Los Estigmas, por María García de Fleury
Por: María García de Fleury
A lo largo de la historia del cristianismo ha habido quienes han llegado a padecer en sus cuerpos el mismo sufrimiento experimentado por el hijo de Dios, son los llamados estigmatizados o estigmáticos, en alusión a los estigmas o heridas de la crucifixión en manos pies, costados y cabeza.
Los estigmas son las llagas que Cristo sufrió en la crucifixión, dos en los pies, dos en las manos y una en el costado y han aparecido en algunos místicos. Si bien los estigmas son heridas, el punto de vista médico difiere de esta definición porque son heridas que no cicatrizan, tampoco se infectan ni se descomponen, no generan necrosis, no tienen mal olor y sangran constante y profusamente.
Los estigmas además son la reproducción exacta de las llagas de Jesús según los estudios de la Sábana Santa que según la tradición envolvió el cuerpo de Cristo.
Para reconocer los estigmas como válidos o reales la iglesia exige unas condiciones precisas; deben aparecer todas al mismo tiempo, deben provocar una importante modificación en los tejidos, deben mantenerse inalterados y deben carecer de infecciones o cicatrización.
Algunos de los más famosos estigmatizados son San Francisco de Asís, Santa Catalina de Siena, quien por cierto le rezó a Dios para que no fueran visibles, San Juan de Dios, Santa Rita de Casia, la beata Ana Catalina Emmerick entre otros.
Durante su primer año de ministerio sacerdotal el padre Pío de Pietralcina manifestó los primeros síntomas de los estigmas y en una carta que le escribió a su directorio espiritual lo describe así: “En medio de las manos me apareció una mancha roja del tamaño de un centavo, acompañada de un intenso dolor, también debajo de los pies cierto dolor”.
Estos dolores en los pies y en las manos del padre Pio son los primeros recuentos de los estigmas que fueron invisibles hasta el año 1918. Luego el 20 se septiembre de 1918 el padre recibió los estigmas de Cristo de forma visible.
El relato de la aparición de los estigmas lo hizo él mismo tres años después en 1921 y dice así:
“El 20 de septiembre de 1918, luego de la celebración de la misa, mientras estaba en el debido agradecimiento en el coro, repentinamente fui preso de un temblor, luego me llegó la calma, y vi a nuestro señor en actitud de quien está en la cruz, pero no vi si tenía la cruz, Nuestro Señor estaba lamentándose de la mala correspondencia de los hombres, especialmente de los consagrados a él que son sus favoritos. En eso, se manifestaba que Jesús sufría y deseaba asociar las almas a su pasión, me invitaba a compenetrarme en sus dolores y a meditarlos, y al mismo tiempo ocuparme de la salud de los hermanos. En seguida me sentí lleno de compasión por los dolores del señor y le pregunté: Señor, ¿qué puedo hacer? y oí una voz que me dijo: Te asocio a mi pasión”, enseguida desapareció la visión”
El padre Pio acompañó a Jesús con su sufrimiento por las llagas en su cuerpo durante toda su vida porque él sabía que con Dios siempre ganamos.