La Asunción de la Virgen María al cielo
María García de Fleury
La Iglesia Católica enseña como dogma que la Virgen María, habiendo completado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial al final de su vida terrena. Esta creencia que meditamos como el cuarto misterio glorioso del Rosario, deja abierta dos posibilidades.
Una, que María murió y luego fue asunta al cielo. Y otra, que fue asunta al cielo antes de morir. La Iglesia no ha dicho si María murió o no, solo dice que María hizo la transición de esta vida temporal a la eternidad con Dios.
La muerte de Jesús en la cruz es un hecho real, y esto puede servirnos de argumento que si su hijo Jesús murió, María también ha debido de haber muerto. Simplemente no lo sabemos. Lo significativo es que, como Jesús, su cuerpo no sufrió corrupción alguna.
Por eso Juan Pablo II dijo, la madre no es superior al hijo que sufrió la muerte. Y San Juan de Amaceno dijo, era apropiado que ella, que había conservado intacta su virginidad en el parto, mantuviera su propio cuerpo libre de toda corrupción, incluso después de la muerte, y que ella, que había llevado al Criador como un niño en su pecho, debería habitar en los tabernáculos divinos.
La mayoría de los teólogos y de los santos a lo largo de todos los siglos han afirmado que María experimentó la muerte, no como castigo por el pecado, sino en conformidad con su hijo, quien voluntariamente experimentó la muerte por nosotros.
Desde los primeros siglos, en distintas partes y comunidades, se hablaba de que María, la madre de Jesús de Nazaret, el único salvador del mundo, había sido subida al cielo por el poder de Dios. En las iglesias ortodoxas orientales, en el siglo V, se celebraba ya la asunción como la adormición de la Virgen María.
En Occidente, esta creencia se celebró litúrgicamente bajo el Papa Sergio I en el siglo VIII, y luego el Papa León IV confirmó la fiesta como oficial.
El debate teológico sobre la asunción continuó después de la época de la Reforma, y alcanzó su punto más alto cuando el Papa Pio XII la definió como dogma para la Iglesia Católica el 1 de noviembre de 1950, en una constitución apostólica llamada Munificentissimus Deus, donde afirma la elevación del cuerpo de María a la gloria celestial, declarando esta verdad como un dogma divinamente revelado por Dios y propuesto infaliblemente como tal por el magisterio de la Iglesia.
Amigos, según el Papa Benedicto XVI, al contemplar a María en la gloria celestial, entendemos que la tierra tampoco es para nosotros la patria definitiva, y que si vivimos con la mirada fija en los bienes eternos, un día participaremos de esta misma gloria.
Por eso, no debemos perder la serenidad y la paz, incluso en medio de las miles de dificultades cotidianas. El signo luminoso de Nuestra Señora elevada al cielo brilla aún más cuando sombras tristes de sufrimiento y violencia surgen en el horizonte.
Podemos estar seguros que desde lo alto la Virgen María sigue nuestros pasos con solicitud dulce, que ella disipa las tinieblas en los momentos de oscuridad y en los momentos de angustia, y que está lista siempre para tranquilizarnos con su mano materna.
Sigamos adelante en nuestra vida bajo la guía de la Virgen María, porque ella es la Madre de Dios, y con Dios siempre ganamos.
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