Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa, por María García de Fleury
Por: María García de Fleury
Albino Luciani nació el 17 de octubre de 1912 cerca de Venecia, en Italia, su madre falleció cuando tenía 10 años y vivían en una gran pobreza.
Su papá emigró a la Argentina en busca de mejor trabajo y cuando se enteró de que su hijo quería ser sacerdote, le escribió una carta que Albino guardó toda la vida donde le decía: «Hijo, cuando te conviertas en sacerdote espero que te ubiques del lado de los pobres y de los trabajadores, porque Cristo ha estado del lado de ellos».
En 1937 Albino fue ordenado sacerdote, estudió filosofía, se doctoró en teología y su trabajo sacerdotal los realizaba en pequeños pueblos campesinos de la provincia italiana.
Fue profesor y director del seminario de Belluno, nombrado obispo y patriarca de Venecia y con su gran cultura se dedicó a escribir en forma de carta algún personaje ilustre, catequizando tanto la personalidad como la actuación del personaje. Sus predicas siempre estaban apegadas al evangelio, la defensa y promoción de los sacramentos, el sí al matrimonio, el sí a la familia, el sí a la defensa de la vida, en contra del aborto y en contra de la homosexualidad.
En 1973 lo nombraron cardenal y entró en la Congregación para los sacramentos y el Culto Divino.
Cuándo falleció el Papa Pablo VI en 1978, después de 15 años de pontificado, Albino Luciani, un cardenal poco conocido fuera de Italia, fue electo Papa, los fieles tuvieron que recurrir a la fe en el Espíritu Santo pensando que había intervenido en esa elección tan rápida que nadie esperaba.
Por primera vez un Papa tomó dos nombres y dijo que lo hacía porque quería continuar la labor comenzada por Juan XXIII y por Pablo VI. El nuevo papá Juan Pablo llamó la atención por su simpatía, su sonrisa, sus palabras claras y cercanas a todos. Como pastor, dejó claro su espíritu catequista, su sensibilidad hacia los pobres, la importancia de darle un salario justo a todos, su gusto por los intercambios simples e informales. Respetaba mucho a sus colaboradores, nunca se impacientaba, era un hombre amable con todos.
En poco tiempo se hablaba de él como el papá de la sonrisa, pero tenía una disciplina rígida en su propia vida, comenzó a crear mayor sencillez y a tratar de corregir una serie de errores que existían dentro del Vaticano, empezó a preparar una serie de cambios entre los obispos y cardenales, apoyó los diálogos de paz.
A los 33 días de su pontificado, el 28 de septiembre de 1978, fue encontrado muerto sentado en su cama con los anteojos puestos y unas hojas en la mano.
Su fallecimiento conmovió al mundo, hasta el día de hoy no han quedado claras las razones de su muerte, esto hizo que en 1978 hubieran tres papas; Pablo VI, Juan Pablo, electo su sucesor y luego Juan Pablo II.
Con la muerte del Papa Juan Pablo concluyó la hegemonía de que todos los papás eran italianos; el siguiente fue polaco, luego un alemán y ahora uno argentino.
Juan Pablo II comenzó su proceso de canonización y el Papa Francisco aprobó el milagro de una niña argentina de 11 años llamada Candela Giarda, que tenía una patología cerebral grave y su familia se encomendó al Papa Juan Pablo. La niña tuvo una curación inexplicable científicamente y hoy día continua en perfecto estado de salud.
San Juan Pablo I, con su sonrisa, respeto a los demás y esperanza, dejó una huella en su breve pontificado, pues como hombre totalmente entregado a Dios sabía que con Dios ¡siempre ganamos!