La estrella de Belén, por María García de Fleury
Por: María García de Fleury
Hay quienes se hacen la pregunta de si la estrella de Belén fue real o no, esta navidad pasada pudimos ver lo que ha podido ser la estrella de Belén en la conjunción de los astros. La respuesta a la pregunta de si la estrella fue real o no parece muy simple: estaban buscando a Jesús, sin embargo, una lección poderosa que he aprendido de la fe que he aprendido de la fe y la ciencia, es que una cosa es encontrar algo, pero otra cosa es comprender ese encuentro.
Al leer las escrituras queda claro, que el círculo más íntimo de amigos de Jesús no comprendió su misión ni su persona hasta después de la resurrección. Algunos pensaron que era un maestro, otros que era un profeta, había algunos que querían que Jesús fuera un fanático que estableciera una nueva Jerusalén con la conquista militar. Este malentendido de Jesús llegó a un punto crítico cuando Jesús les preguntó a sus propios seguidores: Díganme una cosa, ¿Quién dice la gente que soy yo?
Incluso cuando Pedro dio la respuesta correcta cuando dijo, “Tu eres el Cristo, el hijo de Dios vivo”, su percepción se encontró rápidamente con el castigo cuando él trató de decirle a Jesús que el mesías no debía ni sufrir ni morir.
Los reyes magos, que en realidad eran los científicos de su tiempo, estudiaban las estrellas y al ver esta estrella nueva decidieron seguirla, pero, ¿A quién estaban buscando?, Por qué llevaron obsequios de oro, incienso y mirra?
El oro era el obsequio habitual para regalarle a un rey, por lo tanto queda claro que los magos estaban buscando a un rey recién nacido, sin embargo, cuando se le agrega el incienso al grupo de regalos, las cosas comienzan a tomar una forma diferente porque el incienso era el regalo que se le daba a un sacerdote, entonces llegamos a la conclusión de que los reyes magos no solamente buscaban un rey, sino un rey que también tuviera un ministerio sacerdotal, era un sacerdote rey, que justificaría la violencia militar mediante la intervención divina. Pero ahí es donde entra otro regalo, el de la mirra: oro, incienso y mirra. La mirra se usaba en el mundo antiguo para embalsamar, para conservar un cuerpo después de la muerte, un regalo verdaderamente extraño para darle a un niñito que acaba de nacer.
Si reformulamos los tres dones en términos modernos Jesús al nacer recibió oro, incienso y mirra y podemos decir que estos tres regalos apuntan a una promesa profética de Isaías de un sacerdote rey que sufriría en nombre de su pueblo haciendo de sí mismo el sacrificio por el perdón de los pecados, que sería amable y silencioso como un cordero llevado al matadero.
Amigos, estos magos orientales, observadores de estrellas que no pertenecían a la tradición que buscaba Jesús cumplieron con las profecías que ellos mismos no conocían. Esta reflexión apunta a otra lección más de la ciencia y la fe, aunque nuestra fe acepta firmemente que todas las cosas provienen del mismo creador, la forma en que llegamos a conocer al creador se puede lograr de muchas maneras y al conocer la verdad, de verdad conocemos a Dios y con Dios ¡siempre ganamos!