El Santo Cristo de la Grita
María García de Fleury
En Venezuela, en el estado Táchira, en la población llamada La Grita, con casas de techos rojos, ventanas y balcones, había unos frailes franciscanos que evangelizaban a los habitantes del lugar.
En 1610 hubo un terremoto tan fuerte que los frailes salieron aterrorizados del lugar. Entre ellos había uno llamado Francisco, que pasaba los días muy triste, desconsolado, al ver la destrucción del pueblo y la muerte de tanta gente.
Por eso se dedicaba a orar para sentirse reconfortado. Un día, en su oración, le pidió a Dios Padre que no estuviera más bravo con ese pueblo y que nunca más los volviera a castigar de esa forma. Al mismo tiempo, le prometió que le haría una imagen de Cristo con rostro sereno en la cruz para que se convirtiera en el guardián del nuevo pueblo y fuera fuente de amor, de fe y pastor de todas esas personas.
Sobre un gran tronco de cedro comenzó a trabajar, y a tallar la imagen. Muy pronto se empezó a ver una figura humana, con los lineamientos característicos del Cristo moribundo, con la herida en el costado y los brazos abiertos, de manera de que quienes vivieran en ese valle o fueran a visitar esas tierras de lugares lejanos, se encontraran siempre con su Señor dispuesto a recibirlo.
Se esforzaban fuertemente de noche y de día, sin descanso, trabajando en esta escultura. y que se había convertido en un hombre de la vida. Fray Francisco pasaba los días enteros trabajando y el cuerpo ya casi lo terminaba. Faltaba el rostro, pero ya Fray Francisco estaba muy cansado, y como le había ofrecido a Dios, quería ponerle un rostro sereno a Cristo crucificado, pero no lo lograba, así que, como siempre hacía, le pidió a Dios que lo ayudara y le dijo que quería ser instrumento de sus manos para poder tallar su rostro con un radiante gesto sagrado.
Fray Francisco, después de la oración, se quedó profundamente dormido. Ya pasada la medianoche, sintió ruidos, golpes, pasos. Se levantó silencioso y temeroso y asombrado al oír que era dentro de su taller y que allí se oía un canto sagrado.
Era una melodía tan suave que venía de un ángel que tenía un instrumento de trabajo en sus manos. Con el martillo, suavemente daba golpes y un rayo misterioso desde el cielo fue alumbrando el trabajo, que, con amor, el ángel estaba realizando de rodillas. Daba gracias a Dios por tan grandioso milagro.
Al amanecer, Fray Francisco fue a buscar a sus hermanos a contarles lo sucedido creyendo haberlo soñado, y todos corrieron hacia el taller, vieron la imagen cubierta con un manto alrededor.
La iluminaba un esplendor de un rayo. Entró el fraile Francisco y el rayo se fue alejando y, descubriendo la imagen lentamente, el fraile quedó impresionado al ver que el sagrado manto que sostenía en sus manos tenía misteriosamente aquel rayo estampado y, al mirar el rostro de Cristo, comprobó y rompió en llanto, y dio de nuevo gracias a Dios por ese milagro tan grandioso.
Como bien dijo Monseñor Mario Moronta, obispo de la diócesis de San Cristóbal, el Cristo de la Grita representa a Dios que se hizo hombre y se identifica con las alegrías, esperanzas, tristezas, problemas a tal punto que cuando la gente llega va a venerar a través de la imagen y dar gracias por los favores y milagros recibidos.
Desde ese entonces se celebra el Cristo de la Grita el día 6 de agosto, desde hace más de 415 años, con una gran procesión, acercando a la gente cada año.
Y cada año hay más devotos de todas las edades y condiciones, porque los fieles saben que es Dios y que con Dios siempre ganamos.
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