Johann Baptist Metz, el teólogo alemán que articuló la “teología política”
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Johann-Baptist Metz (1928-2019), uno de los teólogos alemanes más importantes del siglo XX, articuló la “teología política”—la disciplina que investiga cómo se relacionan los conceptos teológicos con la sociedad, la política y la economía—en torno a la idea de interrupción, expone Jaime Tatai, sacerdote jesuita.
Para Metz, la función principal de la teología consiste en despertar al creyente de su letargo, irrumpir en su cómoda vida forzándole a mirar alrededor, al mundo, para contemplar la destrucción provocada por sus acciones—y omisiones—y poner así en evidencia su ceguera ante el sufrimiento ajeno.
Según el teólogo alemán, este tipo de disrupciones provienen principalmente de recuerdos que cuestionan la conciencia, funcionando como un revulsivo. Estos recuerdos constituyen el núcleo del mensaje evangélico. Metz los denominó “memorias peligrosas”. Desde su punto de vista, Jesús sería una memoria peligrosa, una disrupción de la historia, una interrupción.
Para Metz, cada vez que los creyentes quedan atrapados en el egoísmo y etnocentrismo, la teología está llamada a ser memoria peligrosa, a interrumpir las ensoñaciones y rutinas mundanas para liberar del consumo narcisista, el descuido de la creación, el olvido del débil y la auto-referencialidad que deja vacíos prostituyendo la fe. La interrupción saca del ensimismamiento, descentra y abre al “otro”: al prójimo, a Dios y a su creación.
En estos últimos meses en que la pandemia del coronavirus ha paralizado medio mundo poniendo en jaque a la economía, a la clase política y al sistema sanitario, la idea de interrupción emerge de nuevo con fuerza.
«Hemos sido testigos de la rapidez con que las calles se vacían, las tiendas se cierran y los colegios quedan desiertos. Hemos escuchado y visto también cómo en pocas horas los sistemas sanitarios se saturan, las bolsas se hunden y los políticos quedan desbordados», reza el texto del jesuita.
La interrupción, sin embargo, no la ha provocado en esta ocasión una memoria peligrosa, pasada, sino un diminuto virus de un desconocido murciélago en una remota región del planeta. David ha vencido a Goliat, una vez más, y se ha convertido en una pandemia global capaz de humillar a los gigantes de la ciencia, la tecnología y la economía.
Por eso esta crisis es una incómoda y dolorosa experiencia de revelación que insta a parar y mirar a los márgenes dejando al descubierto lo que permanecía oculto en el ajetreo, la rutina y el ruido cotidiano.
Si algo recuerda también esta crisis es la vulnerabilidad, la profunda dependencia de la naturaleza y el común humanidad. Un insignificante virus ha cuestionado todos los sueños de omnipotencia tecnológica, la fe miope en la autonomía individual y la supuesta separación de la naturaleza.
Por eso—hay que insistir—esta crisis es una incómoda y dolorosa experiencia de revelación. Y como toda crisis, puede convertirse en una oportunidad.
«Nada de lo que hacíamos ha resultado ser tan importante. La agenda se vacía. El tiempo se desnuda. El silencio irrumpe. La vida se para. Y, al parar, se abre una ventana de posibilidad, se atisba otra forma de vivir, se comprueba que el mundo puede ser de otra manera», agrega.
Martin Heidegger—el último gran filósofo alemán—criticó el “olvido del ser” de nuestra cultura. A la luz de esta pandemia, podemos tomar prestada su expresión para afirmar, con Metz, que la interrupción actual puede ser la semilla de un nuevo despertar, un poderoso revulsivo, una peligrosa memoria capaz de recordarnos lo que hemos olvidado. El olvido de nuestra vulnerabilidad, el olvido de lo fundamental, el olvido de ser quienes estamos llamados a ser.
En definitiva, el olvido de todo aquello que nos abre al “otro”: al prójimo, a Dios y a su creación.