Herodes y los inocentes, por María García de Fleury
María García de Fleury
El 28 de diciembre, tres días después de la Navidad, la Iglesia recuerda la masacre de los niños de Belén, ordenada por el Rey Herodes en su intento de matar a Jesús, como narra el Evangelio de Mateo en el capítulo 2.
Al día de hoy existe la Gruta de los Santos Inocentes, unida a través de un pasadizo a la de la Natividad en Belén. Allí la tradición dice que se encontraba una foso común con la tumba de los santos inocentes. A pocos metros se encuentra la Gruta de San José, lugar donde el ángel habló en sueños a José para pedirle que huyera a Egipto y salvara a Jesús de la furia de Herodes. Esta celebración y recuerdo de los santos inocentes, en una fecha tan cercana al del nacimiento de nuestro Salvador, refleja la vida de quien rechaza a Jesús.
Herodes no se unió a los pastores ni a los magos para buscar a Jesús y alegrarse por su nacimiento. Más bien permaneció en las tinieblas de su corazón y provocó destrucción, dolor.
La muerte de los inocentes, decretada por Herodes, revela la maldad del pecador que siembra odio y muerte, mientras que el amor del justo inocente, como Jesús, trae frutos de vida y salvación.
Jesús es la luz que viene al mundo e ilumina la vida de todos los que están dispuestos a recibirlo, hasta llegar también a nosotros para hacernos escoger entre caminar en la luz o dejarnos vencer por las tinieblas.
Herodes fue un ser despiadado y sanguinario, dispuesto a lo necesario para mantenerse en el poder, aunque sabemos que poco tiempo después se enfermó y murió porque, amigos, ningún ser humano es eterno. Y si bien hay historiadores como Flavio Josefo que no narraron la matanza de los niños, en su libro Antigüedades, del 15 al 17, sí narró que Herodes llegó a matar al líder antígono de los asmoneos y a 45 hombres de antígono, a su hermanastro Aristóbulo. Mandó a matar también a su esposa Marián y a la mamá de Marián, a sus hijos Alejandro y Aristóbulo y a su primer hijo antipastro. Y termina Flavio Josefo narrando que mató a muchos de los que pensaba que querían quedarse con su trono.
Amigos, si a un rey no le importó la vida de su esposa e hijos, ¿le importaría la vida de unos niños de un pobre pueblo? Esa fecha debe hacernos pensar en cuántos infantes son asesinados en el mundo, cuántos mueren diariamente por causas lamentables, cuántos mueren por el aborto. Si científicamente sabemos que el aborto es matar bebés en el vientre materno, porque los avances científicos demuestran que la vida comienza en la concepción al unirse un óvulo con un espermatozoide. Allí se imprime en el nuevo ser humano la carga genética que lo acompañará hasta su muerte natural, definiéndose el color de piel, los ojos, su carácter.
Amigos, ningún dolor trastorna y pone a prueba la fuerza de nuestra sensibilidad humana y de nuestra fe tanto como el dolor inocente. Humanamente insostenible, la Sagrada Escritura y la fe de la Iglesia garantizan que ninguna lágrima se vierte sin que tenga un valor inestimable a los ojos de Dios. Tan valiosa fue la sangre de los niños que fueron masacrados por la locura egoísta de Herodes y tan intenso el grito de las lágrimas de sus madres y sus padres que hoy celebramos a esas víctimas inocentes con los gloriosos títulos de la santidad y del martirio porque ellos dieron su vida por Dios y con Dios siempre ganamos.