofrecer ese perdón al hermano cuando Cristo nos perdonó todos nuestros pecados muriendo en la Cruz? Si no somos capaces de dar ese perdón, de ser misericordiosos con los demás, Dios no estará en nuestro corazón.
No nos dejes caer en la tentación. Vivimos en un mundo lleno de tentaciones, una sociedad que todo lo que nos ofrece es para separarnos de Dios. Pero a veces la tentación puede ser buena, y quizá Dios la permite para ponernos a prueba y así ayudarnos crecer, a cambiar, a hacer el bien si lo sabemos ver con sus ojos, sentirlo con su corazón.
Mas líbranos del mal. El mal está presente en el corazón del hombre. Un mal que Dios quiere quitar pero no nos dejamos hacer por el Amor de Dios. Nos dejamos llevar por ese mal que se hace enfermizo. Un mal que nos quita la paz. Pero Dios siempre estará para darnos su fuerza y vencer la aflicción, la enfermedad, ese mal que está en nuestro mundo, y poder encontrar la Paz del Corazón.
AMEN. Terminará así nuestra oración con un “Amén” fuerte que no es más que darle un SI a Dios, un “hágase tu Palabra”, un decirle “Aquí estoy para hacer tu voluntad, cuenta siempre conmigo”.