El martirio de San Juan Evangelista y apóstol, por María García de Fleury
Por María García de Fleury
El apóstol San Juan fue un hombre de carácter vigoroso y fuerte, y lleva el calificativo del discípulo amado, el que tuvo la dicha suprema de recostar su cabeza sobre el pecho del Señor en la Última Cena.
A Juan hay que asociarlo con su hermano Santiago, los hijos del Zebedeo, esos pescadores ribereños del Tiberia con una situación económica desahogada, patronos de una embarcación, con un negocio próspero que consentían además de todo en tener criados. Trabajaban pero también mandaban y tenían ambiciones. Ambos hermanos, Santiago y Juan, juntos se sentían doblemente atrevidos y audaces, a Juan lo encontramos en el Evangelio formando con su hermano Santiago y con Simón Pedro el trío de confianza de Jesús.
Jesús les lleva a la resurrección de la hija de Jairo, a los resplandores de su transfiguración, a las tristezas de su agonía en Getsemaní, juntos los vemos también aunque con algunos más cuando la deliciosa aparición en el lago de Tiberíades.
Desde el primer momento Cristo impuso a los dos hijos de Zebedeo el sobrenombre de boanergues, que quiere decir hijos del trueno, porque eran rápidos como el rayo. En una ocasión, el maestro desaprobó la conducta de Juan que había prohibido actuar a un exorcista espontáneo que sin ser de los 12 arrojaba a los demonios en nombre de Jesús y Jesús le dijo: «no se lo prohíban, quién lo está en contra de ustedes trabaja a favor de ustedes».
La escena que retrata las ambiciones de ambos hermanos fue aquella en la que intervino su mamá para solicitar el favor de ellos, los dos primeros puestos en el futuro reino, la madre le dijo a Jesús: «Di que estos dos hijos míos se sienten contigo en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús le respondió: «no sabes lo que pides pero en fin, ¿serán capaces de beber el cáliz que yo tengo que beber?, está bien, mi cáliz lo van a beber, pero en cuanto sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí dárselo porque es cosa que tiene preparada mi Padre».
A la hora terrible de la crucifixión, solamente Juan perseveró con las santas mujeres en el monte Calvario, allí de pie junto con ellas. él recogió las últimas palabras del maestro, se hizo cargo de su madre desconsolada, asistió al embalsamamiento de su cuerpo destrozado, cooperó enterrarlo en el sepulcro nuevo de José de Arimatea y al igual que fue testigo y evangelista de la pasión, lo fue también de la resurrección de Cristo. Cuando María Magdalena corrió a darles la inesperada noticia: «¡Han robado al Señor, no sabemos dónde lo han puesto!», corrieron Juan y Pedro al sepulcro, Juan dice en Su evangelio que fue entonces cuando vio y creyó.
Después de la resurrección y ascensión de Jesús Juan cuidó de la Virgen María y predicaba pero el emperador Domiciani por encargo de Herodes lo puso preso lo torturó y lo lanzó en una gran hoguera de aceite hirviendo. Juan salió ileso las tres veces que lo lanzaron, por eso lo desterraron a la isla de Patmos una isla pequeña, árida y sin agua para continuar martirizándolo. En ese tiempo Juan recibió la revelación del Apocalipsis un año después el emperador murió y Juan salió en libertad, su martirio sirvió para demostrar el poder de Dios y darnos la seguridad de que con Dios ¡siempre ganamos!
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