Hallan el vino más antiguo del mundo
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La historia no está escrita en piedra y muchos hallazgos arqueológicos le dan un vuelco y obligan a hacer ‘borrón’ de lo que se tenía por cierto hasta el momento. Es lo que ha sucedido tras el descubrimiento del vino más antiguo del mundo en una tumba romana de Carmona (Sevilla), que sustituye a la botella de vino de Speyer, que salió a la luz en 1867 y fechada en el siglo IV d.C, y que se conserva en el Museo Histórico de Pfalz (Alemania).
El insólito hallazgo, a cargo de un equipo del Departamento de Química Orgánica de la Universidad de Córdoba (UCO), liderado por el catedrático José Rafael Ruiz Arrebola, en colaboración con el Ayuntamiento de Carmona, se ha constatado cinco años después del descubrimiento de la citada tumba. En ella reposaban los restos de dos hombres y dos mujeres. En el ritual funerario que se siguió para darles sepultura, los restos óseos de uno de los varones se sumergieron en un líquido dentro de una urna funeraria de vidrio.
Según la UCO, ese líquido, que con el tiempo ha adquirido un tono rojizo, se ha conservado desde el siglo I d. C. y ha sido identificado como el caldo con más años descubierto hasta la fecha.
Descubren en Carmona el vino más antiguo del mundo
Gracias al trabajo de la Universidad de Córdoba y del Servicio Municipal de Arqueología se ha identificado un vino con más de 2000 años
El recipiente se encontraba en el mausoleo romano descubierto en 2019 en la calle Sevilla pic.twitter.com/exjIWNF1Fu
— Juan Ávila Gutiérrez (@JuanAvilaCARMO) June 18, 2024
«Al principio nos sorprendió mucho que se conservara líquido en una de las urnas funerarias», explica el arqueólogo municipal del Ayuntamiento de Carmona Juan Manuel Román. No en vano, explica la Universidad en una nota, habían pasado 2.000 años; pero las condiciones de conservación de la tumba, que se había preservado intacta y bien sellada durante todo ese tiempo, es lo que ha facilitado que el vino mantuviera su estado natural y que se descarten otras posibles causas como inundaciones o filtraciones dentro de la cámara o procesos de condensación.
El reto era comprobar las sospechas que tenía el equipo de investigación: que ese líquido rojizo era vino o, más bien, que en otra época fue vino porque ya había perdido muchas de sus características esenciales. Para ello recurrieron a una serie de análisis químicos, realizados en el Servicio Central de Apoyo a la Investigación (SCAI) de la UCO y que han publicado en la revista Journal of Archaeological Science: Report. Estudiaron el pH, la ausencia de materia orgánica, las sales minerales, la presencia de determinados compuestos químicos que podían estar relacionados con el vidrio de la urna o con los huesos del difunto, o su comparación con vinos actuales de Montilla-Moriles, Jerez o Sanlúcar. Gracias a ello tuvieron los primeros indicios de que el líquido era vino.
Pero la clave para su identificación la dieron los polifenoles, unos biomarcadores presentes en todos los vinos. Gracias a una técnica capaz de identificar estos compuestos en muy baja cantidad, el equipo halló siete polifenoles concretos que también estaban presentes en vinos de Montilla-Moriles, Jerez o Sanlúcar. La ausencia de un polifenol concreto, el ácido siríngico, ha servido para identificar el vino como blanco. A pesar de ello, y de que esta tipología de vino concuerda con las fuentes bibliográficas, arqueológicas e iconográficas, el equipo matiza que el hecho de que dicho ácido no se encuentre presente puede deberse a una degradación por el paso del tiempo.
Lo que ha sido más difícil de determinar es el origen del vino, ya que no existe una muestra de la misma época para comparar. Aun así, las sales minerales presentes en el líquido de la tumba tienen concordancia con los vinos blancos que actualmente se producen en el territorio que perteneció a la antigua provincia Bética, sobre todo con los de Montilla-Moriles.
Una cuestión de género
El hecho de que el vino cubriera los restos óseos de un hombre no es casualidad. Las mujeres en la antigua Roma tuvieron durante mucho tiempo prohibido probar el vino. Era una cosa de hombres. Y las dos urnas de vidrio de la tumba de Carmona son un ejemplo de la división por géneros de la sociedad romana y de los rituales funerarios. Si los huesos de un hombre estaban sumergidos en vino junto con un anillo de oro y otros restos óseos trabajados provenientes del lecho funerario en el que había sido incinerado, la urna que contenía los restos de una mujer no tenía ni una gota de vino, pero sí tres joyas de ámbar, un frasco de perfume con aroma a pachulí y restos de telas cuyos primeros análisis parecen indicar que se trataría de seda.
El vino, así como los anillos, el perfume y los otros elementos formaban parte de un ajuar funerario que acompañaría a los difuntos en su tránsito al más allá. En la antigua Roma, como en otras sociedades, la muerte tenía un significado especial y las personas querían ser recordadas para, de alguna manera, seguir vivas. Esta tumba, en realidad un mausoleo circular que probablemente acogió a una familia de alto poder adquisitivo, estaba situada junto a la importante vía que comunicó Carmo con Hispalis (Sevilla), y señalizada con una torre (ya desaparecida), para facilitar ese propósito.
Dos mil años después, y tras mucho tiempo en el olvido, este descubrimiento ha ofrecido, además, mucha luz sobre los rituales funerarios de la antigua Roma.
Por ABC.es
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