El burro y el buey con Jesús, por María García de Fleury - 800Noticias
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Religión

Por: María García de Fleury

El personaje principal de la Navidad es el Niño Jesús, el Mesías esperado de Israel quien junto a su madre, la Virgen María y San José, su padre en La Tierra, hacen centrar la atención en la familia. Junto con la familia y los Reyes Magos hay otras figuras que vale la pena mencionar en Navidad, por ejemplo, el burro y el buey, ellos nos son simplemente una cuestión folclórica, es una cuestión bíblica sabiamente releída.

El texto del profeta Habacuc dice que el mesías se manifestará entre los animales, el profeta Isaías en el capítulo 1 dice que el buey conoce su amo y el burro al que le da de comer, pero Israel (y aquí podemos colocar el nombre de cada uno de nosotros), no conoce a su Señor. Queda como mensaje que así como el burro y el buey, infaltables bíblicamente en la representación del pesebre navideño, siendo seres sin inteligencia, conocen a sus dueños y a quienes los alimentan, así también nosotros, seres inteligentes deberíamos conocer a aquel que es nuestro Señor.

Estos animales representan el calor de la creación que quiere ver vivo todo lo que nace y debe vivir.

Otro personaje son los ángeles cantores, que en el capítulo 2 del Evangelio de Lucas comunican familiarmente la noticia a los pastores de ovejas de Israel, el pueblo elegido y que entendían de apariciones y mensajes Angélicos, porque el Antiguo Testamento está lleno de ellos.

Los pastores pasaban la noche al aire libre en aquella región en Belén, la más pequeña de las aldeas de Judá, aunque de ella había surgido el rey David, velaban por turnos sus rebaños y cuando el ángel les habló, creyeron y fueron corriendo a ver eso que había pasado y que les habían comunicado los ángeles, encontraron a María a José y al niño acostados en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño, humildemente y con el corazón abierto adoraron al Salvador esperado, todos los que oían se admiraban de lo que decían los pastores.

También junto a la Navidad existe un caramelo muy especial  llamado el bastón de Navidad y cuentan que en el siglo XVIII, en la ciudad de Colonia, en Alemania, el maestro del coro de la catedral le encargó a un pastelero que realizará caramelos para los niños de la ciudad porque armaban mucho alboroto en las celebraciones navideñas; para justificar el capricho del dulce durante los oficios religiosos, el maestro pidió que tuviera forma de bastón para recordar a los niños los pastores que visitaron al Niño Jesús o simbolizando al mismo Cristo en su papel de pastor. Ahora, si el bastón se volteaba, representaba la letra J de Jesús.

Los rostros del buey y del burro nos interrogan, mi pueblo carece de inteligencia, no comprendes tu labor de tu Señor, cuando nosotros colocamos las figuras que son familiares en el pesebre, debemos pedir a Dios que nos otorgue aquella simplicidad o sencillez que sabe descubrir en el niño al Señor.

Amigos, el burro y el buey, los ángeles y los pastores, hablan de la paradoja de la Navidad, de su fuerza transformadora, de su carga de misterio y de realidad. Los pastores, sin duda, fueron los primeros misioneros, el primer testigo, los primeros adoradores, los primeros creyentes que dieron gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído, porque supieron que Dios siempre ganamos.

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