Estudiando tercer año de medicina, José Gregorio Hernández cayó gravemente enfermo con fiebre tifoidea. Nunca se quedó de las molestias ni de los tratamientos médicos.
El Padre Juan Bautista Castro lo visitó y al verlo tan grave le sugirió imponerle el sacramento de la unción de los enfermos. José Gregorio aceptó porque deseaba, en todo momento, hacer la voluntad de Dios.
Al curarse, se puso al día en sus estudios, volvió a su vida de estudiante, a la alegría juvenil, disfrutando del baile, de la música y las recreaciones sanas como forma de descansar y recuperar las energías para seguir cumpliendo con sus responsabilidades.
Con la enfermedad y convalecencia, José Gregorio Hernández aprendió lo importante de tener gente querida alrededor cuando uno se siente mal. Aprendió a ver el sufrimiento con fe, a descubrir que el alma tiene capacidad de elevarse por encima de lo material y del dolor.
José Gregorio comprobó que más allá de la muerte hay que tener esperanza en un mejor futuro con Dios en el cielo, pues con Dios, ¡siempre ganamos!
