Gerardo Febres-Cordero: “El amor de Dios nos lleva a ser sacerdotes y a dedicarnos a servir a los hombres” - 800Noticias
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Roma será testigo de la ordenación sacerdotal del profesor Gerardo Febres-Cordero, quien después de haber trabajado muchos años como docente y directivo en el colegio Camoruco, Rioclaro y en la Universidad Monteávila, se dispone a servir a Dios de un modo nuevo.

Después de varios años de preparación, comenzará su nueva misión el próximo 4 de mayo, recibiendo la ordenación en la Basílica de San Eugenio, en Roma.

Hemos querido aprovechar momento tan importante y emocionante para indagar un poco en las interrogantes que quizás muchos nos planteamos ante la figura del sacerdote hoy.

1-En los tiempos modernos, ¿qué aporta un sacerdote en medio de un mundo tan complejo?

Antes de que el Señor subiera a los cielos, les dirigió unas palabras a sus discípulos, que me parece puede ser la respuesta a la pregunta que me haces. Jesús les dijo:recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra (Hech 1,8).El sacerdote es un testigo del amor de Dios por los hombres.

Un sacerdote, todos los sacerdotes, han experimentado que Dios los ama y ese amor es la causa de la elección para que dediquen sus vidas al servicio de todos los hombres, predicando el evangelio y administrando los sacramentos. Hay unas palabras del Santo Cura de Ars que muestran el principal aporte -tomando las palabras de tu pregunta- de un sacerdote al mundo:

“Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote”

2-El papa Francisco llamó a los pastores a salir a la búsqueda de su rebaño. ¿Cómo lograrlo?

Creo que la mejor manera es vivir con coherencia. Ser, con la ayuda de Dios y de la Santísima Virgen, un sacerdote al cien por ciento. Hacer las tareas propias del sacerdote. Estar disponibles para administrar los sacramentos y predicar la palabra.

Te cuento una anécdota que sucedió hace apenas unos días: un buen amigo mío, que estaba de paseo por un pueblo cercano a Roma, se topó con un sacerdote de mediana edad, con quien se puso a conversar; hablaron de lo humano y de lo divino y mientras le contaba de sus preocupaciones pastorales, se detuvo un instante y le dijo: “Mira, recién llegado a este pueblo, me di cuenta de las necesidades materiales de toda esta gente y me puse a trabajar yo solo para solucionarlas. Me esforcé muchísimo para conseguir que asfaltaran algunas calles, pintaran algunas paredes y organizar todos los servicios asistenciales de la parroquia. La gente estaba muy contenta, pero un día, mientras oraba, caí en la cuenta de que yo no me había ordenado para ser un activista social, sino para ser sacerdote. Y decidí desde ese momento no abandonar nunca aquellas tareas que solo yo puedo hacer: celebrar la Misa y confesar. También he aprendido que mientras involucro a la gente en la solución de los problemas de su pueblo, las cosas funcionan mejor, porque los mueve a ser más generosos y a valorar más lo que tienen.

Hace unos días, durante la Misa Crismal del Jueves Santo, pudimos escuchar al Papa Francisco que se dirigía a todos los sacerdotes del mundo entero. El Santo Padre les decía:

Les confieso que cuando confirmo y ordeno me gusta esparcir bien el crisma en la frente y en las manos de los ungidos. Al ungir bien uno experimenta que allí se renueva la propia unción. Esto quiero decir: no somos repartidores de aceite en botella. Somos ungidos para ungir. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos re-ungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo. Ungimos ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad incondicional de su entrega que muchas personas ilustradas consideran como una superstición.

3-¿Cómo se puede mantener viva la llama de la fe en una feligresía marcada por un entorno complejo y por el desánimo? ¿Cómo llevar aliento a los que más lo necesitan?

Todos, a lo largo de nuestras vidas, nos hemos tenido que enfrentar a situaciones que, desde el punto humano, no se comprenden y encontrarles una explicación lógica, a veces no es posible. El día de Pascua, los cristianos -el mundo entero- hemos recibido con dolor y asombro las noticias de los atentados a la Iglesia de Sri Lanka y hemos podido comprobar, una vez más, que la llama de la fe se mantiene viva al pie de la Cruz. Jesucristo nos consiguió la salvación muriendo en la Cruz.

Discúlpame si recurro a un episodio de mi vida para hablarte de la Cruz. Estando mi mamá muy enferma, apenas faltaban unos días para que muriese, un sacerdote, hermano mío espiritual en el Opus Dei, fue a atenderla y luego de administrarle la Unción le dijo: solo la Cruz le dará sentido a tu enfermedad. Al oír estas palabras, ella asintió en silencio y con las manos juntas se puso a rezar. Estoy seguro de que mi mamá consiguió en la Cruz y en la oración fuerzas para vivir pacientemente su sufrimiento y del mismo modo, todos aquellos hombres y mujeres que, día a día, se sacrifican y rezan para servir a sus familias, sus comunidades, sus respectivos países, etc.

Terminaré la respuesta a esta pregunta con unas palabras del Beato Álvaro del Portillo, que he meditado muchas veces:

Con la atenta contemplación de María junto a la Cruz, tocamos el nervio de nuestra vocación cristiana -aprender a dar la vida con Cristo, para que todos se salven-… No olvidemos nunca, que la Santa Cruz es el arma con la que (Cristo) vence al Maligno (Carta 2-II-1979).

4-¿Qué le dirías a una familia que descubre en su hogar una llamada al sacerdocio? ¿Qué le recomendarías a un muchacho que siente el llamado de la vocación sacerdotal?

Para una familia una vocación al sacerdocio, o la vida consagrada, o al celibato apostólico de alguno de sus hijos, significa que Cristo está llamando a la puerta de su hogar. A mí me recuerda esas palabras de las Sagradas Escrituras que dicen: ¡Ábreme, hermana mía, amada mía, mi paloma, mi preciosa! Que mi cabeza está cubierta de rocío, y mis cabellos de la escarcha de la noche (Cantar de los Cantares 5,2). El Señor quiere entrar a la casa y llama a la puerta. En la casa donde quiere entrar el Señor, todos tienen que dar una respuesta. Los padres, en su caso, viven como una paradoja de amor: son premiados con el don de la vocación de un hijo y, al mismo tiempo, se les pide que se desprendan, también por amor, de un hijo -quizá también de algún otro- para que siga los pasos de Dios y haga en toda su voluntad. Desprenderse de un ser querido resulta difícil y más en el caso de una vocación de entrega a Dios, que suele darse a muy temprana edad. Ciertamente lo que se pide a los padres de quien recibe la llamada de Dios es una respuesta de fe y de amor.

Hay un personaje del Evangelio que también recibió en su casa al Señor y cuya respuesta puede servir de ejemplo a los padres que reciben la visita de Cristo en sus hogares. Este hombre se llamaba Zaqueo y su pequeña estatura le dificultaba poder ver a Jesús que, caminando por las calles y entre la muchedumbre, se aproximaba a su casa. Para unos padres, esta dificultad de ver al Señor que llega, pudieran ser los propios sueños, a veces un tanto egoístas y centrados en sus hijos que, como a Zaqueo los pone sobre un sicomoro para ver a Jesús, pero desde lejos y sin compromisos. En el relato evangélico Jesús llegó al lugar, levantando la vista, le dijo: —Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede en tu casa. Son exactamente las mismas palabras que le puede dirigir a unos padres: papá y mamá conviene que hoy me quede en su casa.

Resulta conmovedora la respuesta de Zaqueo a Jesús: Bajó rápido y lo recibió con alegría. Y así debería ser la respuesta de unos padres ante la vocación de un hijo: rápida y alegre, y yo añadiría que muy agradecida porque Cristo les dirá como a Zaqueo: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 1-10).

Las vocaciones son un don de Dios y tenemos que rezar para que muchos padres cristianos sean generosos y no sean ellos mismos los que le ponen trabas al Señor.

Me preguntabas qué le diría a un muchacho que siente la llamada de Dios. Pues bien, le diría que confíe en el Señor, que nunca deja solo a sus elegidos. Que acuda a la oración y la dirección espiritual para recibir así las luces necesarias para su discernimiento. Que haga mucho apostolado y sirva al prójimo, porque la llamada de Dios es de servicio. Que estudie y trabaje con ilusión, haciendo de esta actividad una escuela de virtudes humanas, que le fortalecerán en su entrega. Que hable con sus padres y que si al principio no entienden, que rece por ellos y que recuerde que con la ayuda de Dios se pueden remover todos los obstáculos.

5-Pensamos que es indudable que el ejemplo sacerdotal de San Josemaría, Fundador del Opus Dei, es esencial para la labor que, desde el momento de tu ordenación, te tocará desempeñar, ¿Cuáles serían los consejos que, de tenerlo aquí en este momento, piensas que te recomendaría vivir?

Durante estos años de preparación para el sacerdocio he tendido la oportunidad de leer varios escritos de San Josemaría y de escuchar algunas de sus tertulias, que han quedado grabadas en videos o audios. Son muchas las notas que he tomado de las palabras de quien fuera un hombre de Dios y un sacerdote santo.

Una de estas notas, que al principio las consideraba un buen consejo, pero que con el paso del tiempo se ha convertido en una petición a Dios, ya que me doy cuenta que sin Él y su gracia no puedo lograrlo es grabar en mi alma y vivir aquello que San Josemaría escribió en el año 1974, ya al final de su vida: Tú y yo, tenlo presente, hemos venido a entregar la vida entera. Honra, dinero, progreso profesional, aptitudes, posibilidades de influencia en el ambiente, lazos de sangre; en una palabra, todo lo que suele acompañar la carrera de un hombre en su madurez, todo ha de someterse -así, someterse- a un interés superior: a la gloria de Dios y la salvación de las almas(Carta, II-1974).

Otro consejo que traería a colación es aquello que repetía con tanta insistencia San Josemaría: amar al Papa y servir a la Iglesia. En una tertulia con un grupo de personas del Opus Dei, el 26 de octubre de 1958, decía unas palabras muy bonitas: después de Jesús y de María, el Papa, quienquiera que sea. Al Pontífice Romano… estamos decididos a servirle con toda el alma.

Y hoy día que vivimos tiempos tan duros para la Iglesia y de verdadera persecución a los cristianos quisiera hacer mías estas otras palabras de San Josemaría: No olvides que, para llegar hasta Cristo, se precisa el sacrificio; tirar todo lo que estorbe: manta, macuto, cantimplora. Tú has de proceder igualmente en esta contienda para la gloria de Dios, en esta lucha de amor y de paz, con la que tratamos de extender el reinado de Cristo. Por servir a la Iglesia, al Romano Pontífice y a las almas, debes estar dispuesto a renunciar a todo lo que sobre; a quedarte sin esa manta, que es abrigo en las noches crudas; sin esos recuerdos amados de la familia; sin el refrigerio del agua. Lección de fe, lección de amor. Porque hay que amar a Cristo así(Amigos de Dios 196).

Y, por último, sigo otro consejo de fundador del Opus Dei: confiarme a las oraciones de tantas personas. El próximo 4 de mayo nos ordenaremos en Roma 34 hombres que inmerecidamente hemos recibido el don del sacerdocio y que necesitamos, para poder ser fieles a las tareas que comenzaremos ese día, que muchas personas recen por nosotros, y no solo por nosotros, sino por todos los sacerdotes y seminaristas del mundo entero, para que seamos fieles testigos del amor de Jesucristo en la tierra.