Laura Montoya, la primera Santa de Colombia, Por María García de Fleury - 800Noticias
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Laura Montoya nació en Jericó, Antioquia, Colombia, el 26 de mayo de 1874 en una familia profundamente cristiana; cuando tenía 2 años asesinaron a su papá por defender la religión y la patria, la familia quedó en gran pobreza porque los enemigos les confiscaron sus bienes.

En medio del dolor, Laura aprendió la importancia del perdón; un día le preguntó a su mamá “¿Quién es esa persona por la que siempre rezamos?”, y su mamá le respondió “es ese hombre que asesinó a tu papá”, y esa respuesta marcó la vida de Laura para siempre.

Desde pequeña su vida fue de incomprensiones y dolores, pero la lectura de la biblia la fue llevando por los caminos de la oración contemplativa, la penitencia y el deseo de hacerse religiosa en el claustro carmelitano. Se graduó de maestra elemental para ganarse la vida, y su profesión la llevó por varias poblaciones de Antioquía, formaba con la palabra y el ejemplo el corazón de sus discípulos y lo hacía en el amor a la eucaristía y en los valores cristianos.

En un momento de su vida se sintió llamada a realizar lo que ella llamó la obra de los indios, que es evangelizar y trabajar al servicio de los indígenas de las selvas de América. En 1914, apoyada por monseñor Maximiliano Crespo que era el obispo de Santa Fe de Antioquía, fundó una familia religiosa llamada las misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, esta obra rompió todos los moldes y estructuras porque necesitaban mujeres valientes que pudieran asimilar su vida con la de los indígenas habitantes de la selva, para hacerlos conscientes de su dignidad como hijos de Dios, como seres humanos y llevarlos hasta Dios.

Despreciativamente las llamaban las religiosas cabras, por su deseo de extender la fe y el conociemiento de Dios hasta los más remotos e inaccesibles lugares, brindando una catequesis vivencial del evangelio. Salían a evangelizar no con la fuerza de las armas sino con la debilidad femenina apoyada en el crucifijo, sostenida por un gran amor a María, la madre y maestra de la obra misionera.

Le quemaban las palabras de Jesús en la cruz, “tengo sed”, y eso le impulso a saciar la sed de los crucificados, y decía “cuanta sed tengo, señor, sed de saciar tu sed”.

Laura, mujer avanzada, eligió como celda la selva enmarañada, como sagrario la naturaleza andina, los bosques, las cañadas, la exuberante vegetación en donde encontraba a Dios.

Escribió a las hermanas: “No tengo sagrario, pero tengo naturaleza, aunque la presencia de Dios es distinta, en las dos partes está y el amor hay que saber buscarlo y hallarlo donde quiera que se encuentre”.

Redactó para su congregación un libro llamado las voces místicas, inspiradas en la contemplación de la naturaleza, también escribió el directorio o guía de perfección para ayudar a las hermanas a vivir en armonía entre la vida apostólica y la contemplativa.

Su autobiografía es su obra cumbre, allí muestra su pedagogía del amor, pedagogía acomodada a la mente del indígena que le permite adentrarse en la cultura y del corazón del indio y del negro de nuestro continente.

La madre Laura centró su eclesiología en el amor y la obediencia a la iglesia, vivió para la iglesia a quien amaba entrañablemente, y para extender sus fronteras no medía dificultades y sacrificios humillaciones y calumnias. Esta infatigable misionera pasó 9 años en silla de ruedas sin dejar su apostolado de la palabra y de la pluma.

Falleció en Medellín el 21 de octubre de 1949, a su muerte dejó extendida su congregación en 90 casas distribuidas en 3 países, con 467 religiosas. En la actualidad las misioneras trabajan en 19 países entre América, África y Europa, convencidas igual que su fundadora Santa Laura Montoya, primera Santa de Colombia, de que con Dios ¡siempre ganamos!