La conversión de San Pablo, por María García de Fleury
Por: María García de Fleury
San Pablo era un judío que a los 18 años se fue a Jerusalén para aprender a ser un verdadero judío, conocedor profundo de las leyes, la razón de las costumbres, la historia del pueblo judío y su culto; su maestro fue el famoso Gamaliel.
Una vez terminada su formación, se dedicó a perseguir a los cristianos, pues pensaba que lo que practicaban eran herejías y estaban estropeando toda la fe del pueblo.
La conversión de San Pablo fue un día insospechada, nada propiciaba aquel cambio, precisamente llevaba cartas de recomendación de los judíos de Jerusalén para los de Damasco, buscando poner preso a los cristianos que encontrara. Hasta allí se extendía la autoridad de los sumos sacerdotes y principales fariseos.
Como era costumbre de religión, los romanos la reconocían y no les importaba. Saulo guiaba una comitiva no guerrera, pero sí muy activa, impaciente por cumplir bien una misión que suponían agradable a Dios y una purga necesaria para la estabilidad de los judíos y para proteger la pureza de las tradiciones que recibieron de los padres.
Iban como una avanzada de un ejército en orden de batalla, llevaban ya varios días de caminata y se daban por bien empleados si la gestión terminaba con éxito. Saulo iba respirando amenazas de muerte contra los discípulos del señor y en su interior había una buena dosis de saña, de rabia.
San Lucas, en el libro de los hechos de los apóstoles, en el capítulo 9 dice así textualmente:
“Y sucedió que, al llegar a Damasco, de súbito lo cercó una luz púrpura devenida del cielo, cayendo por tierra oyó una voz que le decía, Saulo, ¿por qué me persigues? Saulo dijo: ¿Quién eres?, y él dijo: Yo soy Jesús, a quien tu persigues, pero levántate, entra a la ciudad y se te dirá lo que tienes que hacer. Los hombres que lo acompañaban se habían detenido mudos de espanto, oyendo la voz, pero sin ver a nadie
Saulo se levantó del suelo, abrió los ojos, pero no veía nada, llevándole de la mano lo introdujeron en Damasco porque estaba ciego, estuvo tres días sin ver y no comió ni bebió; pasó esos tres días rumiando su derrota y haciéndose cargo en su interior de lo que había pasado, y luego se bautizó, un cambio de vida”
El bautismo trae un cambio de vida, un cambio de obra, un cambio de pensamiento, de ideales y proyectos. Su carácter apasionado tomó el rumbo ahora sin trabas humanas posibles, su rendición fue sin condiciones, y con el afán de llevar al pueblo la verdadera voz de Dios manifestada en Cristo.
Este relato del historiador Lucas se le había oído muchas veces al mismo Pablo, no hay dudas, vio él mismo al resucitado y lo dijo muchas veces y muy enserio a los de Corintios, por eso fue capaz de sufrir naufragios en el mar, persecuciones en la tierra, azotes, hambre, cárcel, humillaciones, críticas y además de todo juicios y muerte de espada.
Por eso, hizo viajes por todo el imperio recorriéndolo de extremo a extremo; le ilusionaba hacerlo porque sabía que era un mandato más que un ruego, el dolor y el sufrimiento más bien los tuvo como credenciales y las heridas de su cuerpo las pensaba como garantía de la victoria final en fidelidad ansiada.
De ser el más grande perseguidor de los cristianos en su tiempo, San Pablo pasó a ser el más grande predicador porque él sabía que con Dios ¡siempre ganamos!