Hablemos de fidelidad
Por María García de Fleury
El evangelio dice el que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes, y el que es infiel en las cosas pequeñas, es infiel en las grandes. La fidelidad, la palabra de uno, las promesas de uno y a los votos de uno a Dios, no es algo que se puede dar por sentado.
Vivimos en una época de infidelidad masiva, los contratos se rompen. La infidelidad en el matrimonio no solamente se practica, sino que incluso se alaba en público. Los índices de divorcios son cada día mayores, muchos religiosos y religiosas han abandonado su compromiso solemne de por vida con Dios para abrazar algún tipo de trabajo social o político.
La fidelidad es una virtud íntimamente ligada a la veracidad, su función es inclinar a una persona al cumplimiento de sus promesas. La veracidad inclina a conformar su discurso al juicio de su mente, mientras que la fidelidad lo dispone a conformar sosobras a sus promesas y su foto.
Incluso en el orden natural la fidelidad es una virtud, ya que es la verdad en acción. Somos por naturaleza redes sociales, eso significa en la práctica que somos dependientes unos de los otros, por eso necesitamos confiar unos en otros para poder construir las unidades sociales necesarias como la familia, la comunidad local, el Estado, la Iglesia. Si los individuos no son veraces, no son dignos de confianza, ni son fieles a lo que van a decir y prometer entonces todo el sistema social comienza a resquebrajarse.
Por la falta de fidelidad en nuestra sociedad muchos de nuestras instituciones más importantes se están derrumbando rápidamente y el quiebre está afectando no solamente la sociedad civil, sino también a la Iglesia.
Cuando los católicos son infieles en el matrimonio, infieles en los negocios, infieles en la vida religiosa, infieles en el sacerdocio, toda la Iglesia sufre. Hoy la infidelidad más que sean las raras excepciones que se escuchen en algún lugar lejano es nuestra vecina permanente y con demasiada frecuencia una visita hasta en nuestra propia casa.
En el antiguo testamento, uno de los atributos esenciales de Dios, su fidelidad se le llama las Rocas de Israel por la verdad de sus palabras y la solidez de sus promesas.
La fidelidad de Dios sobrepasa los cielos y las nubes, la fidelidad de Dios contrasta fuertemente con la infidelidad de su pueblo elegido. Abraham y Moisés son modelos de fidelidad, pero también ellos tuvieron sus defectos.
La fidelidad perfecta en esta tierra solamente se encuentra en Jesucristo, que es el siervo fiel que permanece constante y perdura hasta el final. No se puede dar por supuesta la infidelidad, hay una lucha constante contra el maligno, por eso rezamos «No nos dejes caer en la tentación», es una lucha que requiere vigilancia, oración.
Presenciar a otros en caer en pecados de infidelidad, no debe dar lugar a sentimientos de superioridad, más bien, debemos orar por ellos, agradecer humildemente a Dios por las gracias que nos ha dado y esforzarnos sobre todo para ser fieles a Dios, ¿por qué?, porque con Dios siempre ganamos!
Únete a nuestro canal de Telegram, información sin censura: https://t.me/canal800noticias