La nueva normalidad: Una cuestión psicológica
EFE Salud
(“Las epidemias han tenido más influencia que los gobiernos en el devenir de nuestra historia”) Bernard Shaw
El ser humano nunca ha tolerado bien los cambios, cada uno tiene muy marcadas sus ideas frente a la sociedad, frente al futuro y no quieren que nadie les haga cambiar de opinión. Su opinión juega un papel importante en su identidad comunitaria, la ideología sería un barniz que te permite la seguridad de lo conocido. Permite un “nosotros y ellos” que hace de paraguas y produce una determinada interpretación del mundo.
¿Podría ser la crisis del COVID-19 una oportunidad de crecimiento personal y de la sociedad?
Como individuos es una novedad el confinamiento, las consecuencias de la pandemia y de la desescalada. Pero la especie humana si tiene experiencia en esto: peste negra, bubónica, cólera, SIDA han estado presentes en la historia de la humanidad y en todos ellos pudo haber aprendizajes necesarios para los países y los sujetos que pudieron escuchar la nueva sinfonía.
Si nos vamos a la peste negra, vemos como en un periodo corto de tiempo, varios años, murieron la mitad de los europeos generando el decremento de la mano de obra para poder abastecer “el mercado”. Muchos campos de cereal y viñedos dejaron de existir, sin embargo la mano de obra aumentó su valor y desaparecieron los siervos. Antes de esta peste de 1348, muchos seres humanos se vendían junto con los huertos y las tierras pero la pandemia propició una migración al mundo rural y una mayor independencia de cada uno.
La innovación también puede surgir frente a la catástrofe. En las fábricas en Estados Unidos la energía eléctrica y los motores eléctricos estaban plenamente avanzados en 1890 pero no se pudo implementar hasta 1920 ¿Por qué? Porque era necesario reciclar a los trabajadores y rediseñar las fábricas siendo esto imposible (la ideología, la inercia del funcionamiento les detenía) hasta después del estallido de la I Guerra Mundial. Es decir una tragedia de esta índole mejoró la productividad y sumó avances al desarrollo industrial.
Tendríamos que pensar que la II Guerra Mundial también pudo traer una reflexión que desembocaría en la Seguridad Social y en los sistemas de pensiones según los conocemos ahora mismo.
Con esto queremos poner de relevancia que “la nueva normalidad” vendrá a nosotros si podemos situarnos en un modo de pensamiento amplio viendo las variables que tejen la “realidad”.
Una mujer estadounidense que formaba parte de una asociación contra la existencia del coronavirus se ha hecho test para demostrar que todo era mentira, una confabulación China. Hasta que una de estas pruebas da positivo y se encierra 14 días en cuarentena. Después de dos semanas con síntomas leves, no queda redimida intentando quitar la ceguera a sus amigos y compatriotas, sino que mantiene su postura sobre la no existencia del coronavirus y redobla sus esfuerzos sobre una conspiración mundial.
Los alcohólicos si suelen llevar un proceso de evolución de estas características siendo después muy moralistas frente a cualquier ingesta de alcohol a su alrededor.
Un ejemplo así, casi una caricatura nos sirve para pensar sobre cada uno de nosotros y ver qué estoy negando sobre “la nueva normalidad” que podemos llegar a producir.
La OMS fue ciega en ver venir la pandemia, pero nosotros ¿en qué vamos a modificar nuestros hábitos, nuestra afectividad, nuestra comunicación o nuestras empresas después de Covid-19? ¿Cómo nos preparamos para ello?
Desde la psicología, la “normalidad” siempre ha sido un tema a debate para poder diagnosticar o prevenir lo “anómalo”. En este momento, se está dotando de contenido al paradigma de la “nueva normalidad” pero cuando hablo con las demás personas o en los grupos terapéuticos es muy infrecuente alguien que no esté pensando en ¿cuándo vuelve el pasado? ¿cuándo puedo volver a mi vida “normal”? Y si no hay vacuna tendríamos que plantearnos otras preguntas, ¿en qué puede mejorarme esta nueva situación global? ¿Me voy a poder adaptar?
Curioso experimento
Los protocolos y las normas que estamos viendo no son fáciles de cumplir. La población no es homogénea; tenemos negacionistas que cuando salen a la calle y no cumplen ninguna medida sanitaria, su comportamiento delata su forma de pensar.
Milgram, psicólogo social en Yale, hizo un famoso experimento donde pedía aleatoriamente a la gente que hiciese daño a ciudadanos a través de tocar a un botón o rueda reguladora porque se lo pedía un comité científico en aras a un estudio. Se vio que cuando el experimentado escuchaba los gritos de dolor era menos “sádico” que cuando era más una cuestión abstracta aunque la información la tuviesen exactamente iguales.
Y por otro lado, hay personas que están muy temerosas a contagiarse y que las medidas de seguridad seguidas por ellos de manera muy exhaustiva les producen una alerta constante del sistema nervioso que no les permite “naturalizar” sus salidas a la calle ni sus entradas en casa.
Algunos se han convertido en policías de balcón, poniendo su mirada sobre sus vecinos, a veces como envidia por sentir que tienen una vida más flexible u holgada que ellos, estando más pendiente de los demás que de nosotros mismos, acusándoles de irresponsables sin conocer completamente las situaciones. Sirviéndonos del otro para descargar el malestar y la rabia por el confinamiento.
Por eso, vemos que por un lado existen los decálogos de comportamiento, las publicaciones en el BOE y por otro, las emociones y la ideología de cada uno frente a eso. La variabilidad humana.
En Estados Unidos desde hace décadas ya hubo leyes que impedían cobrar más a un hombre que a una mujer por el mismo trabajo pero a la hora de llevarlo a la práctica, la sociedad lo sigue haciendo sin tener en cuenta los aspectos legales. Por eso, el miedo es libre aunque tengamos elementos de seguridad a nuestro alrededor. Necesitamos elaborar pronto qué es la nueva normalidad para cada uno de nosotros y “aceptar” que de momento ha venido para quedarse.