#OPINIÓN | El papa Gregorio Magno y la música, por María García de Fleury - 800Noticias
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María García de Fleury

San Gregorio Magno es uno de los cuatro doctores de la Iglesia latina por haber explicado, con mucha claridad, ciertas doctrinas religiosas que no habían sido bien definidas.

Era de familia noble. Como joven abogado le conmovía el espectáculo de la miseria que veía en Roma.

Cuando murió su padre, Gregorio entregó todo su inmenso patrimonio a los pobres y a la Iglesia. En los terrenos que ellos tenían como familia en Sicilia, fundó seis monasterios y el Palacio en el que vivía lo convirtió en un monasterio benedictino llamado «San Andrés». Él mismo ingresó allí como sacerdote. A lo largo del tiempo, y con el paso de los años, le tocó ser abad de esa abadía.

Cuando el Papa falleció, producto de una epidemia, en el año 589, eligieron a Gregorio como Papa; y Gregorio se propuso el doble deber: catequizar y cumplir con la disciplina.

Fue el primer pontífice monje y ascendió a lo que llamamos la silla apostólica, cuando Italia se encontraba en una situación absolutamente deplorable, como consecuencia de las luchas y de los ostrogodos y el  emperador Justiniano.

El Papa Gregorio se distinguió por su oratoria, por su política tolerante, su administración atinada, su interés misionero en Inglaterra y en España y el tacto que tuvo en la reforma del Clero y de la liturgia.

Su acción pastoral se refleja en varias de sus obras. Se distinguió por sus obras en materia de sus comentarios a la Biblia, a la moral, y en todas sus cartas, que escribió muchísimas.

Toda la obra literaria de San Gregorio Magno es de estilo sencillo, humilde y a menudo muy elocuente. Adoptó el título «El servidor de los siervos de Dios» y esto se convirtió en título oficial para futuros pontífices, hasta el día de hoy.

Entre sus legados más importantes fue que tomó de la liturgia de las sinagogas judías, basadas en la lectura de los textos sagrados, la forma de entonación de los salmos, así como fragmentos que se enlazaban de melodías romanas y orientales bizantinas, que ya existían. Y los incluyó todos como un repertorio musical, con una forma de recitar, más o menos de forma adornada, un texto sagrado.

No se entiende como música; se entiende como oración. Lo interesante es que a esto se le llamó «El canto Gregoriano», y este es un canto monódico, es decir, de una solo línea melódica. Lo puede cantar cualquier persona; nadie sobresale. Todos cantan por igual. Además, como es rítmico, ayuda a la respiración y la oxigenación cerebral, y se canta sin acompañamiento instrumental.

El propio Papa Gregorio fue autor de muchas de estas melodías. Apenas muerto fue venerado como Santo y la tradición lo asumió como patrón de los liturgistas, de los investigadores.

Dejó como legado los cantos gregorianos. Fue un gran defensor de diversas enfermedades y de las pestes. Su mayor labor fue el fortalecimiento del papado y abogado de las almas del purgatorio, con las misas gregorianas que mandaba a decir para llevar el alma a Dios. Porque él sabía que con Dios, ¡siempre ganamos!