#OPINIÓN | San Bernardo de Calatrava, por María García de Fleury - 800Noticias
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María García de Fleury

El 20 de agosto la Iglesia celebra a un francés que ha tenido una gran influencia sobre la humanidad, desde el siglo XII. Lo llamaban «El doctor boca de miel» porque se dedicaba a predicar el evangelio con tanta fuerza y a la vez con tanta dulzura.

Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor y a amar a la Virgen. Se le considera como el último de los Padres de la Iglesia. Bernardo era un hombre amable, simpático, inteligente, bondadoso y alegre. Todo ese vigor juvenil le causaba un reto grande en las tentaciones contra la castidad y la santidad.

Por eso, durante algún tiempo, se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia todo lo mundano. Pero las amistades mundanas por más atractivas que eran  lo dejaban vacío; lo llenaban de hastío. Después de cada fiesta se sentía más desilusionado del mundo y sus placeres. Por eso decidió entrar en el convento benedictino y consagrarse a la religión y el apostolado. Su familia se opuso fuertemente y sus amigos le decían: «Esto es despreciar una gran personalidad para  ir a enterrarte vivo en un convento».

Pero Bernardo se había convencido tanto de la importancia de entregarle la vida a Dios que les habló tan maravillosamente de las ventajas que tiene una vida religiosa  que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores , a su tío y a 31 compañeros.

El hermano le dijo: «¡Ajá, con que ustedes se van a ir a ganar el cielo y a mi me van a dejar aquí en la tierra! ¡Eso no puede ser! Y también él entró dentro de la vida religiosa.

A los 22 entró al monasterio de Cister. Cuando falleció su madre, el papá de Bernardo también entró en el monasterio. En la historia de la Iglesia es difícil encontrar a otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de atracción tan grande para llevar a tanta gente a la vida religiosa, como el que recibió Bernardo. Lo llamaban Bernardo de Calatrava.

Las muchachas tenían terror de que sus novios hablaran con él. En las universidades, en el pueblo, en los campos, al oírlo hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un convento se iban en grupos numerosos a que él los instruyera y los formara religiosos sacerdotes.

Su amor a la Virgen era inmenso y le decía a todos «tú no eres santo porque no eres más devoto de la Virgen». Recorrió toda Europa poniendo paz donde había guerra, corrigiendo errores, herejías, animando a desanimados, defendiendo la religión católica.

Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres e hizo llegar a santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban «El cazador de almas y vocaciones».

Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de Europa en su tiempo, y de haber conseguido varios milagros y llenar a Europa con religiosos muy fervorosos, falleció a los 63 años un 20 de agosto del año 1653.

Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa y que se acercaran a Dios convencidos de que con Dios, ¡siempre ganamos!